Por Gabriela Pousa |
Así es la Argentina, cuando creemos que algo está por terminar,
una acrobacia política te demuestra que, en realidad, todo está por comenzar. No
porque el kirchnerismo vaya a ganar la próxima elección presidencial sino por
el estado en que dejan al país: sumido en un cambalache de atrocidades.
Elija por donde quiere empezar. Educación, salud, trabajo,
seguridad, se hallan en emergencia, es decir revisten el carácter de urgente y
de importante simultáneamente.
Sin embargo, para el gobierno nacional, el problema son ciertos
jueces – ya sea por las causas en que les toca actuar, ya sea por la edad. Apenas
un dato: Shimon Peres dirigió a Israel hasta el mes de julio pasado con 91
años. Y vale detenerse en este punto porque desde hace tiempo hemos
perdido el concepto de “ancianidad”. Se lo equiparó al de senilidad, y la
sinonimia no es real. Para muchos hoy un anciano es señal de
inutilidad, en los tiempos apostólicos, sin embargo, era cada uno de los
encargados de dirigir las Iglesias.
En este contexto también se polemiza sobre la renovación
política con un cinismo fenomenal pues si se observa quienes son los referentes
de los sectores con mayor posibilidad de asumir el poder, sacando escasas
excepciones, las caras son las mismas de siempre, el marketing únicamente trata
de que no se vean igual. Triste si a esta altura todavía nos pueden
engañar. Cabría preguntar si el pueblo podrá descartar con su voto a quienes ya
han gastado suelas en despachos de Balcarce 50. Aunque de diferente manera,
todos colaboraron a la actual decadencia.
Por otra parte, ¿a Amado Boudou o a Mariano Recalde la juventud los
torna más capaces? Seamos serios. Si se quiere sacar a alguien del medio porque
molesta a los intereses personales de la Presidente, busquen otro cuento.
Sería fantástico que alguno de los funcionarios del gobierno tuviese la lucidez
del juez Carlos Fayt. El tiempo de la vida, la fecha de vencimiento, no se
establece por decreto.
Pero regresemos al planteo inicial para demostrar como todo cuanto
pensamos que va llegando al final, vuelve o deberá volver a comenzar.
En el año 2003, Argentina se ubicó —junto con Uruguay y Chile— entre los
países con mejores indicadores educativos de América Latina: menores índices de
analfabetismo, mayor nivel de escolarización, acceso y permanencia en el
sistema. Pasada la “década ganada”, el ranking del Programa de
Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA), ubica a la Argentina en el
puesto 59 casi en el extremo de los peores. La consultora Isonomia informa que
unos 500.000 chicos dejan la secundaria cada año, un número no alcanzado
durante anteriores administraciones.
Con respecto a la salud, la situación es igualmente grave. Según
el catastro del año 2000, el país contaba con 153.065 camas disponibles en
total. Ahora bien, la población argentina pasó de 32 millones en el año 90 a
más de 40 millones en la actualidad, pero la cantidad de camas ha disminuido.
Se han perdido unas 1.120 unidades en la “década ganada” no más. Así
se explica la demora en cirugías programadas y se evidencia el desinterés
oficial en infraestructura hospitalaria.
La extensión del análisis no coopera a seguir dando datos más alarmantes
todavía. El espacio aminora el espanto.
En lo que a trabajo respecta, basta decir que a lo largo del año
se destruyeron 288.000 empleos en negro. El modelo de inclusión hace agua por
donde se lo vea. El mismísimo INDEC admitió un incremento de la tasa de
desocupación, que pasó de 6,8 a 7,5% de la población activa en el año.
Además, informó una caída en la tasa de empleo (medida sobre la población
total) de 42,9 a 41,3%, y en el índice de actividad (personas que trabajan o buscan
un puesto), de 46,1 a 44,7%.
Pero quizás lo más relevante sea la pérdida de la cultura del
trabajo a causa de la falta de ejemplos, del clientelismo sin límite
“justificado” para fines políticos, y de la desidia generalizada y alimentada
por una dirigencia que da lástima.
Esta ausencia del concepto de esfuerzo está haciendo mella, diezmando
generaciones enteras que asocian “progreso” con acumulación de
electrodomésticos. ¿Cómo incentivar a un chico con el estudio cuando, a
diario, se escucha hablar de enriquecimiento ilícito, de planes sociales, de
subsidios? El modelo “Máximo Kirchner” proclama que es mejor una juventud que
milita que una que va a estudiar.
En materia de seguridad ni siquiera es necesario dar estadísticas. Jamás
la Argentina vivió un estado de violencia, impunidad y reducción del valor vida
como el actual. Los ciudadanos salen a la calle sin la certeza de la vuelta al
hogar. Adjudicar esta realidad a una cuestión meramente social no es
justo. Desde la política no se ha hecho nada para solucionar el problema. Se
forman comisiones, se relevan cúpulas en la policía, se decreta la emergencia
pero seguimos teniendo “el muerto nuestro de cada día”. Para colmo de
males, un delincuente goza de mayores derechos que un jubilado o un ciudadano
que se levanta al alba para ir a trabajar.
Si abordamos el tema judicial, alcanza con un detalle para demostrar lo
mal que se está. En época de nuestros padres, los jueces no eran
figuras mediáticas ni habitués de la farándula. Hablaban a través de su sentencia,
no en canales de televisión ni en emisoras radiales Para muchos podrá
ser un progreso que un juez dé a conocer una causa determinada, o salga ante
cámaras pero convengamos que Justicia sin eufemismos hubo cuando
guardaban decoro y silencio. ¿Cómo se respeta a una autoridad
descubierta en un prostíbulo?
En definitiva, si algún logro o avance hubo en los últimos
tiempos, el kirchnerismo lo ha destruido o lo que es peor aún, lo ha infectado
con sus manos y su actuar.
Los Kirchner llegaron para quebrar a la sociedad. Echaron ácido a
heridas que estaban cicatrizando, fabricaron víctimas y victimarios, y se
adjudicaron a sí mismos el rol de justicieros y redentores. Autoproclamados
mártires y héroes, según la oportunidad, osaron posarse en los pedestales de próceres
patrios que hasta ese entonces eran intachables.
Hoy los victimarios gozan de más respeto que las víctimas que han
dejado. No hay culpas pero sí culpables y desde luego nunca son ellos, son los
demás. Las jerarquías se abolieron en nombre de una falsa igualdad.
Basta recordar el grotesco de un ministro de Educación saliendo a respaldar a
alumnos tomando colegios porque querían manejar los precios del kiosco en los
recreos.
Las elecciones en la Universidad de Buenos Aires mutaron en verdaderas batallas campales. Hasta conocimos en esta ignominia, decanos atrincherados en sus despachos. En síntesis, el país volvió a foja cero. Hay que hacerlo de nuevo. Creer que puede construirse sobre alguna de las bases que dejará el kirchnerismo es un mito.
Desde luego que no es normal que cada gobierno descarte lo hecho
por su predecesor pero hemos llegado a un punto límite. Y acá a lo normal le
han puesto también un cepo.
Por más que se estirpe el tumor, la metástasis es un hecho. La
próxima administración deberá ser lo suficientemente inteligente como para
darse cuenta que sin erradicar hasta el último germen de modelo kirchnerista
(entendiendo éste como un sistemático uso de la mentira y falsedad) y volver a
las fuentes, Argentina no será lo que alguna vez supo ser aunque la economía
remonte o podamos comprar dólares.
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