Por Tomás Abraham (*) |
Hay discusiones absurdas que no se deben a una falta de sensatez sino a
un ánimo perverso. Ganas de torcer las cosas para festejar cómo todo el mundo
se abalanza sobre el artefacto distorsionado. La discusión sobre el sueldo de
presos que trabajan es un juego periodístico y jurídico para
complacer a la platea a la que no le basta el futbol para no moverse de su
casa.
Fui profesor de filosofía durante años del servicio penitenciario y me
gané el respeto de mis alumnos como ellos se ganaron el mío. Preso que estudia,
obtiene su diploma y cuando sale tiene una profesión. Era bien simple el tema a
pesar de quienes aullaban de indignación porque el delincuente tenía acceso a
una formación que la gente decente no tenía. Este asunto del trabajo carcelario
no es un tema maniqueo, como el juego de trincheras al que nos hemos
habituado estos años. Se trata de la dosis, como en casi todo, de cuánto se le
paga a un preso que trabaja. No puede ganar más que un jubilado, no
puede ganar más que el haber mínimo de un hombre sin pena, y menos aún gloria.
Si a una mujer le mataron al esposo, y debe trabajar por $ 4 mil, y el
asesino que lo mató cobra los $ 4400 que logró el sindicato de detenidos, linda
justicia. Cuando un jubilado que aportó toda su vida, con sus $ 3200 cobra 40%
menos que un preso, ya no hablamos de derechos sino de una concepción de la
vida que hace del victimario una víctima y de la víctima un marginado social.
A la sociedad argentina parece que le gustan los temas pelotudos
para sentirse a la vanguardia de los derechos humanos. Otro regalo de
la militancia. Y no le gusta cuando se le tocan los chiches. Que a nadie se le
ocurra limitar el uso de los celulares en los autos con vidrios polarizados
porque queda bien ser un canchero conectado. Un WhatsApp por acá, un mensajito
por allá, y me trago al de adelante o le rompo el alma a un peatón. Siete
mil ochocientos sesenta y tres muertos por accidentes de auto al año -más
que “accidentes”, terrorismo vial- y ciento veinte mil heridos, descansan
en los cementerios o se las arreglan como pueden con su invalidez.
Una ley sobre delitos de seguridad vial dice que no es causal de delito
mirar para otro lado cuando se maneja y que se necesitan dos infracciones más
para una condena como ir a cien delante de una escuela y estar en coma
alcohólico. Sólo con tres transgresiones ya no alcanzan los $500 de multa.
Télam publicó el 22 de junio que el 68% de los accidentes de
tránsito que terminan en muerte se deben al uso de celulares. La
subsecretaría de Transporte de la ciudad calcula que el 50% de las
distracciones al volante se deben al uso del celular. La policía metropolitana
debe de estar agradecida por la información y cada vez que pasa un auto con
vidrios polarizados sueña con comprarse uno y curtir con elegancia. Son datos
casi tan buenos como el de los expertos que calculan el contrabando en las
fronteras. En cada paso limítrofe hay un sociólogo y un contador que cuenta de
a una la mercadería y su costo y lo publican en boletines oficiales. No hay
como el saber al servicio del Estado.
Los presos ganan más que los viejos que laburaron toda su vida sin
afanar y la gente honesta lesiona y mata protegida por accesorios que usan los
gansters y los presidentes en las peli mientras miran el celu para ver si
tuiteó un chabón o whatsappeó la mina.
Me olvidé de los $ 8 mil para travestis.
No digo que de decretarse la norma más de un desocupado salga a la calle
disfrazado de gitana, pero no hay que sorprenderse de alguna inquietud que
provoque una nueva onda escocesa con tacos aguja en nuestro Papa que sabe
distinguir sotana subsidiada de vestido de fiesta. No tengo nada en contra que
se den todos los estipendios que se quieran dar a todas las criaturas del
planeta, tras las rejas o con faldas, mientras se tomen medidas contra los
tránsfugas que usan vidrios polarizados y los que al mando de un volante hablan
por el telefonito. Eso sí, si un preso con permiso de salida o fuga programada
se viste de mujer y maneja un auto con vidrios polarizados y habla por el
móvil, ahí sí, hay que descontarle el 30% de sus sueldos como a Bonadio.
(*) Filósofo
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