Por Esteban Peicovich |
El lunes 22, a las 15, cumplí 85 años. Se dice fácil. Pero
no. Para afirmarlo deben pasar 85 años. Son demasiados. Y yo no tengo la culpa.
La mano vital vino así. Aclaro que no hice nada (al contrario) por sobrepasar
la media nacional. Aún así pido disculpas. También que me permitan dedicarle a
la fecha esta columna. Mi yo elegante evaluó como abuso darle tanta prensa al
ombligo.
Pero debió ceder: el terco ego lo hizo pelota con tuit demoledor:
¿Cuántas noticias del día pueden competir con la que informa que por la vida de
un mortal pasaron 85 años?
Que son más. Que son miles de veces 85 años. Puedo probarlo.
El vocablo “peicovich” significa hijo de Pedro, y como tal, de la “piedra”. Es
un simple seudónimo de Sísifo, antiquísimo primer chozno de quien heredamos su
apellido. Los Sísifo somos familia de toda la vida y a mi me tocó llamarme
Esteban en aquellos finales días de diciembre de 1929, en Zárate, a la vera del
Paraná.
Esto es así. Yo, que técnicamente soy un viejo, provengo de
8 tatarabuelos balcánicos, 16 choznos venecianos, 32 bizantinos, 64 bárbaros,
128 ilirios, 256 etruscos, 512 persas, 1.024 asirios, 2.048 indios y no prosigo
porque, fácil es suponerlo, habré de concluir, como cualquiera que lo intente,
en una de esas inocentes parejas del principio. Esas que a las primeras sombras
del véspero se recluían en sus cuevas a quitar las pulgas prehistóricas para
luego retozar gloriosos sobre un colchón de boñiga seca de mamut.
Retomo el guión del ego. Estos muchísimos parientes
maceraron en siglos de siglos mis gestos, filias y fobias sintetizando en 4
abuelos dálmatas y 2 padres de igual sangre pero diferente paisaje. Él, de unos
peñascos croatas próximos al Adriático. Ella, de una chacra triguera de la
pampa de Santa Fe.
De ellos salí. Soy ellos. Enterrados en mi es como hoy
siguen viviendo.
Como tuitero octo que soy la noticia de los 85 motivó me llegase una contagiosa ola de
adhesión y saludo. Cientos de lectores, tuiteros, oyentes y amigos que
sofocados por el alto número de años que acumulo vieron en mi al artífice de
una proeza o cosa así. Conmovido por el eco fue que sentí la necesidad de
ingresar en la Fecha y obviar la desgastada mismidad que nos acosa. Por fin,
cuánto más sanitario y genésico es el cumpleaños 85 de un ciudadano que algunos
temas oficiales como la oratoria del
chaqueño incombustible, el retorno del bigote que farfulla o el “bombón
asesino” bamboleado por la Locutora Mayor del Estado. Asuntos así resultan
imbancables para octos con memoria como yo.
Ante el turbio 2014 de este Opa Siglo 21 ¿Puede uno seguir
la insolente sintaxis presidencial, la carcajada fría de Rossi, el autismo de
Scioli, el ratoneril ascenso de Massa, la indiferencia del esquimal Boudou, el
Almacén de Ramos Generales al que llaman “la Oposición”, el cinismo de ciertos
intelectuales que ahora no saben como apearse de Su Magna Revolución?
Pero ya está. Sería imbécil dedicar lo poco que resta a lo
menor que pasa. Lo al menos más humano era atender la emoción y adhesión
provocadas por mi cumpleaños, que la torpeza reinante en las altas esferas de
la nada nacional. Entre esta joven actualidad y la vetusta historia que
arrastro preferí aferrarme al mástil como Ulises y atender los siempre
hipnóticos desajustes de mi política interior. Que no de otra cosa trata el
“uno mismo”. En mi caso y en el de cualquiera.
A mí, por suerte, y en estos flamantres 85 todavía me
sostiene una dúplice, invisible segunda
persona que porto en la primera. Digo
adosada a la oficial de carne y hueso y DNI. Esta bipolar anomalía me mantiene
bajo cierto resguardo que debo agradecer. Una suerte que confirma mi carta
astrológica al tenerme registrado como Flecha en Europa y Cabra en América. Por
lo que mi condición de Sagicornio en ejercicio resulta un blindaje tan
formidable como la criptonita para Superman.
Fue por eso, colijo, que viví el año más en escalera que en
tobogán. Los dioses hicieron vista gorda al año de mi nacimiento más atentos en
sostener mis pasos (y el de mi bastón). Solo el tiempo “Ese enemigo que nos
mata huyendo” (Quevedo), sabe la fecha en la que habrá de quitar al viajero del
camino.. “Nadie sabe que trae el día ni que trae la noche” solía rsepetir mi
padre dálmata.
Mi pasión por el asombro y la obviedad me deparó un
estrafalario sistema que llamo sentipensante pues no puedo razonar sin temblar
ni lo contrario. Diría que soy una cuerda prima y bordona a la vez. Niño y
viejo. Tolerante del dos mas dos cuatro pero defensor de que pueda ser cinco
alguna vez. Por esta insuficiencia neuronal todo conocimiento sistémico me es
ajeno y buscar el trébol de cinco hojas o un mirlo blanco mi necesidad más
acuciante.
Esto es, y no otra cosa quiero decir, que sobreviví estas
décadas entregado a la imaginación desde una ignorancia curiosa y feliz, no
acopiando dogmas ni datos perecederos y amando a las palabras como si fuesen
mujeres.
El rito de iniciación más absurdo de la especie es bancarse
que uno se hace viejo. Me excuso, como
dije, por alejarme de la media. Todos los nacidos deberían recibir la misma
cantidad de tiempo para hacerse y deshacerse. Pero no tengo la culpa de saltármelo
y seguir orondo hasta que dé.
Tal el modo que tenemos los Sísifo de quitarnos al tiempo de
encima. Quizás la vejez termine siendo una catástrofe.
--Pero ¡qué bella catástrofe es!.-- me diría Zorba desde
algún rincón de la tierra.
Estoy seguro.
Lo acabo de escuchar.
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