jueves, 25 de diciembre de 2014

Sísifo cumplió 85

Por Esteban Peicovich
El lunes 22, a las 15, cumplí 85 años. Se dice fácil. Pero no. Para afirmarlo deben pasar 85 años. Son demasiados. Y yo no tengo la culpa. La mano vital vino así. Aclaro que no hice nada (al contrario) por sobrepasar la media nacional. Aún así pido disculpas. También que me permitan dedicarle a la fecha esta columna. Mi yo elegante evaluó como abuso darle tanta prensa al ombligo. 

Pero debió ceder: el terco ego lo hizo pelota con tuit demoledor: ¿Cuántas noticias del día pueden competir con la que informa que por la vida de un mortal pasaron 85 años?

Que son más. Que son miles de veces 85 años. Puedo probarlo. El vocablo “peicovich” significa hijo de Pedro, y como tal, de la “piedra”. Es un simple seudónimo de Sísifo, antiquísimo primer chozno de quien heredamos su apellido. Los Sísifo somos familia de toda la vida y a mi me tocó lla­marme Esteban en aquellos finales días de diciembre de 1929, en Zárate, a la vera del Paraná.

Esto es así. Yo, que técnicamente soy un viejo, provengo de 8 tatarabuelos balcánicos, 16 choznos venecianos, 32 bizantinos, 64 bárbaros, 128 ilirios, 256 etruscos, 512 persas, 1.024 asirios, 2.048 indios y no prosigo porque, fácil es suponerlo, habré de concluir, como cualquiera que lo intente, en una de esas inocentes parejas del principio. Esas que a las primeras sombras del véspero se recluían en sus cuevas a quitar las pulgas prehistóricas para luego retozar gloriosos sobre un colchón de boñiga seca de mamut.

Retomo el guión del ego. Estos muchísimos parientes maceraron en siglos de siglos mis gestos, filias y fobias sintetizando en 4 abuelos dálmatas y 2 padres de igual sangre pero diferente paisaje. Él, de unos peñascos croatas próximos al Adriático. Ella, de una chacra triguera de la pampa de Santa Fe.

De ellos salí. Soy ellos. Enterrados en mi es como hoy siguen viviendo.

Como tuitero octo que soy la noticia de los 85  motivó me llegase una contagiosa ola de adhesión y saludo. Cientos de lectores, tuiteros, oyentes y amigos que sofocados por el alto número de años que acumulo vieron en mi al artífice de una proeza o cosa así. Conmovido por el eco fue que sentí la necesidad de ingresar en la Fecha y obviar la desgastada mismidad que nos acosa. Por fin, cuánto más sanitario y genésico es el cumpleaños 85 de un ciudadano que algunos temas oficiales  como la oratoria del chaqueño incombustible, el retorno del bigote que farfulla o el “bombón asesino” bamboleado por la Locutora Mayor del Estado. Asuntos así resultan imbancables para octos con memoria como yo.

Ante el turbio 2014 de este Opa Siglo 21 ¿Puede uno seguir la insolente sintaxis presidencial, la carcajada fría de Rossi, el autismo de Scioli, el ratoneril ascenso de Massa, la indiferencia del esquimal Boudou, el Almacén de Ramos Generales al que llaman “la Oposición”, el cinismo de ciertos intelectuales que ahora no saben como apearse de Su Magna Revolución?

Pero ya está. Sería imbécil dedicar lo poco que resta a lo menor que pasa. Lo al menos más humano era atender la emoción y adhesión provocadas por mi cumpleaños, que la torpeza reinante en las altas esferas de la nada nacional. Entre esta joven actualidad y la vetusta historia que arrastro preferí aferrarme al mástil como Ulises y atender los siempre hipnóticos desajustes de mi política interior. Que no de otra cosa trata el “uno mismo”. En mi caso y en el de cualquiera.

A mí, por suerte, y en estos flamantres 85 todavía me sostiene una dúplice,  invisible segunda persona  que porto en la primera. Digo adosada a la oficial de carne y hueso y DNI. Esta bipolar anomalía me mantiene bajo cierto resguardo que debo agradecer. Una suerte que confirma mi carta astrológica al tenerme registrado como Flecha en Europa y Cabra en América. Por lo que mi condición de Sagicornio en ejercicio resulta un blindaje tan formidable como la criptonita para Superman.

Fue por eso, colijo, que viví el año más en escalera que en tobogán. Los dioses hicieron vista gorda al año de mi nacimiento más atentos en sostener mis pasos (y el de mi bastón). Solo el tiempo “Ese enemigo que nos mata huyendo” (Quevedo), sabe la fecha en la que habrá de quitar al viajero del camino.. “Nadie sabe que trae el día ni que trae la noche” solía rsepetir mi padre dálmata.

Mi pasión por el asombro y la obviedad me deparó un estrafalario sistema que llamo sentipensante pues no puedo razonar sin temblar ni lo contrario. Diría que soy una cuerda prima y bordona a la vez. Niño y viejo. Tolerante del dos mas dos cuatro pero defensor de que pueda ser cinco alguna vez. Por esta insuficiencia neuronal todo conocimiento sistémico me es ajeno y buscar el trébol de cinco hojas o un mirlo blanco mi necesidad más acuciante.

Esto es, y no otra cosa quiero decir, que sobreviví estas décadas entregado a la imaginación desde una ignorancia curiosa y feliz, no acopiando dogmas ni datos perecederos y amando a las palabras como si fuesen mujeres.

El rito de iniciación más absurdo de la especie es bancarse que uno se hace viejo.  Me excuso, como dije, por alejarme de la media. Todos los nacidos deberían recibir la misma cantidad de tiempo para hacerse y deshacerse. Pero no tengo la culpa de saltármelo y seguir orondo hasta que dé.

Tal el modo que tenemos los Sísifo de quitarnos al tiempo de encima.  Quizás la  vejez termine siendo una catástrofe.

--Pero ¡qué bella catástrofe es!.-- me diría Zorba desde algún rincón de la tierra.

Estoy seguro.

Lo acabo de  escuchar.

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