Por Gabriel Profiti |
Hay tres mensajes insistentes a los costados de las poceadas
rutas cubanas: el más clásico evoca al Che Guevara con barba y boina, otro
suplica el regreso de los "héroes" atrapados en Estados Unidos y el
restante se compone de una foto de Hugo Chávez anclada en el texto
"nuestro mejor amigo".
Las imágenes son actuales porque este columnista estuvo
recorriendo la isla hace apenas dos semanas. Cuba sigue siendo un país
suspendido en el tiempo, en sepia, y cuyas ciudades, aun pintorescas, sufren un
deterioro impactante.
Guevara es el símbolo de la revolución que está a punto de
cumplir 56 años -desde que triunfó el 1° de enero de 1959- y quedará por
siempre en el corazón del país.
Las otras gigantografías, las de los héroes y las de Chávez,
están íntimamente ligadas porque perdieron vigencia y esa desactualización es
lo que precisamente abre paso a una nueva etapa en Cuba y a su relación con
Estados Unidos.
La muerte de Chávez y la crisis venezolana volvieron a dejar
al régimen sin su principal sostén económico, como ocurrió con la caída de la
Unión Soviética en 1990. Este nuevo colapso, sin reemplazo en China, influyó
para que Raúl Castro distendiera un poco en los últimos tiempos el rígido
socialismo cubano.
Dentro de este contexto hay que entender que el retorno de
los tres acusados de espionaje por Estados Unidos -originalmente eran cinco-, a
cambio de presuntos espías estadounidenses, se trató de una excusa para
justificar el histórico deshielo en las relaciones entre Washington y La
Habana. Ese acercamiento auspiciado por otro argentino como el Che, el Papa
Francisco, está basado en razones más profundas a un lado y otro del Estrecho
de Florida.
Si bien el poder de los Castro no parece amenazado,
muchísimos cubanos sienten que ya es hora de que el denominado Período Especial
surgido tras la caída de la URSS concluya.
Ya hay más de una generación que creció sufriendo por los
salarios bajísimos y las restricciones económicas y políticas. Pese a que están
orgullosos de su dignidad, de su educación de calidad gratuita y de su servicio
de salud, están obligados a vivir del "invento" (rebusque) y las
propinas. Esperan un cambio.
¿Hacia dónde va Cuba?
El gran debate de los analistas internacionales pasa por
aventurar si el eventual levantamiento del bloqueo económico de Estados Unidos
a Cuba -gran contribuyente de las penurias isleñas- permitirá que la mayor de
las Antillas avance hacia una democracia o fortalecerá al régimen.
El modelo a seguir para Raúl Castro, de 83 años, puede ser
Vietnam o China, donde rigen sistemas políticos de partido único -también
comunista- pero con una economía de libre mercado dirigida por el Estado con
resultados exitosos.
De su lado, Estados Unidos también recoge algunos réditos:
dio un paso significativo para mejorar sus relaciones con la región, pese a que
internamente Barack Obama enfrenta un gran reto ante la resistencia republicana
a mejorar la relación con La Habana.
El bloqueo a Cuba es condenado insistentemente por Naciones
Unidas y alumbró la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac)
-una OEA sin Estados Unidos ni Canadá y con Cuba. En ese marco, la Cumbre de
las Américas del año próximo, a la que irá por primera vez Cuba, amenazaba con
convertirse en una interpelación a viva voz para el presidente estadounidense.
Así como debilitó a Cuba, la muerte de Chávez y el declive
geopolítico venezolano por la caída del petróleo parecen haber aguachentado el
sentimiento antiestadounidense en Latinoamérica. Un giro hacia Cuba agilizará
este proceso.
Es cierto que los gobiernos con sesgo progresista siguen
siendo mayoría en la región e incluso lograron conservar el poder este año en
Brasil, Bolivia y Uruguay, pero los foros ya no tienen picante ni resultados
concretos que alienten el espíritu latinoamericanista de hace algunos años.
La cumbre del Mercosur celebrada la semana pasada en Paraná
dejó pocas nueces. La integración económica sigue siendo una cuenta pendiente.
Reciclaje local
La política argentina también vive una transición en la que
como mínimo, el kirchnerismo aspira a quedar como núcleo de resistencia a
partir de diciembre de 2015.
Esa tensión se ve reflejada especialmente en la relación entre
el Gobierno y el Poder Judicial, que esta semana arrojó nuevos capítulos y
cambios en el gabinete presidencial.
El principal fue el descabezamiento de la Secretaría de
Inteligencia (SI). Héctor Icazuriaga y Francisco Larcher, ambos de buena
relación con Néstor Kirchner hasta su muerte, fueron reemplazados por los
leales Oscar Parrilli y Juan Martín Mena, este último uno de los operadores
judiciales del kirchnerismo.
El traslado de Parrilli dio lugar al regreso de Aníbal
Fernández al elenco de colaboradores como secretario general de la Presidencia,
con lo que el Gobierno suma un vocero más vivaz a la homilía matinal de Jorge
Capitanich.
La primera decisión de Parrilli fue remover al jefe
operativo de los espías, Antonio Stiuso. Fue una reacción defensiva: Cristina
Kirchner vio en los últimos meses cómo los jueces federales acumulaban fallos
en contra del Gobierno y apuntó hacia la SI, siempre muy "vinculada"
a esos tribunales.
Esa pulseada se da en todos los planos. También en la
designación de jueces. El nombramiento de Laureano Durán al frente de un
juzgado clave como el federal de La Plata, con competencia electoral, es otra
muestra. En esa oficina se define buena parte de las reglas del juego para el
voto del 40 por ciento del electorado nacional que vive en Buenos Aires.
Durán es un hombre cercano al ministro de Justicia, Julio
Alak, y sustituye al fallecido juez Manuel Blanco, quien condujo ese juzgado
durante treinta años. En ese lapso, tuvo que tomar infinidad de decisiones
complejas y polémicas como el aval a las candidaturas testimoniales del 2009 de
Daniel Scioli y Sergio Massa o la doble lista justicialista de 2005 que
enfrentó a Cristina Kirchner con Chiche Duhalde y dio tres senadores al PJ.
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