Una entrevista
imaginaria y un análisis profundo
sobre los valores y la identidad villera.
Por Américo
Schvartzman
El curioso homenaje al sacerdote Carlos Mugica (la
aprobación del Día de la Identidad Villera) evidencia la lógica subyacente en
la versión del peronismo que desde hace más de diez años gobierna la Argentina.
Es la misma lógica que llevó poco tiempo atrás a la Presidenta a reivindicar
como un logro inclusivo que “hasta en las villas tienen antenas de DirecTV,
porque ahora les va bien”.
Se trata de una muestra eficaz de la versatilidad
con la que se reconfigura el sentido común “progre” (si tal cosa existe):
seguirá habiendo villas y ni siquiera nos proponemos que deje de haberlas. Pero
miren qué bien les va que hasta tienen televisión satelital. Menem no lo
hubiera dicho mejor. (“Pobres hubo siempre”, dijo en los 90). La Presidenta ni
siquiera se percata de que se refuta a sí misma, cuando dijo: “Mientras haya un
solo pobre vamos a estar en deuda histórica con lo que hemos pensado toda la
vida”. A algunos –pocos– sostenedores del Gobierno, estas cosas les dan algo
así como vergüencita. Mempo Giardinelli acaba de publicar una columna en la que
concluye afirmando que el Día de la Identidad Villera “no estaría mal si fuera
el prólogo de la dignidad villera, que se alcanzará cuando las villas miseria
desaparezcan y este país sea más justo para todos". Con estos elementos, y
la ayuda de una médium, entrevistamos al homenajeado, el sacerdote Carlos
Mugica, para recabar su opinión al respecto. Aquí va el resultado.
– Cómo le va, padre.
Lo molesto porque quería conocer su opinión sobre el Día de la Identidad
Villera, que acaba de aprobar el Congreso de la Nación.
– ¿Identidad villera? Mire… Los millones de personas que
viven en las Villas Miserias en la Argentina, o en conventillos infames y en
cuevas –como los indios con los que estuve en Los Toldos – podrían vivir confortablemente
bajo techo sin que se construya una sola casa más en el país. Sólo en Buenos
Aires hay 110 mil departamentos vacíos. Si esta fuera una sociedad cristiana,
la gente de las Villas tendría derecho a ocuparlos.
– Son muchos más,
padre: 340.975 según el último Censo Nacional de Población y Vivienda. Pero
digame: ¿un gobierno que se dice “nacional y popular” debería proponerse
erradicar las villas, darles viviendas dignas con todos los servicios, y no
enorgullecerse de que en ellas también hay antenas satelitales de TV?
– Desde ya. Eso me hace acordar a cuando discutí con un
coronel sobre el plan de erradicación de Villas, que habría que llamarlo plan
de radicación porque después de cinco años, en la zona de Retiro, que al
comienzo tenía 30.000 personas, en mi época ya había 50.000…
– Y ahora, tras dos
décadas de gobiernos peronistas, hay 275 mil personas, según cifras oficiales.
– Es inmoral. Aquel coronel me decía: ‘A la gente de las
villas hay que llevarlas a una vivienda transitoria porque no están en
condiciones de vivir en casas definitivas’. Y yo le dije que ojalá nunca
adquirieran nuestras pautas culturales, que mantuvieran su cultura original sin
contaminarse con la nuestra, porque a lo mejor visto desde el Evangelio pueden
tener mucho de rescatable.
– Ahora bien, que
aquello lo dijera un coronel no sorprende. Pero en estos diez años no parece
haberse hecho mucho para modificarlo. La población en villas en la Capital
creció casi un 70% en los últimos cuatro años, mientras que la población de la
Ciudad se mantiene prácticamente igual desde los años 50.
– Sí. Y la verdad es que si los que en la Argentina nos
decimos cristianos, realizáramos a fondo nuestra revolución interior, pasáramos
de la injusticia al amor, la configuración de nuestra sociedad sería otra. Y no
se daría, por ejemplo, ese hecho escandaloso de miles de viviendas vacías
(¿cuántas me dijo, 300 mil, en serio?) y millones de personas viviendo en
villas miseria y conventillos. Sin hablar de ‘cristianos’ con dos o tres casas,
que viven lo más panchos, ignorando la situación de miseria de sus hermanos en
la fe. La conversión del corazón, para no ser ilusoria, supone una acción
política eficaz que busque eliminar las injusticias estructurales.
– A usted le tocó una
época signada por la violencia. Pero ¿no es una forma de violencia el hecho de
que sigan creciendo las villas denominadas “de emergencia”?
– Por supuesto. Es más: las numerosas Villas Miseria,
higiénicamente bautizadas Villas de Emergencia, representan el subconsciente de
Buenos Aires. Son la más contundente expresión de la violencia
institucionalizada que padece el pueblo, al tener conciencia de que ahí, en la
ciudad, están esos cientos de miles de departamentos vacíos.
– En 2009 se aprobó
por ley la creación de la Mesa de Gestión y Planeamiento Multidisciplinaria y
Participativa para la Urbanización de las Villas 31 y 31 bis. Sin embargo, no
se ha avanzado prácticamente en nada, y los distintos sectores se echan la
culpa entre sí. ¿Qué les diría?
– Todos sabemos qué necesitan las estructuras en las que
vivimos: ser penetradas de espíritu cristiano. Esta sociedad es una sociedad
corrompida, inmoral y pecaminosa. En esta sociedad lo que un hombre
difícilmente junta durante toda su vida para vivir, un millonario se los gasta
en unas horas de Sheraton.
– La Presidenta de la
Nación es propietaria de hoteles y es millonaria. Muchos de sus funcionarios
poseen propiedades enormemente caras en Puerto Madero. ¿Algún mensaje para
ellos?
– Sí. Un mensaje sencillo. Esta sociedad, aunque a muchos de
sus habitantes solamente les hace oler los bienes (porque no pueden acceder a
ellos) nos va presentando como ideal de vida el "tener" cosas. Pero
el ideal de Jesucristo es clarísimo: la vida de un cristiano tiene que ser una
vida de servicio a los otros, una vida austera, de una gran distancia con
respecto a los bienes. Y hay que estar dispuesto al sacrificio. Porque no se
trata de que los ricos ayuden a los pobres, sino que se trata de que los pobres
dejen de ser pobres. Y hasta ahora, para que los pobres dejen de ser pobres no
se ha inventado otro sistema que este: que los ricos dejen de ser ricos. Hay
que ayudarlos a los ricos a liberarse de esas riquezas que los oprimen y que
los llevan hacia el camino del infierno.
–¿Algún mensaje para
el resto de los actores políticos y sociales de la Argentina de hoy?
– Sí, tengo un par más. Uno por la negativa, que procuren
evitar dos peligros: el del ideólogo, que es el sectarismo, que lo lleva a
separarse de la realidad. Y el del político, que es el populismo, donde a veces
la utilización de los medios le puede hacer olvidar los fines.
–¿Y el mensaje por la
positiva?
–Ese es para mis compañeros peronistas. Tenemos que tratar
de estar en una tensión de unidad, pero sabiendo de antemano que a veces esa
unidad no se va a realizar. En la historia de la Iglesia muchas veces,
cristianos, santos inclusive, se han enfrentado con fuerza desde posiciones
distintas y ambas partes buscaban mantener la fidelidad a Cristo y la fidelidad
a los hombres. Si uno está convencido profundamente de su posición política, de
que la liberación del pueblo pasa por el movimiento peronista, entonces no debe
pensar que quien no sea peronista o no sea cristiano no entiende nada. Siempre
tenemos que tratar de pensar que la manera de obrar del otro tiene elementos
positivos de verdad, y que yo no tengo el monopolio de la verdad.
– ¿Sigue creyendo que
el problema a enfrentar es el capitalismo?
– Sí, claro. Ese sistema se caracteriza por dos elementos
nefastos: su concepción en la cual el hombre está puesto al servicio de la
economía en lugar de estar puesta la economía al servicio del hombre; y la
subordinación de lo social a lo económico, que trae como consecuencia la
miseria, las migraciones, la desocupación y la disminución de la capacidad creadora
del pueblo.
(A excepción de algunas formas coloquiales
–como “Sí, claro” o “Por supuesto”–, todas las respuestas son frases textuales
tomadas del libro “Peronismo y cristianismo”, del padre Carlos Mugica,
Editorial Merlin, 1972).
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