Faltan líderes que
se exijan así. El tipo no quiere fallar. Calcula, proyecta,
afina el
objetivo, se involucra.
El colombiano Camilo Villegas está en lo suyo: embocar su planeta en un agujerito. (Foto: DPA) |
¿Hombre araña? ¿Acróbata del Cirque du Soleil? ¿Buscador del pituto
perdido en el Carmel? Este personaje nos despierta el ojo, pues, para hacer
mejor lo que hace, va y se deshace. Este golfista (seguro) leyó a Santo Tomás:
"Estate en lo que estás". Y lo aplica a rajatabla.
Podría caer
repentino granizo o estallar una granada de las FARC en las cercanías. Al
colombiano Camilo Villegas ni le va ni le viene. Está en lo suyo. Alinear el
putt del hoyo 11. Embocar su planeta en un agujerito. Una desmesurada, ejemplar
previsión en el apronte de su objetivo. De haberla tenido Colón antes de soltar
amarras de Puerto de Palos, su carabela no habría hecho tanto huevo en los
verdosos links de la Mar Océano.
Pero no hay obviedad que por bien no venga: la fotografía es el
fotógrafo. Sólo él, por autoría, se convierte en lo que ve. Da en el hoyo de su
captura singular y en ese acto estampa firma de autor. Primero la foto se le
revela. Luego, él revela la foto. El argumento original de la imagen es siempre
suyo. Los mirones que nos asomamos a curiosear en ella la recreamos de ojito.
No de ojo, como él. A nosotros nos es ofrecido el ejercicio de alistar neuronas
para (como imaginarios golfistas) intentar no pasarnos ni quedarnos cortos al
arrimar el bochín del sentido.
Del primero sabemos (y celebramos) que haya visto que allí, además de un
profesional del golf había un arácnido vestido de blanco dispuesto a un triple
salto mortal a ras de hierba. Casi un hombre langosta. Un quiebre de la
realidad. Eso que necesitamos para que la vida sea una fiesta saliendo del
oxidado andarivel de lo mismo. Un golfista en vertical, arqueado y a punto de,
es una imagen falta de erótica visual. Aun producidos no la levantan ni Messi ni
Massa por más cara que le pongan. Fotos así se achanchan. Son como las de
caballos o de autos en el momento del pelotón. Una nada (óptica) en bote.
Uno podría quedar horas en soliloquio ante este nadador inmóvil sobre la
hierba. Y a cada nueva traducción de lo que dispara su imagen, se le sumaría
una nueva traición al hecho en sí. El juego a que invita toda fotografía es el
mismo que propone toda vida a aquel que la mira. Esta es una foto abierta y
cerrada a la vez. Denota y connota. Sugiere al por mayor. Mil personas le
sumarían mil fábulas. Y así hasta 7.300 millones de intérpretes.
No. No es un presidente. Ni siquiera un ministro. Esta
dedicación resultaría exótica en cualquier ámbito del poder (y por eso
al mundo le va como le va). Faltan líderes que se exijan así. El tipo no quiere
fallar. Calcula, proyecta, afina el objetivo, se involucra. No pierde tiempo
rebotando por el campo, gritando a sus competidores o enrojeciendo de ira por
lo que pudieran decir de él los caddies escribas que andan por allí. Está en lo
que está. Respeta las reglas del juego. Ajusta su sintaxis con la dedicación de
una tejedora de puntillas o un relojero veterano. Es un obseso al que
debemos agradecer su obsesión.
No creo imprudente sugerir que esta fotografía del golfista simbólico
pase a ilustrar como afiche educador las paredes de las escuelas, oficinas y
talleres del mundo. Sea en Pekín, en París o en Estambul. Y ya no con mera,
municipal sugerencia (pues seguro que la marginarían), sino con tosco y
prepotente decreto de necesidad y urgencia, a las de los despachos oficiales de
todo el país. Sin apostilla alguna. Y quien quiera embocar, que emboque.
Cúmplase.
© Perfil.com
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