Por Jorge Fernández Díaz |
Este martes navideño, al calor del
consumo y la euforia, se anunciaba cada hora por los altoparlantes del shopping
un descuento espectacular y, por lo tanto, imperdible, y una marea humana se
abalanzaba entonces sobre el local, lo inundaba y ponía a los empleados en
verdaderos apuros. Un amigo, arrastrado por esa marabunta, escuchó de
casualidad la conversación que susurraban dos de ellos, mientras armaban los
paquetes con cintas doradas y rojas. Sonreían de costado, no salían de su
perplejidad.
Habían aumentado esa mañana un 40% el precio de los productos y
ofrecían esa misma tarde un 40% de rebaja. Parecía un timo de Nueve reinas,
pero la ficción funcionaba porque los clientes estaban dispuestos a creerla, y
porque como en el juego sucio del as de oro, hoy la gracia consiste en sacarse
de encima cuanto antes esos billetes que por inflación galopante cada vez valen
menos.
El Gobierno acababa de anunciar un
logro heroico: la baja del 5% en los combustibles. Se olvidó de contabilizar,
por supuesto, que en los últimos meses habían aumentado un 55%. Fue una jornada
intensa: Aníbal Fernández desmintió al presidente del Banco Central y aclaró
que no puede levantarse el cepo, sencillamente, porque el cepo no existe. Es el
mismo truco por el que se ha dicho que a la Argentina no le interesa salir del
default, dado que nunca cayó en él. Malabarismos de palabra, prestidigitación
de mago pobre: nada por aquí, nada por allá. Acá está y acá no estuvo nunca.
Por la noche, Daniel Scioli, convertido en nuestro Santa Claus anaranjado,
sacaba pecho: "No hubo ninguna alteración en el orden público, cuando
otros auguraban lo contrario". Se refería a los saqueos más anunciados de
la historia, que fueron exclusivamente augurados por el propio gobierno
nacional. Una y otra vez, de manera machacona, los funcionarios trataron de
exorcizar los demonios más temidos y de curarse en salud, mientras repartían
guita a diestro y siniestro entre los que verdaderamente se sacaron el Gordo de
Navidad: los punteros, esos buenos muchachos de siempre.
Así va terminando el año de la
devaluación, el default, el 37% de inflación, la pérdida de 650.000 puestos de
trabajo, la parálisis de la industria, la indiferencia de los inversores, la
sequía de las economías regionales, la crisis de los holdouts, el auge de la
narcopolítica y el aislamiento internacional. Los timadores del aparato
mediático oficial podrán, sin embargo, hacerle eco a la jefa de Balcarce 50 y
reírse de las profecías apocalípticas. Ningún economista relevante pronosticó,
en verdad, un dólar a 50 pesos ni un crac estilo 2001. Pero rinde levantar
fantasmas inofensivos para luego derrotarlos con puñetazos en el aire.
Desmiento lo que nunca se declaró, y logro imponer la idea de que acertamos y
fallaron los agoreros. Los economistas que anunciaron un mal año no se
equivocaron. Nos advirtieron que no habría un estallido, pero que sería un
vuelo con duras turbulencias y progresivo deterioro. Fue lo que sucedió, y
posiblemente siga sucediendo de no mediar alguna medida milagrosa del Copperfield
argentino. El año comenzó con una alarmante hemorragia, signo inequívoco de una
grave enfermedad económica, y Kicillof aplicó un torniquete de curandero. A
continuación, decretó que el enfermo había sanado. Son inagotables los conejos
de la chistera, y los chistes pesados de la Casa Rosada.
El oficialismo podría jactarse, no
obstante, de algo real: el desbande del Frente para la Victoria nunca se
produjo. Aunque eso fue mérito de Scioli, que les garantiza a gobernadores,
legisladores e intendentes que la oligarquía peronista continuará después de
Cristina y que no vale la pena sacar hoy los pies del plato. Los peronistas han
decidido vampirizar hasta la última gota de la caja, y al día siguiente
convertirse en soldados sciolistas de la primera hora. Necesitan
desesperadamente esa platita porque muchos de ellos son pésimos administradores
y no sobrevivirían si los destetaran. Todo está atado con alambre, se compran
voluntades e ideologías abnegadas con dinero fresco y se mantienen en alto las
naranjas con la inyección artificial de un Estado que tiene un déficit cada vez
más preocupante. Somos un país chanta que vive de créditos internos, y que va
tapando agujeros y escapando hacia adelante sin ser capaz de ordenar sus
cuentas y conseguir ingresos genuinos. El pagadiós argentino está en su mayor
esplendor; habrá mucho atraso cambiario y la herencia será pesada. También es
un hecho innegable que Massa no logra cautivar a los caciques ni demostrarles
cuál es el negocio de saltar del bote ahora. Obvio: si el tigre llega a ganar,
todos los compañeros se convertirán de inmediato en peces voladores.
Este año que se va podría ser
definido por la palabra "autoridad". El cristinismo hizo como nunca
abuso de autoridad presidencial y uso indebido del Estado, confirmando su larga
adulteración de la democracia republicana: gobernó sin el mínimo consenso, como
si viviera en una autocracia, y modificó leyes fundamentales sin discutir nada
con nadie y para gran impotencia de todos. Pero perdió definitivamente su
autoridad moral en tiempo de despedida, y porque quiso cooptar y amedrentar
ferozmente a la Justicia: desató, en consecuencia, la guerra de las galaxias.
Apenas en los últimos días, mientras se elegían los regalos de Navidad, un
fiscal imputó a Berni por presunto enriquecimiento ilícito y otro pidió mandar
a juicio oral a Luis D'Elía por intimidación. Una Cámara Federal revocó el
sobreseimiento de Abal Medina en una causa por desvío de fondos. Y otra
confirmó el procesamiento de Romina Picolotti por "administración fraudulenta".
Un fiscal de Tucumán pidió citar a declarar a Milani por un crimen de lesa
humanidad. Marijuan solicitó la indagatoria de Lázaro Báez por lavado de
dinero, la Cámara apuró duramente a Casanello para que investigara a fondo la
llamada "ruta del dinero K" y Bonadio declaró en rebeldía al fiscal
antilavado Carlos Gonella y le prohibió salir del país. Esto sin contar,
naturalmente, con la gran preocupación de Cristina Kirchner, que es el affaire
Hotesur y sus propias evoluciones patrimoniales. En este sentido, su estrategia
menemista de las últimas horas consistió en calificar las meras informaciones
como "ataques". Y en explicarnos que cuando se ataca a un gobierno,
se ataca a la sociedad entera. Ninguna de las dos cosas es cierta. Y su júbilo
por la tesis del "Cuervo" Larroque resulta por lo menos risible.
Según el secretario general de La Cámpora, la mención en todo este enjuague de
Máximo, conocido administrador de los Kirchner, deviene del gran temor
electoral anticipado que despierta este gigante de la política nacional. Que
nunca le ganó a nadie.
El kirchnerismo, por lo menos en
su formato actual, dejará varios cadáveres en el campo de batalla: el prestigio
de las organizaciones de derechos humanos, la decencia como imperativo
político, la consideración por las instituciones, la credibilidad de las
estadísticas. Y el mismísimo rol del Estado, que por insólita incompetencia y
venalidad están quemando día tras día ante la opinión pública. Pero ojo: el
tufo de la corrupción, tan candente en estas semanas navideñas, no moverá el
amperímetro de las encuestas ni de los votos. Es que somos una familia
disfuncional, infectada por la división y propensa a las negaciones y a los
timos, que sólo intenta levantar la copa sin agarrarse a botellazos ni caerse de
bruces. Rebajas de diciembre, deseos modestos de fin de año.
0 comments :
Publicar un comentario