domingo, 28 de diciembre de 2014

Gangas navideñas y otros timos kirchneristas

Por Jorge Fernández Díaz
Este martes navideño, al calor del consumo y la euforia, se anunciaba cada hora por los altoparlantes del shopping un descuento espectacular y, por lo tanto, imperdible, y una marea humana se abalanzaba entonces sobre el local, lo inundaba y ponía a los empleados en verdaderos apuros. Un amigo, arrastrado por esa marabunta, escuchó de casualidad la conversación que susurraban dos de ellos, mientras armaban los paquetes con cintas doradas y rojas. Sonreían de costado, no salían de su perplejidad.

Habían aumentado esa mañana un 40% el precio de los productos y ofrecían esa misma tarde un 40% de rebaja. Parecía un timo de Nueve reinas, pero la ficción funcionaba porque los clientes estaban dispuestos a creerla, y porque como en el juego sucio del as de oro, hoy la gracia consiste en sacarse de encima cuanto antes esos billetes que por inflación galopante cada vez valen menos.

El Gobierno acababa de anunciar un logro heroico: la baja del 5% en los combustibles. Se olvidó de contabilizar, por supuesto, que en los últimos meses habían aumentado un 55%. Fue una jornada intensa: Aníbal Fernández desmintió al presidente del Banco Central y aclaró que no puede levantarse el cepo, sencillamente, porque el cepo no existe. Es el mismo truco por el que se ha dicho que a la Argentina no le interesa salir del default, dado que nunca cayó en él. Malabarismos de palabra, prestidigitación de mago pobre: nada por aquí, nada por allá. Acá está y acá no estuvo nunca. Por la noche, Daniel Scioli, convertido en nuestro Santa Claus anaranjado, sacaba pecho: "No hubo ninguna alteración en el orden público, cuando otros auguraban lo contrario". Se refería a los saqueos más anunciados de la historia, que fueron exclusivamente augurados por el propio gobierno nacional. Una y otra vez, de manera machacona, los funcionarios trataron de exorcizar los demonios más temidos y de curarse en salud, mientras repartían guita a diestro y siniestro entre los que verdaderamente se sacaron el Gordo de Navidad: los punteros, esos buenos muchachos de siempre.

Así va terminando el año de la devaluación, el default, el 37% de inflación, la pérdida de 650.000 puestos de trabajo, la parálisis de la industria, la indiferencia de los inversores, la sequía de las economías regionales, la crisis de los holdouts, el auge de la narcopolítica y el aislamiento internacional. Los timadores del aparato mediático oficial podrán, sin embargo, hacerle eco a la jefa de Balcarce 50 y reírse de las profecías apocalípticas. Ningún economista relevante pronosticó, en verdad, un dólar a 50 pesos ni un crac estilo 2001. Pero rinde levantar fantasmas inofensivos para luego derrotarlos con puñetazos en el aire. Desmiento lo que nunca se declaró, y logro imponer la idea de que acertamos y fallaron los agoreros. Los economistas que anunciaron un mal año no se equivocaron. Nos advirtieron que no habría un estallido, pero que sería un vuelo con duras turbulencias y progresivo deterioro. Fue lo que sucedió, y posiblemente siga sucediendo de no mediar alguna medida milagrosa del Copperfield argentino. El año comenzó con una alarmante hemorragia, signo inequívoco de una grave enfermedad económica, y Kicillof aplicó un torniquete de curandero. A continuación, decretó que el enfermo había sanado. Son inagotables los conejos de la chistera, y los chistes pesados de la Casa Rosada.

El oficialismo podría jactarse, no obstante, de algo real: el desbande del Frente para la Victoria nunca se produjo. Aunque eso fue mérito de Scioli, que les garantiza a gobernadores, legisladores e intendentes que la oligarquía peronista continuará después de Cristina y que no vale la pena sacar hoy los pies del plato. Los peronistas han decidido vampirizar hasta la última gota de la caja, y al día siguiente convertirse en soldados sciolistas de la primera hora. Necesitan desesperadamente esa platita porque muchos de ellos son pésimos administradores y no sobrevivirían si los destetaran. Todo está atado con alambre, se compran voluntades e ideologías abnegadas con dinero fresco y se mantienen en alto las naranjas con la inyección artificial de un Estado que tiene un déficit cada vez más preocupante. Somos un país chanta que vive de créditos internos, y que va tapando agujeros y escapando hacia adelante sin ser capaz de ordenar sus cuentas y conseguir ingresos genuinos. El pagadiós argentino está en su mayor esplendor; habrá mucho atraso cambiario y la herencia será pesada. También es un hecho innegable que Massa no logra cautivar a los caciques ni demostrarles cuál es el negocio de saltar del bote ahora. Obvio: si el tigre llega a ganar, todos los compañeros se convertirán de inmediato en peces voladores.

Este año que se va podría ser definido por la palabra "autoridad". El cristinismo hizo como nunca abuso de autoridad presidencial y uso indebido del Estado, confirmando su larga adulteración de la democracia republicana: gobernó sin el mínimo consenso, como si viviera en una autocracia, y modificó leyes fundamentales sin discutir nada con nadie y para gran impotencia de todos. Pero perdió definitivamente su autoridad moral en tiempo de despedida, y porque quiso cooptar y amedrentar ferozmente a la Justicia: desató, en consecuencia, la guerra de las galaxias. Apenas en los últimos días, mientras se elegían los regalos de Navidad, un fiscal imputó a Berni por presunto enriquecimiento ilícito y otro pidió mandar a juicio oral a Luis D'Elía por intimidación. Una Cámara Federal revocó el sobreseimiento de Abal Medina en una causa por desvío de fondos. Y otra confirmó el procesamiento de Romina Picolotti por "administración fraudulenta". Un fiscal de Tucumán pidió citar a declarar a Milani por un crimen de lesa humanidad. Marijuan solicitó la indagatoria de Lázaro Báez por lavado de dinero, la Cámara apuró duramente a Casanello para que investigara a fondo la llamada "ruta del dinero K" y Bonadio declaró en rebeldía al fiscal antilavado Carlos Gonella y le prohibió salir del país. Esto sin contar, naturalmente, con la gran preocupación de Cristina Kirchner, que es el affaire Hotesur y sus propias evoluciones patrimoniales. En este sentido, su estrategia menemista de las últimas horas consistió en calificar las meras informaciones como "ataques". Y en explicarnos que cuando se ataca a un gobierno, se ataca a la sociedad entera. Ninguna de las dos cosas es cierta. Y su júbilo por la tesis del "Cuervo" Larroque resulta por lo menos risible. Según el secretario general de La Cámpora, la mención en todo este enjuague de Máximo, conocido administrador de los Kirchner, deviene del gran temor electoral anticipado que despierta este gigante de la política nacional. Que nunca le ganó a nadie.

El kirchnerismo, por lo menos en su formato actual, dejará varios cadáveres en el campo de batalla: el prestigio de las organizaciones de derechos humanos, la decencia como imperativo político, la consideración por las instituciones, la credibilidad de las estadísticas. Y el mismísimo rol del Estado, que por insólita incompetencia y venalidad están quemando día tras día ante la opinión pública. Pero ojo: el tufo de la corrupción, tan candente en estas semanas navideñas, no moverá el amperímetro de las encuestas ni de los votos. Es que somos una familia disfuncional, infectada por la división y propensa a las negaciones y a los timos, que sólo intenta levantar la copa sin agarrarse a botellazos ni caerse de bruces. Rebajas de diciembre, deseos modestos de fin de año.

© La Nación

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