Por Alberto Asseff (*) |
Es harto conocida la frase atribuida al presidente Clinton
sobre que era la economía la que le sustentó su reelección: ¡“Es la economía,
estúpido”!
¿Cuál es el motivo para que la octava y esplendorosa
superficie política del planeta, poblada por escasos 41 millones, esté trabada
por una constelación de problemas con tendencia a agudizarse y pronóstico reservado?
Respondo que ¡‘es la política, estúpido’! Contesto, obviamente, con respeto,
pero con crudeza.
Naturalmente, la causa de nuestros males no es la política
en sí, sino la mala política. Tan mala en sus intenciones como en sus funestos
resultados. La mala política tiene una matriz perversa: se hace política para
fines personales, disociados por completo y a sabiendas – con alevosía, diría un
criminalista - de los intereses generales, del acertadamente llamado bien
común.
La mala política es indiferente a los intereses nacionales
que abarcan los del pueblo. No se puede ignorar a los objetivos e intereses del
país y paralelamente proclamar que se sirve a los intereses del pueblo.
Precisamente, desconocer y desguarnecer a los intereses generales en nombre del
presunto tributo al pueblo se llama populismo, ese espejismo embriagador que
devasta a cualquier país que lo sufra.
La mala política es siempre cortoplacista, emparchadora,
zigzagueante, con agenda diaria, pero sin metas de larga mirada. La mala
política practica a pie juntillas el ‘aquí y ahora’, hace leyes a medida de la
necesidad momentánea, desnaturaliza el debate – suplantado por la obediencia
ciega que es la antítesis de la disciplina-, es ‘encantadora’ y anestesiante,
pero vacua, demagógica, cínica. Es toda codicia, sin sana ambición.
La mala política es, paradojalmente, milagrosa, tanto que
puede trocar un país rico en pobre, un pueblo dotado en inerme y atónito, una
vasta comarca inicialmente prometedora en un mar de desazones y desesperanzas.
¿Cuál es el genésis de la mala política? Seguramente, en la
raíz está la impunidad combinada con la tentación de ‘avivarse’ y hacer trampa.
Nosotros tuvimos desde siempre dos inconductas: burlar la ley y buscar el
acomodo fácil. Anomia y facilismo fueron letales porque los fogoneó la
impunidad. Cuando se comprobó que no eran el mérito y el esfuerzo los que
garantizaban el ascenso económico y que tampoco era un seguro cumplir la ley,
la hidra de la descomposición avanzó con su veneno.
En un contexto como el descripto, sólo la política puede
corregir el rumbo errado. Empero, si la política es ganada por las patologías
identificadas, el remedio se torna inasequible.
Estamos en los pórticos del año electoral que podría
significar el fin de un ciclo decadente que abarca mucho más que los doce años
del llamado ‘pingüinismo’ ¿Será fin de ciclo o continuidad disfrazada de
cambio? La respuesta depende del grado de conciencia-exigencia de los
ciudadanos. Vinculo los dos vocablos con un guión copulativo porque ambas actitudes
están asociadas. Si hay conciencia de algo, de alguna necesidad, de un reclamo
de otra conducta dirigencial, habrá exigencia de que así sea. Y habrá un voto
precisamente tan consciente como exigente. Habrá votantes en vigilia que no se
limitan a sufragar y luego distraerse, sino que vigilarán cómo se ejercita el
poder que con su expresión de voluntad delegaron.
La buena política puede lograr que el país retome un gran
rumbo. Esa política fructífera no es espontánea, sino una construcción social o
como suele decirse, colectiva. No es menester que los 41 millones hablen entre
sí, militen codo a codo, sino que se requiere que se desplieguen esos
comportamientos propios del civismo: asumir la ciudadanía en plenitud, con
cabalidad; jamás mirar para otro lado o dejar que ‘otro lo arregle’ si yo puedo
hacer algo útil; nunca creer que la solución viene en avión y aterriza trayendo
sus dones y su generosidad, ya que los resultados son el producto de acciones
colectivas timoneadas por dirigentes que elegimos cargándolos de
responsabilidad y controlándolos con nuestra activa y vigilante participación.
Por último, nunca nos permitamos tentarnos con la falaz
propuesta de que a la mala política la podemos sustituir con la ausencia de
política. Como dirían en el bar de la esquina, ahí sí que estaríamos
definitivamente ‘en el horno’.
El fin de ciclo va a acarrear soluciones perdurables.
Depende de nosotros y de la buena política que podamos proveernos.
(*) Diputado nacional UNIR- Frente Renovador
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