La Presidenta tenía
en Macri a su rival favorito, pero con la cercanía de Lilita
cambió de opinión.
Raros silencios.
Por Roberto García |
“Prefiero un opositor leal y no aliados bajo sospecha”. La frase,
cierta o no, se le atribuye a Cristina de
Kirchner frente a un interlocutor notorio –en una entrevista
privada–, quien se había atrevido a preguntarle por algunos candidatos
presidenciales. La confesión ocurrió en el diálogo al incluir a Mauricio Macri en la
lista. Y dejaba expuesto en la ganchera del sacrificio a Daniel Scioli, a quien
Ella esta semana acomodó en la fila con un coscorrón (“no quiero silencios
cómplices”, le reprochó).
De Sergio Massa, ni mención en el encuentro:
la mandataria no lo puede ver y su confesor ni accede a verlo. Señalar a
Macri como favorito indeseado fue una descarga personal que no incluyó
las obvias ventajas políticas o conveniencias propias de la mujer en esa
elección: después de 2015, mejor ser cabeza intolerante de un robusto frente
asediando a Macri en lugar de acompañar a cualquier otro gobierno de dudosa
fidelidad que llegara al poder como la continuidad del actual. Al menos,
cínicamente, de sus “cosas positivas”.
Quien preguntaba, un argentino casi siempre inquieto por la finalización
normal del mandato femenino, reconoció entonces que el proceso hasta las
elecciones generales será bastante complejo. Tanto que, en pocos días, se
desvaneció aquella referencia favorita sobre el alcalde porteño. Venía con
fecha de vencimiento, como el yogurt. Sea por movidas del ingeniero o por la
temperatura ambiente que agrieta hasta las paredes en la Casa Rosada.
A pesar de que Macri siempre operó para ser el más “leal” de los
opositores. Para él, Báez es el “cartonero” de fugaz fama en tiempos que
presidía Boca Juniors. No existe otro en su diccionario, ni un Lázaro que lo
ilumine o lo haga andar. Como otros postulantes, para ser justos: se han
servido de una común y silenciosa pulcritud para ignorar ciertos episodios
venales que revelan periodistas o magistrados. Seguramente es la recomendación
de los asesores en opinión pública. También hizo otros gestos el ingeniero: prometió,
si llega al gobierno, dejar en el cargo a su colega Miguel
Galuccio, quizás por fidelidad de profesión, por consejo de sus
economistas, amor por contratos confidenciales (Chevron) o influencia de una
experta publicitaria, Dorotea, de tanto peso en YPF como el propio titular de
la empresa, seguramente por su relación con la Presidenta, a quien aconseja con
el mismo y repetido empeño que hace unos años aplicaba a Macri, con más
precisión a la que fue una de sus consortes más voluptuosas: le hacía creer que
ella interesaba por su intelecto, por su futuro político, no por la densa
estética de su cuerpo. Una profesional.
Ese reconocimiento a Galuccio, tan opuesto al de Massa, se tropieza hoy
–entre otros argumentos referidos a la producción– con la insólita realidad de
que el mundo paga 60% más barato el petróleo pero ese bajón no llega a los
consumidores argentinos. Es que, como suele reiterar Axel Kicillof, los precios
para el tonto público son obra de las empresas concentradas, de los poderes
hegemónicos. De YPF y el Estado, en suma.
Disueltas. Pero se le disolvieron a Macri esas concesiones, por no citar otras históricas
y en apariencia negociadas (del juego y Cristóbal López al traslado de la
estatua de Colón, de las escuchas a la incorporación de algún ministro salido
de la Justicia). Finalmente, debió aterrizar en el mismo hangar de los
enemigos presidenciales, como un mortal más. El desencuentro proviene en la
superficie de una expresión: “No mantendré loscurros de los
derechos humanos”, refiriéndose a subsidios poco explicables,
ilícitos congelados, facilidades y protecciones diversas a las organizaciones
ad hoc, al canje manifiesto de favores estatales con declaraciones de apoyo.
Volvió a ser de derecha para el Index presidencial, aunque simplemente Macri se
sumó a otras denuncias; pero lo dijo justo cuando Ella subía a Hebe de Bonafini al
avión de la Rosada para mostrarla, ante otros mandatarios de la región, como
partícipe familiar de una lucha común. Fue esa declaración del intendente una
forma de ensuciarle el regreso a las fuentes que encumbraron a su marido
Néstor, una renovada campaña –se observará sin duda hoy en el
acto de Plaza de Mayo– a la que apela el oficialismo para
opacar los fogonazos sobre corrupción, de Báez a Boudou, de Hotesur a Ella y a
su hijo. Pero esa frase de Macri, odiosa para Cristina, es la pantalla de
otros resentimientos.
Se acabó la confianza antes, cuando el jefe porteño decidió mimar
a Elisa Carrió y ésta devolverle las lisonjas. Justo también con
quien Cristina supone autora de todas sus calamidades, a la que evita
contestarle u ordena devaluarla con torpes desafíos de Capitanich o Aníbal
Fernández. Hay un pleito superior entre las dos mujeres, añoso, al extremo de
que Carrió gasta un ingenio perverso cuando a la viuda de Kirchner dice
eximirla de todos los cargos porque “está enferma” . Esa nueva política de
Macri, socia en una alianza futura y la segura voz que cubrirá las afonías del
alcalde, constituyeron la principal razón para excluirlo como “leal opositor”.
Y no faltó en la ponderación alguna otra controversia, más crematística, que
separa al empresario y ladero del alcalde (Caputo) de los planes de Julio De
Vido. Todo por el bien de la obra pública, ya se verá.
Hoy, entonces, para delicia de sus adictos, Cristina, más
pasional que nunca, sola contra todos –es una imagen cinematográfica,
claro– para no dejar principios en los escalones de la Casa Rosada y enfrentar
a buitres, jueces, periodistas, monopolios y políticos que insisten en
preguntar por su fortuna y la de su vicepresidente, Amado Boudou. Gente que ya
no es leal ni oponiéndose, como Macri. De los otros, ni hablar.
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