Sin dirigentes
carismáticos, el radicalismo está en crisis vocacional y hoy parece obsesionado
con los matrimonios por conveniencia.
Por Beatriz Sarlo |
Sin dirigentes carismáticos ni hacia adentro ni hacia afuera, el radicalismo
está en crisis vocacional. Proliferan los jefes provinciales y
municipales ilusionados
por alianzas locales con quien pueda garantizarles una elección o
una permanencia en los cargos. Habrá crescendo antes de fin de año.
Pero no es la primera vez que sucede en la era K. Algunos dirigentes
radicales se persuadieron demasiado rápidamente de que Néstor Kirchner deseaba
(o necesitaba) una transversalidad donde habría lugar para aquellos que lo
siguieran. No es cuestión de dar nombres, porque todo el mundo los conoce. Hubo
intendentes, gobernadores, cuadros políticos y hasta un vicepresidente que
creyeron, de buena o mala fe, que del desastre de 2001 el partido ya no salía o
que era insuficiente la fuerza propia. Esas movidas hacia el espacio exterior no
fueron ideológicas ni programáticas sino organizativas: conservar lo que se
tenía en un distrito, ofrecerlo como valor en el mercado político y seguir en
el gobierno local. El socialismo también sufrió deslizamientos de esa índole,
menos significativos, porque no afectaron su fortaleza santafesina.
Quienes no intentaron el juego de pases ni ofertaron localidades en propiedad
compartida siguieron un camino de alianzas que tuvo un carácter al que no le
queda muy grande el adjetivo “desesperado”: la conjunción con De Narváez o la
candidatura de Lavagna en 2007. Cualquier ocurrencia parecía una
promesa de salvación.
Sin revisar a fondo qué había sucedido con la alianza
UCR-Frepaso, el radicalismo –un partido cuya historia se había
caracterizado por la desconfianza o la renuencia a los frentes, salvo en la
Unión Democrática– hoy parece obsesionado con los matrimonios de
conveniencia. Ni siquiera hablo de ideas.
Esto tiene que ver con dos rasgos de la situación. Por un lado, el
convencimiento honesto de algunos dirigentes de que es necesario unir fuerzas
para derrotar al PJ. Pero no es ésta la razón principal, como en verdad lo es
para Elisa Carrió.
Para otros radicales, en cambio, se trata de conservar o ganar posiciones
regionales. De eso hablan. O sea que la política nacional de la UCR se
mueve por las necesidades o las ambiciones de los jefes distritales.
No voy a plantear una discusión teórica sobre si los partidos deben construirse
desde las bases regionales hasta las cúpulas nacionales o seguir la dirección
inversa. El radicalismo alcanzó grandes triunfos cuando fueron líderes
de indiscutible peso nacional (aunque su primera base estuviera en un
distrito) los que convencieron de la estrategia a los dirigentes y cuadros
distritales. Esto fue así incluso cuando el radicalismo sufrió fracturas, por
ejemplo con la división entre la Unión Cívica Radical del Pueblo y la Unión
Cívica Radical Intransigente, que llevó a la
presidencia a Frondizi (una gran oportunidad cortada por un
golpe de Estado). Y también fue así cuando Raúl Alfonsínalineó
el partido detrás de su idea de lo que la Argentina necesitaba en la transición
democrática, llamando a todas las tradiciones políticas, pero no subordinándose
a alianzas que terminaran dictándole la estrategia. Muy por el contrario, fue
Alfonsín quien le dio forma definitiva al triunfo y a la transición
democrática. Él convenció a viejos dirigentes de su partido, pero antes les
demostró que podía ganarles. Fue él quien marcó la línea, incluso la de
incorporar a la UCR a la Segunda Internacional.
Fracaso. Otro capítulo que valdría la pena analizar es el de la Alianza que llevó
a la presidencia la fórmula De la Rúa-Alvarez. También Alfonsín estuvo
detrás de esa alianza, que tuvo un programa, redactado por Rodolfo Terragno,
que cualquiera de los partidos firmantes podía reconocer como propio. Sin
embargo, todo terminó en un fracaso, cuyas causas fueron económicas (la
adhesión supersticiosa a la convertibilidad entre otras). Pero ese fracaso
económico más un episodio como el de la Banelco explican sólo a medias que
gobernar en alianza no es algo que se decida hoy y se lleve exitosamente a la
práctica al día siguiente. Incluso para negociar programas, primero habría que
tenerlos, ya que es improbable que “gobernar para la gente” y simplezas por el
estilo sean de mucha ayuda. The New Yorker acaba de publicar un retrato de
Angela Merkel donde los que quieren juntarse podrían leer cosas bien
interesantes.
Cuando hoy se discuten alianzas y pactos parece que la
experiencia no sirve para nada. Por magia de la transustanciación de
estilos y personas, todo dependería de ponerle onda y portarse bien. La
dimensión ideológica no sólo se volatilizó en la conciencia de los votantes
sino que fue extirpada del cerebro de los dirigentes.
En un sentido, las tendencias aliancistas del radicalismo, además de
reflejar las necesidades provinciales y regionales, están reflejando
una nueva forma de hacer política. La crisis de los partidos ha llegado
finalmente a la UCR, que en 1916 ganó con el voto universal y secreto, después
de dos décadas de intransigencia que hizo posible la Argentina de masas, ésa
que fue la Argentina del siglo XX.
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