miércoles, 10 de diciembre de 2014

El fantasma de la ingobernabilidad

Por Luis Gregorich
A un año del traspaso del poder a una nueva administración, quizá la sociedad argentina, y sobre todo sus dirigentes políticos, no se han preguntado lo suficiente acerca de un asunto que resulta a la vez inquietante y obvio: ¿cómo gobernar a partir del 10 de diciembre de 2015?

La respuesta obvia y optimista es que se gobernará de acuerdo con la Constitución y las leyes, que los ganadores de las elecciones ocuparán su lugar y los perdedores el suyo, que la división de poderes será observada escrupulosamente y que los argentinos recuperarán, poco a poco, su voluntad de consenso y diálogo, un tanto extraviada en los últimos años.

Sin embargo, si la mirada se hace más inquisidora y crítica, las conclusiones no son tan claras. Por un lado, habrá que ver, con números en la mano, cuál será la situación económica que se reciba, y cuál el contexto regional y mundial en que esta situación se articule. Si se mantienen los actuales índices inflacionarios y a la vez las cifras de desocupación aumentan y el crecimiento económico cae, los nuevos mandatarios deberán proceder a ajustes por ahora difíciles de mensurar, pero que de cualquier modo tendrán grave repercusión política y social.

Tampoco ayuda a una tranquila transferencia del poder el hecho de que hayamos tenido un ciclo hegemónico de tres presidencias, es decir doce años, y que los titulares de esa hegemonía no hayan podido designar a un sucesor probadamente fiel y alineado. Hablamos, por supuesto, del kirchnerismo de línea dura y estructura familiar, que poseerá respetables bloques en ambas cámaras del Congreso, desde donde tendrá capacidad para lastimar y dividir.

Un último dato que se inserta en este complejo panorama es la desintegración del sistema de partidos. La representación a escala nacional es un lujo que sólo el justicialismo puede darse, si bien con un alto costo de conflictos internos y de feudos territoriales que se mantienen blindados y que venden caro su apoyo. Esta fragmentación esteriliza por el momento cualquier intento serio de compromiso federal, que de cualquier modo habrá que asumir en un futuro no muy lejano.

La pregunta del comienzo también puede plantearse (en realidad, debe plantearse) a partir del horizonte de cada uno de los tres precandidatos presidenciales que hasta ahora asoman con posibilidades de victoria (Daniel Scioli, Sergio Massa y Mauricio Macri) y del demorado frente UNEN, que se mueve como un paquidermo. Se prevé una menor aunque no despreciable votación para los grupos trotskistas y neotrotskistas; en tanto, los residuos del Partido Comunista, metamorfoseados en entidades culturales y cooperativistas, están activamente aliados al kirchnerismo.

Las primeras dudas acerca de la gobernabilidad surgen con Scioli. Podrá ser finalmente el candidato del Frente para la Victoria, pero no es, en ningún escenario, el candidato de Cristina. Es paradójico que pudiera desempeñarse como gobernador de la provincia de Buenos Aires (con una gestión no más que regular, hay que decirlo) precisamente porque su mandataria y jefa política compensaba con su fuerza y poder la debilidad de Scioli.

Su origen menemista y su vacío ideológico generan desazón en los escuadrones kirchneristas, pero no hay otra figura del oficialismo que tenga mejor imagen frente a la sociedad ni una mayor intención de voto. Debe reconocérsele cierta capacidad para dialogar y acordar con otras fuerzas, aunque su propio anclaje en el justicialismo es frágil y está expuesto a rendiciones de cuentas inesperadas. Las expectativas que se tienen con él para ganar en primera vuelta parecen exageradas, mucho más que los pronósticos que lo ubican perdiendo irremisiblemente en un ballottage. Es tan difícil que pueda desprenderse de la maternal preponderancia de Cristina como que, a estas alturas, resulte capaz de construir un poder propio.

Las esperanzas de Sergio Massa están, a la vez, mejor fundadas, pero resultan más precarias que las de Scioli. Sin duda, de los tres precandidatos mencionados es el único que cuenta con un modesto carisma, otorgado por su juventud y lo que podría llamarse su énfasis juvenilista. Ha tratado de aprovechar una demanda de diversos sectores de la población que buscan lo imposible: cambiar y quedar iguales, conservar el asistencialismo kirchnerista, pero sin corrupción ni autoritarismo.

Massa ha ido formando equipos con gente respetable y ha recogido interesantes apoyos en la provincia de Buenos Aires, distrito que es la madre de todas las batallas. Pero su juego de ser oficialista y opositor a la vez, ex integrante de la cúpula kirchnerista y al mismo tiempo fresco redentor de un régimen corrupto, no es fácil de sustentar en el tiempo. Por otra parte, su inserción territorial es baja, su peso dentro del aparato justicialista es reducido, y no se ve cómo debería hacer, en la primera vuelta, para presentarse como la opción válida de la oposición.

Para completar esta armazón tripartita, falta Mauricio Macri. Sus cartas de presentación son dos: ha sido exitoso presidente de Boca Juniors, el más popular equipo de fútbol de la Argentina, y es en la actualidad (desde 2007) jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Aunque discutida, su gestión en nuestra ciudad tiene una valoración mayoritariamente positiva, sobre todo en las áreas de transporte, cultura, infraestructura urbana y espacios verdes. Al igual que Massa, tiene una escasa inserción territorial, y su partido, Pro, se va organizando lentamente en el país. Su ventaja consiste en que podría concentrar, en el ballottage, buena parte del voto opositor.

No todo, por cierto. Aún se le reprocha, por parte de sectores progresistas, su condición de empresario "de derecha", etiqueta que, en realidad, no ha merecido. Más bien podría situárselo, si estas clasificaciones conservan sentido, en un liberalismo moderado, del que tampoco están lejos, a pesar de su barniz peronista, Scioli y Massa.

¿Y qué pasa con el espacio supuestamente socialdemocrático FA-UNEN? ¿Lo hemos perdido por el camino? ¿Qué pasa con esta alianza de, básicamente, los dos partidos más viejos de la Argentina, el radical y el socialista? ¿Qué decir de los planteos de Elisa Carrió, que pueden dañar este espacio o ampliarlo insólitamente?

Ya en el mes de abril, desde estas mismas páginas, propusimos una confluencia entre FA-UNEN y Pro de Macri, con un programa común mínimo que luego se completaría con acciones concretas en cada campo de la vida social. Nos parecía la única forma de no robarse votos mutuamente y de generar una coalición opositora creíble en todo el país. Ahora se ha perdido mucho tiempo en análisis de sangre ideológicos y en inútiles personalismos, y no hay mucho más para perder. Scioli hará un gran esfuerzo para reunir a todo el espectro oficial. Massa, a partir del peronismo disidente, hará alianzas por todas partes. Y a Macri y a los socialdemócratas sólo les queda unirse, para plantarse como el eje opositor. Y para que los viejos partidos no pasen vergüenza.

La gobernabilidad, a partir de diciembre de 2015, no será fácil de ninguna manera. No habrá fuerzas hegemónicas, sino varias minorías conviviendo. Es probable que la situación de la economía esté peor, y que tengamos que seguir combatiendo la corrupción, el narcotráfico y la impunidad.

De tal forma, los principales candidatos y partidos tendrán la obligación de acordar pactos de Estado que permitan gobernar a los ganadores y de cumplir el papel de oposición democrática a quienes pierdan.

Se trata, por lo menos, de asegurar un período inicial de estabilidad económica, de sostener una mirada compartida al largo plazo, y de interponer una cortina de honestidad y firme voluntad de castigo entre el patrimonio nacional y quienes lo han saqueado sin piedad. No hay garantías de que estos consensos funcionen, pero no intentarlos equivale a confesar que no hay alternativa, después de 2015, para un país ingobernable.

© La Nación

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