Por Fernando González |
Amado Boudou sigue rompiendo records. Es el primer
vicepresidente procesado de la historia argentina y ahora será el primero
también en ser protagonista de un juicio oral y público. El juez federal,
Claudio Bonadio, fue el encargado de sellar ese destino en una de las tres
causas que lo convirtieron en el dirigente con peor imagen del país. Una cupé
roja de fabricación japonesa con papeles truchos, números falsos y direcciones
inexistentes.
Así y todo, ésa podría ser la más liviana de sus tribulaciones
judiciales porque el caso Ciccone le traerá sorpresas aún más desagradables en
muy poco tiempo.
Boudou está sólo. Absolutamente solo. Ya no lo invitan a los
actos oficiales ni viaja a todos los países que descarta Cristina. En el
Senado, lo evitan en los pasillos hasta los legisladores kirchneristas. La
soledad del vicepresidente es como una peste y los funcionarios de primera o
décima categoría le huyen al contagio. Quedaron muy lejos los días de la
guitarra rockera, las remeras negras con leyendas ácidas y la cotización en
alza que traía aparejado un abrazo del hombre elegido por la Presidenta. Una
foto con él podía significar una promoción a personal de planta o, simplemente,
la admiración femenina. Pero aquel glamour es parte del pasado.
Los estrategas de la Casa Rosada desplegan varias teorías
sobre qué hacer con el lastre Boudou. Pero siempre se impone la tesis de
tenerlo como paraguas. "Cuando la opinión pública está ocupada con Amado
se olvida de Lázaro, de los hoteles y de Cristina", razona un funcionario
resignado con diploma de discípulo de Maquiavelo. Y sonríe como si estuviera
hablando de especulaciones sociológicas. Pero está hablando de corrupción. El
puchingball Boudou le sirve a la Presidenta para que los rayos se desvíen y no
deterioren su imagen maltrecha.
Claro que el cinismo no es siempre la respuesta adecuada. El
problema lo tienen aquellos kirchneristas que pretenden un triunfo electoral en
2015 o atrincherarse en alguna caverna que los proteja del frío fuera del
poder. Para los que quieren sobrevivir políticamente, el fantasma de Boudou
declarando ante la Justicia en tiempo de elecciones es un augurio de derrota
segura. A Daniel Scioli, a Miguel Pichetto o a Florencio Randazzo la decisión
que tomó el juez Bonadio les complica soberanamente los planes. No pueden
atacarlo y tampoco quieren defenderlo. Qué difícil es la vida del kirchnerista
crítico.
La única persona que puede tomar una determinación que
modifique el escenario de este Boudou protagonista es la Presidenta. Ella tiene
la llave para que permanezca en ese lugar de exposición o para bajarle el
pulgar y que sus obedientes legisladores lo arrinconen hasta hacerlo pedir una
licencia o simplemente la renuncia. Por ahora, el vicepresidente espera en
soledad que terminen las sesiones para pasar el verano. Cada día, cada semana,
cada mes que pasa es otra bocanada de oxígeno para una Argentina que se le ha
vuelto irrespirable.
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