Por Carlos Gabetta (*) |
Se nos pide “un balance de 2014 y expectativas para 2015”.
El problema es qué decir de nuevo sobre un balance que se reitera.
Por un lado, y sobre todo en el último año, siempre hay algo
negativo que agregar. Y casi siempre, a lo sumo en un par de días, el balance
globalmente negativo se queda corto, porque enseguida ocurre algo que lo hace
más negativo aún.
La economía, la política, la sociedad, las instituciones, los
organismos y funcionarios del Estado, el Gobierno, la Presidenta nos dan leña
para describir un incendio en ciernes, más allá de la perspectiva y
especialidad de cada cual. Hablamos, por supuesto, de gente sensata.
Por otro, a la hora de hacer prospectiva, nos encontramos
con que nada se mueve. Nada de fondo, realmente nuevo. No aparece en la clase
dirigente, o en los candidatos a tal, oficialistas u opositores, una mirada
realista sobre la situación. No digamos un diagnóstico; mucho menos un
programa.
De modo que la única prospectiva que puede hacerse acaba
resultando circular. Aquí estamos otra vez. En Argentina, tratar de mirar hacia
adelante es encontrarse viendo hacia atrás desde un presente peor. “Otra vez
sopa”, diría Mafalda. Por no ir muy lejos, en las tres últimas décadas hubo una
hiperinflación y una quiebra financiera total. Ahora estamos con el 40% de
inflación, muy endeudados y sin crédito, en recesión y con el dólar contenido
artificialmente. Por el lado político e institucional, hace una década la sociedad pidió que se
vayan todos. Ahora, los mismos que se tenían que ir se dispersan en orden
cerrado, igual que en 1999, cuando la crisis financiera de 2001 se avecinaba.
Ya he descrito eso (http://www.perfil.com/contenidos/2014/12/07/noticia_0021.html).
Últimamente, hasta la prensa oficial no tiene más remedio que reconocer ciertas
cosas, aunque trate de justificarlas sin temor al absurdo.
O sea que nos encontramos a las puertas, con más de un pie
dentro, de un tipo de crisis que va a ser la tercera en tres décadas. Que no
estamos ante un problema coyuntural, sino de estructura; de funcionamiento en
lo más profundo del sistema. Y más abarcador, porque cada vez la corrosión
afecta a más factores. La política, las instituciones, la corrupción y la
delincuencia hacen ya intolerable la vida social. Si se agrega que ahora se
trata de un fenómeno mundial, que afecta incluso a países democráticos
desarrollados, el problema adquiere otra dimensión y otra urgencia.
Por lo tanto, la perspectiva para Argentina es otra crisis
económico-financiera, sea cual sea su envergadura y desarrollo; sus relaciones
con la crisis mundial. Pero esta vez, acompañada de una muy preocupante
lumpenización de la política y las instituciones.
Hablé al principio de los hechos que de un día para el otro
desactualizan cualquier análisis. Los cambios en la SIDE y en el gabinete,
anunciados a mediados de diciembre, son indicadores de una tendencia, muy
preocupante, hacia un ordine nuovo a la criolla
(http://www.perfil.com/elobservador/La-inquietante-deriva-K-20131228-0015.html).
Pensemos en los adormecidos “vatayones militantes”; en los D’Elía, Salas; en
los modales de La Cámpora y sus invasiones institucionales; en la corrupción
policial, los grupos de choque sindicales y otros, la delincuencia común, las
barras bravas, el narcotráfico. Si se consolida la tendencia de todo eso a
mezclarse, a entramarse, vamos hacia un país invivible.
Queda pues reflexionar sobre la responsabilidad ciudadana
ante el desquicio y sus reiteraciones. Antecedentes inmediatos, entre otros
muchos más antiguos: el Mundial 78; Malvinas, el jolgorio menemista, el
populismo instalado no ya en la política, sino en la cultura, en una manera de
vivir que acepta y justifica cualquier transgresión.
“Los pueblos no tienen los gobiernos que se merecen, sino
los que se les parecen”, Jovellanos dixit.
Para cambiar de menú, habrá que ponerse a pensar en eso.
(*) Periodista y escritor. Autor junto a Mario Bunge de ¿Tiene
porvenir el socialismo? (Eudeba).
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