Por Manuel Vicent (*) |
Te cortan los brazos y las piernas, te trasplantan el
hígado, el corazón y los riñones, aunque te desguacen todo entero, mientras no
te toquen ese punto del cerebro donde radica la conciencia seguirás siendo tú y
no otro. El cerebro es una masa gelatinosa con un peso aproximado de kilo y
medio; está protegido por un casco y opera como centro de control del resto del
cuerpo, que a su vez solo es un mecanismo articulado para sacar a pasear al
cerebro hacia donde decida su deseo, al trabajo, al fútbol, a la iglesia, al
baile.
Hasta ahora el cerebro no ha tenido rival. Ni el corazón ni
el sexo, cuyo prestigio es innegable, han conseguido disputarle la hegemonía,
puesto que en su masa encefálica residen el pensamiento, la memoria, las
emociones y el lenguaje.
Así ha sido, al menos, desde el tiempo de los primates, pero
al viejo cerebro de toda la vida hoy le ha salido un competidor, un cerebro
nuevo que ya no es carbónico sino metálico, que los humanos suelen llevar en el
bolsillo, aunque ya se ha convertido en carne de su carne.
Este cerebro es cada día más complejo, con un pensamiento
propio, unas emociones peculiares, un lenguaje distinto, una imborrable
memoria. Las órdenes que el cuerpo recibe mediante impulsos electrónicos parten
ahora desde el bolsillo.
El iPhone es el nuevo centro de mando que obliga al viejo
cerebro a pensar, sentir y comunicarse según los nuevos instintos informáticos.
Lo que antes se llamaba el yo, ahora se llama el pin. Solo que antes el yo
residía en el fondo de la conciencia introspectiva y ahora el pin está
manipulado a distancia por fuerzas que ya no controlas.
Hoy te pueden desguazar el cuerpo por completo y mientras no
te toquen el iPhone serás tú y no otro, pero en este caso tendrán que dejarte
al menos dos dedos para pulsar el teclado.
(*) Escritor y periodista español. Entre sus trabajos se destacan
novelas, teatro, relatos, biografías, artículos periodísticos, libros de viajes,
apuntes de gastronomía, entrevistas y semblanzas literarias.
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