sábado, 6 de diciembre de 2014

Dilemas oficiales

Hay un clima divisorio en el poder K: unos juegan con Scioli, otros con Randazzo 
y otros no saben a qué juegan.

Por Roberto García
Muchos con Cristina, pero no con Daniel Scioli. Otros con Scioli, pero no con Cristina. Ya hay listas de uno y otro bando en ese aparente mundo de solidaridad partidaria. ¿Alguien imagina, caminando juntos, de campaña, a Eugenio Zaffaroni con Alberto Samid, o a la cúpula de Carta Abierta del brazo con Alejandro Granados? ¿O a Cristina embarrándose en el villerío bonaerense proclamando como “mis herederos” a Scioli y a su promovida esposa, Karina?

Se insinúa un clima divisorio, uno de los tantos dilemas surgidos en el frente oficialista para la próxima elección justo cuando aseguran que ganan la presidencia en la primera vuelta. Datos: Ella dispone de un solo candidato con peso, pero no le confía ni parece quererlo.

Ni siquiera si lograra rodearlo con un corralito propio (le impone todos los aspirantes legislativos, los futuros ministros o el personal doméstico) y un cepo adicional con Axel Kicillof como número dos en la fórmula, encabezando el coro vociferante de La Cámpora.

Si uno se destaca y parafrasea al pensador Luis D’Elía, ese ejemplo de conveniencia sería como ponerle una pistola en la cabeza al ahora gobernador. Simbólicamente, claro. Pero ni con esas condiciones de rehén aparece Scioli como sucedáneo natural, no encaja en el protocolo kirchnerista. Paradojas de la vida: el único con los requisitos completos, el hijo Máximo, hoy carece del Pignet necesario para 2015. Si hay dudas en el oficialismo, también abundan en otras fuerzas. En el PRO, por ejemplo, donde Mauricio Macri se ufana de su inserción nacional aunque sólo convoca a primarias en un distrito, la Capital (espera, quizás, algún enjuague en Santa Fe y, sobre todo, que el radicalismo se despedace en marzo para incrementar su magro patrimionio territorial). Poco para tanto. Lo mismo ocurre con Sergio Massa, fuerte en parte del decisivo ámbito bonaerense, sin penetración efectiva en otros condominios, convertido en un bazar turco de alianzas. Con esa multiplicidad de insuficiencias, todos estos intereses y personajes coincidieron en la celebración de la industria.

Invitados. Massa aterrizó hiperactivo, dialoguista, con tiempo completo y proposiciones incesantes que se tapan entre sí: habló en el seminario, deambuló por un restaurante vecino de un asesor suyo (Tinto y Soda, de César Mansilla), agotó interlocutores en el vip del hotel y, por si no alcanzaba, se quedó enumerando proyectos hasta pasadas las nueve de la noche en el bar. Casi les termina hablando a los turistas extranjeros. Al revés, Macri hizo visita homeopática, poco locuaz como siempre, pausado, casi aristocratizante –como si proviniera de la nobleza italiana–, advirtiendo en confidencia a los empresarios su inquietud por el avance jacobinista del cristinismo: podía ser parte de su campaña opuesta a ese sector del peronismo o, tal vez, temeroso de que otra vez ese sector se reproduzca en las conejeras y le anule su sueño político de 2015. Curioso el comportamiento de los dos candidatos opositores, con personalidades tan diferenciadas.No hubo reunión Macri-Massa a solas, aunque para muchos ese encuentro ya ocurrióLos involucrados no lo confirman.

Como siempre, el aporte festivo provino del Gobierno: modificó la agenda (Randazzo y Urribarri desistieron de un foro anunciado, sólo se presentó Rossi), clausuró la entrada principal, llegaron 150 personas técnicas y sobre todo de custodia, discretas jóvenes de clase media para la claque de la sala, otros más proletarios para animar el ingreso en la calle y embanderar el hotel –si no va a ser el hospital de niños, al menos que parezca disfrazado– y una consigna afrentosa “por razones de seguridad”: durante casi cuatro horas, por la presencia de Cristina, nadie podía salir del recinto. Ni para ir al baño cercano, previsión no contemplada por la UIA, que se olvidó de entregar pañales geriátricos a la gente mayor.

Distante pero afable, casi refrescada, como si en su estancia hospitalaria le hubieran aplicado cataplasmas balsámicas y mejorado la estética, sorprendió a quienes la imaginaban hostil e irascible. Despachó cifras de su década familiar –maliciosas para la oposición– en una clase bien preparada como alumna y mejor dictada como directora de escuela, priorizó a las pymes del sector que se benefician con las obras del Estado, se declaró industrialista, pasó mínimas facturas personales (a Techint) e hizo un par de anuncios (Ganancias para el medio aguinaldo, no aplicación de la Ley de Abastecimiento) de resultado político incierto.

Eso sí: desplegó pasión en su interés por un economista francés in que reclama aumentar los impuestos para mejorar la distribución (Thomas de Picketty), lectura de mil páginas que dijo compartir y disentir cariñosamente, casi como si discutieran a la salida de la facultad, en un café, con Kicillof, ministro al que hizo ir dos veces en el mismo día de Capital a Pilar como si el tiempo de los funcionarios pagos fuera una dispensa. Como si la recesión no existiera, al igual que el gasto público, la inflación fuera un mito que no debe publicitarse y las dificultades laborales sólo se reconocieran en Europa.

Más bien, ya que se interesa tanto como hobby en la economía, quizá le convendría preguntarle a su entrañable consejero por estos temas o la evolución inconveniente del M3. Aunque, por el afán compulsivo de teorizar, Kiciloff quizá le rescate como entretenimiento literario a Kalecki (Michal), menos divulgado que De Picketty, añejo autor de atendible proclividad social que auspiciaba una economía del mundo feliz con pleno empleo.

Fantasía que habrá compartido el ministro y que, en la Argentina, ahora se puede cumplir: al menos para los militantes de una fracción que ha empezado a ocupar el Poder Judicial.

Una forma de salir por arriba. Entretanto, a un costado de la mesa que presidían Cristina y Héctor Méndez, Scioli departía con Urribarri, quien lo había descolocado un rato antes como mensajero de la dama: le reprochó haber deslizado que Ella podía ser legisladora para el Mercosur, para ese burocrático Parlamento regional. Lo que implica, para muchos, la búsqueda de fueros para no ser arrestados por la Justicia, como Carlos Menem.

¿Quién sos para designarle un destino futuro a la Presidenta?, había cargado el gobernador litoraleño, ahora sin bigote, exigencia publicitaria para lucir latin lover en la cartelería callejera.

Un castigo oral por falta de información y voluntad de servicio. Casi una inutilidad: nadie mejor que Scioli sabe del desprecio que Néstor Kirchner le endilgaba a este tipo de cumbres –para colmo, en la única que quiso protagonizar quedó expuesto y descorazonado en la selva, vestido con una guayabera, tratando de intercambiar prisioneros de la FARC–, ya que a él mismo, siendo vicepresidente, lo enviaba a él como su delegado en los eventos con otros mandatarios.

Ella, aunque viaje y se fotografíe, piensa igual. A menos que reniegue del legado de su esposo.

© Perfil.com

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