Por Tomás Abraham (*) |
Esta vez no será el Apocalipsis. No vienen en carrozas de
fuego, sino del Delta, de La Plata, de Barrio Parque y de un origen aún desconocido.
Son los anunciadores del mañana: los presidenciables. Presagian la aurora en
medio de la noche. Ven la luz entre tinieblas. Por lo general los candidatos
dicen de sí mismos que son los salvadores de la patria y que sin ellos
padeceremos la irremediable hecatombe.
Prometen una nueva educación, mejores
transportes, reducción y eliminación de impuestos, trabajo decente, créditos
baratos, obras de infraestructura, integración al mundo de los poderosos,
dólares abundantes. Sin embargo, lo más probable es que todo se agite para que
nada se mueva. Los países son dromedarios y sólo se desplazan unos metros
cuando retumban tambores amenazantes que anuncian peligros que no controlan.
Las crisis financieras, las guerras civiles y regionales, las alzas o caídas
bruscas en el precio de los combustibles y las commodities, la fijación de las
tasas de interés por parte de la Reserva
Federal, la muerte de dictadores, son desencadenantes de algún cambio.
Poder lleno. En el caso argentino, el fin del mandato de una
presidenta no debería producir un vacío de poder. Es cierto que tenemos la
sensación de que desde hace 13 años el poder está lleno. Ha sido mérito de los
Kirchner exhibir una autoridad incuestionable que ha aliviado a la ciudadanía
después de la angustia provocada por una verdadera crisis de gobernabilidad.
No es fácil gobernar en un país en el que los partidos
políticos han conservado sellos y recuerdos pero han perdido representación, y
en el que los sucesivos liderazgos desde el advenimiento de la democracia han
sido degradados.
En nuestro país, lo que mejor ha funcionado como campaña
política es recordar el pasado. La lista es demasiado extensa para desplegarla,
pero es suficiente con evocar que los dictadores del Proceso recordaban la
violencia de los 70, Alfonsín a los dictadores, Menem a Alfonsín, de la Rúa a
Menem, Duhalde a de la Rúa, y Néstor Kirchner a todos juntos.
¿Quiénes son los candidatos y qué proponen? Creo que la
baraja tiene los naipes completos y que cada uno de los presidenciables le
ofrece a la ciudadanía algo preciado que satisface un deseo sectorial.
Por supuesto que todos quieren trabajo, como se quiere en
todas partes del mundo; no le vamos a preguntar a cada habitante del país si se
quiere morir de hambre y de frío para calibrar sus aspiraciones. Me refiero a
deseos y no a necesidades básicas.
Comencemos por Massa, que no hace uso de un nombre seductor:
Sergio. El ex intendente de Tigre sostiene su imagen en los problemas de la
inseguridad, es decir, en el miedo que todos tenemos de que nos roben y nos
maten. Ocupa el lugar que dejó De Narváez, a quien no le fue nada mal en 2009
pero que no encontró ningún producto político de valor agregado para convencer
a sus comprovincianos que con la protección de una buena policía alcanza y que
la formación de ese destacamento eficiente estaba en sus manos.
Ese lugar que ocupa Massa es codiciado por Berni, que
también se llama Sergio.
Seguimos con Mauricio Macri. Lo que nos ofrece el candidato
del PRO es placer, es decir, la bendición que deparan el consumo, los
shoppings, los viajes, celulares con señales al mango, autos importados, y una
excelente relación con la Curia. Por algo el jefe de gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires nos promete una lluvia de dólares, y no de lava ardiente, como
Juan, el del Evangelio.
El Frente para la Victoria tiene a su grey que se legitima
por el famoso relato. Podrá marcar la cancha con la proclama de que nunca la
Argentina estuvo mejor, que se crearon trillones de puestos de trabajo, que la
Feliz está sin vacantes con su demanda creciente de caracoles plastificados y
alfajores, sus carpas repletas y sus salas de teatro, sin olvidar a la Perla
del lago San Roque, con sus relojes cucú, la aerosilla, el cerro La Cruz, el
rally, su costanera, sus casinos, sus discotecas nocturnas y las salas de
teatro.
No, no es por el consumo y el bienestar que prende el
kirchnerismo sino por su relato, y su contenido se sostiene sobre el valor de
la justicia. Todos, desde La Cámpora hasta Aníbal Fernández, Estela de Carlotto
y De Vido, hablarán de los derechos.
Los éxitos de la recuperación económica son atribuidos por
oficialistas y opositores al primer gobierno de los Kirchner, en los que Néstor
manejó las variables económicas y políticas con pragmatismo. Socios y traidores
fueron alternándose de acuerdo con las conveniencias del poder. Después,
Cristina Fernández eligió la ruta de la ideologización, que a pesar de algunas
apariencias ha terminado por debilitarla a ella y a sus herederos.
Las purgas en los servicios de inteligencia son una muestra
de fracturas internas, así como la puja entre candidatos que se dividen el
espacio que deja la Presidenta.
Y de UNEN no hay mucho que decir por ahora, salvo que nos
hablan de honestidad; algunos la consideran, si no una virtud importante, al
menos un valor ético mencionable.
Una quimera. Entonces tenemos a la ciudadanía dividida de
acuerdo con su adhesión a determinados valores y afectos: el miedo, el placer,
la justicia y la honestidad.
Unos votarán contra el miedo, otros por el placer, muchos
por la justicia, y casi nadie por la honestidad. Por supuesto que todos
mencionarán a la inflación sin jamás confesar el ajuste que implica bajarla.
Una de las novedades de la próxima campaña electoral que se
desprende de lo que percibimos estos últimos años es que la creación de un
espacio de centroizquierda republicano parece una quimera nacional. Hablo del
infortunio que produce ver lo que sucede con UNEN. La socialdemocracia en
Argentina fue un sueño alfonsinista que terminó en La Tablada, y que resurgió
con la Alianza que segregó el corralito.
Después, por las ilusiones que produjo la labor municipal
del socialismo en Rosario y la posibilidad de que fuera una semilla a germinar
por todo el país, ese espejismo en el que la honestidad y la justicia se
llevaran de la mano fue sumergido no sólo por el miedo, esta vez
narcotraficante, sino por una razón de espacio.
Los valores de justicia, de derechos humanos, de los
derechos sociales y de los derechos civiles, es decir de los juicios a
represores, de asignaciones familiares y jubilaciones no contributivas, de
matrimonios del mismo sexo, etc., son patrimonio del kirchnerismo. No por
derecho, sino de hecho.
UNEN es el espejo de la crisis de representatividad de la
vida política nacional. Al menos en lo que concierne a uno de los dos partidos
políticos de masas: el radicalismo. Una vez que fracasaron con Lavagna y De
Narváez en sucesivas campañas electorales, y ahora que hacen cuentas y perciben
que con Hermes Binner se achican en lugar de crecer, están con el problema de
sostenerse con un candidato propio. Uno de ellos, Sanz, sabe que no le da para
otro sitial que el de una vicepresidencia y por eso se acerca al PRO; y Cobos,
que no quiere salir último, especula con presentarse para gobernador en su
provincia.
Los nudos y lazos que juntan y separan a Lousteau, Carrió,
Cortina, Donda, Solanas, Prat Gay, Tumini y Stolbizer hacen de UNEN un
imposible político.
La socialdemocracia puede funcionar de modo latinoamericano
en Uruguay y en Chile. En el primero, porque aún perduran valores cívicos. Que
en 12 años de Frente Amplio no haya habido un caso de corrupción es índice de
una diferencia abismal con nuestro país. Por otra parte, la Concertación
chilena funciona en un país de un Estado ordenado por fuerzas militares, y una
jerarquía estamental poco cuestionada.
¿Y Scioli? El considerado caballo de Troya por el Frente
para la Victoria, aspira a servirse un poco del surtido que ofrece el antipasto
político y compensar el peso del kirchnerismo duro con el viejo justicialismo
encarnado en intendentes y gobernadores. Y en cuanto a valores y afectos, el
gobernador bonaerense quiere presentar algo de protección frente al miedo, un
poco de placer y buena onda, y bajarles el perfil a las exigencias de justicia
y al deseo de transparencia.
Se puede avizorar un 2015 movido, frente a un electorado que
no sólo debe decidir sobre un candidato sino sobre la forma de vida a la que
aspira: más placer o menos miedo, justicia ante todo u honestidad. El candidato
que convenza a la ciudadanía de que garantiza algo de cada uno de estos
atributos, además de ofrecerle el mejor servicio de espionaje, ganará la
elección. ¿O no?
(*) Filósofo
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