lunes, 29 de diciembre de 2014

Cuatro jinetes para un matungo

Por Tomás Abraham (*)
Esta vez no será el Apocalipsis. No vienen en carrozas de fuego, sino del Delta, de La Plata, de Barrio Parque y de un origen aún desconocido. Son los anunciadores del mañana: los presidenciables. Presagian la aurora en medio de la noche. Ven la luz entre tinieblas. Por lo general los candidatos dicen de sí mismos que son los salvadores de la patria y que sin ellos padeceremos la irremediable hecatombe.

Prometen una nueva educación, mejores transportes, reducción y eliminación de impuestos, trabajo decente, créditos baratos, obras de infraestructura, integración al mundo de los poderosos, dólares abundantes. Sin embargo, lo más probable es que todo se agite para que nada se mueva. Los países son dromedarios y sólo se desplazan unos metros cuando retumban tambores amenazantes que anuncian peligros que no controlan. Las crisis financieras, las guerras civiles y regionales, las alzas o caídas bruscas en el precio de los combustibles y las commodities, la fijación de las tasas de interés por parte de la  Reserva Federal, la muerte de dictadores, son desencadenantes de algún cambio.

Poder lleno. En el caso argentino, el fin del mandato de una presidenta no debería producir un vacío de poder. Es cierto que tenemos la sensación de que desde hace 13 años el poder está lleno. Ha sido mérito de los Kirchner exhibir una autoridad incuestionable que ha aliviado a la ciudadanía después de la angustia provocada por una verdadera crisis de gobernabilidad.

No es fácil gobernar en un país en el que los partidos políticos han conservado sellos y recuerdos pero han perdido representación, y en el que los sucesivos liderazgos desde el advenimiento de la democracia han sido degradados.

En nuestro país, lo que mejor ha funcionado como campaña política es recordar el pasado. La lista es demasiado extensa para desplegarla, pero es suficiente con evocar que los dictadores del Proceso recordaban la violencia de los 70, Alfonsín a los dictadores, Menem a Alfonsín, de la Rúa a Menem, Duhalde a de la Rúa, y Néstor Kirchner a todos juntos. 

¿Quiénes son los candidatos y qué proponen? Creo que la baraja tiene los naipes completos y que cada uno de los presidenciables le ofrece a la ciudadanía algo preciado que satisface un deseo sectorial.

Por supuesto que todos quieren trabajo, como se quiere en todas partes del mundo; no le vamos a preguntar a cada habitante del país si se quiere morir de hambre y de frío para calibrar sus aspiraciones. Me refiero a deseos y no a necesidades básicas.

Comencemos por Massa, que no hace uso de un nombre seductor: Sergio. El ex intendente de Tigre sostiene su imagen en los problemas de la inseguridad, es decir, en el miedo que todos tenemos de que nos roben y nos maten. Ocupa el lugar que dejó De Narváez, a quien no le fue nada mal en 2009 pero que no encontró ningún producto político de valor agregado para convencer a sus comprovincianos que con la protección de una buena policía alcanza y que la formación de ese destacamento eficiente estaba en sus manos.

Ese lugar que ocupa Massa es codiciado por Berni, que también se llama Sergio.

Seguimos con Mauricio Macri. Lo que nos ofrece el candidato del PRO es placer, es decir, la bendición que deparan el consumo, los shoppings, los viajes, celulares con señales al mango, autos importados, y una excelente relación con la Curia. Por algo el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires nos promete una lluvia de dólares, y no de lava ardiente, como Juan, el del Evangelio.

El Frente para la Victoria tiene a su grey que se legitima por el famoso relato. Podrá marcar la cancha con la proclama de que nunca la Argentina estuvo mejor, que se crearon trillones de puestos de trabajo, que la Feliz está sin vacantes con su demanda creciente de caracoles plastificados y alfajores, sus carpas repletas y sus salas de teatro, sin olvidar a la Perla del lago San Roque, con sus relojes cucú, la aerosilla, el cerro La Cruz, el rally, su costanera, sus casinos, sus discotecas nocturnas y las salas de teatro.

No, no es por el consumo y el bienestar que prende el kirchnerismo sino por su relato, y su contenido se sostiene sobre el valor de la justicia. Todos, desde La Cámpora hasta Aníbal Fernández, Estela de Carlotto y De Vido, hablarán de los derechos.

Los éxitos de la recuperación económica son atribuidos por oficialistas y opositores al primer gobierno de los Kirchner, en los que Néstor manejó las variables económicas y políticas con pragmatismo. Socios y traidores fueron alternándose de acuerdo con las conveniencias del poder. Después, Cristina Fernández eligió la ruta de la ideologización, que a pesar de algunas apariencias ha terminado por debilitarla a ella y a sus herederos.

Las purgas en los servicios de inteligencia son una muestra de fracturas internas, así como la puja entre candidatos que se dividen el espacio que deja la Presidenta. 

Y de UNEN no hay mucho que decir por ahora, salvo que nos hablan de honestidad; algunos la consideran, si no una virtud importante, al menos un valor ético mencionable.

Una quimera. Entonces tenemos a la ciudadanía dividida de acuerdo con su adhesión a determinados valores y afectos: el miedo, el placer, la justicia y la honestidad.

Unos votarán contra el miedo, otros por el placer, muchos por la justicia, y casi nadie por la honestidad. Por supuesto que todos mencionarán a la inflación sin jamás confesar el ajuste que implica bajarla.

Una de las novedades de la próxima campaña electoral que se desprende de lo que percibimos estos últimos años es que la creación de un espacio de centroizquierda republicano parece una quimera nacional. Hablo del infortunio que produce ver lo que sucede con UNEN. La socialdemocracia en Argentina fue un sueño alfonsinista que terminó en La Tablada, y que resurgió con la Alianza que segregó el corralito.

Después, por las ilusiones que produjo la labor municipal del socialismo en Rosario y la posibilidad de que fuera una semilla a germinar por todo el país, ese espejismo en el que la honestidad y la justicia se llevaran de la mano fue sumergido no sólo por el miedo, esta vez narcotraficante, sino por una razón de espacio.

Los valores de justicia, de derechos humanos, de los derechos sociales y de los derechos civiles, es decir de los juicios a represores, de asignaciones familiares y jubilaciones no contributivas, de matrimonios del mismo sexo, etc., son patrimonio del kirchnerismo. No por derecho, sino de hecho.

UNEN es el espejo de la crisis de representatividad de la vida política nacional. Al menos en lo que concierne a uno de los dos partidos políticos de masas: el radicalismo. Una vez que fracasaron con Lavagna y De Narváez en sucesivas campañas electorales, y ahora que hacen cuentas y perciben que con Hermes Binner se achican en lugar de crecer, están con el problema de sostenerse con un candidato propio. Uno de ellos, Sanz, sabe que no le da para otro sitial que el de una vicepresidencia y por eso se acerca al PRO; y Cobos, que no quiere salir último, especula con presentarse para gobernador en su provincia.

Los nudos y lazos que juntan y separan a Lousteau, Carrió, Cortina, Donda, Solanas, Prat Gay, Tumini y Stolbizer hacen de UNEN un imposible político.

La socialdemocracia puede funcionar de modo latinoamericano en Uruguay y en Chile. En el primero, porque aún perduran valores cívicos. Que en 12 años de Frente Amplio no haya habido un caso de corrupción es índice de una diferencia abismal con nuestro país. Por otra parte, la Concertación chilena funciona en un país de un Estado ordenado por fuerzas militares, y una jerarquía estamental poco cuestionada.

¿Y Scioli? El considerado caballo de Troya por el Frente para la Victoria, aspira a servirse un poco del surtido que ofrece el antipasto político y compensar el peso del kirchnerismo duro con el viejo justicialismo encarnado en intendentes y gobernadores. Y en cuanto a valores y afectos, el gobernador bonaerense quiere presentar algo de protección frente al miedo, un poco de placer y buena onda, y bajarles el perfil a las exigencias de justicia y al deseo de transparencia.

Se puede avizorar un 2015 movido, frente a un electorado que no sólo debe decidir sobre un candidato sino sobre la forma de vida a la que aspira: más placer o menos miedo, justicia ante todo u honestidad. El candidato que convenza a la ciudadanía de que garantiza algo de cada uno de estos atributos, además de ofrecerle el mejor servicio de espionaje, ganará la elección. ¿O no?

 (*) Filósofo

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