La Presidenta sufre
un goteo judicial como sufrió el riojano que amenaza
su legado. El modelo
Bachelet.
Por Ignacio Fidanza |
Cristina Kirchner termina el año con un balance agridulce.
Recuperó imagen positiva y sorteó un estallido de la economía, a costa de
mandar al país a una, por ahora, moderada recesión.
Logró además posponer la discusión del nuevo liderazgo del
peronismo a fuerza de licuar la idea del unicato de la candidatura de Daniel
Scioli, en una guerra fría que todavía tiene mucho para dar.
Son buenas noticias para el kirchnerismo, entendiendo que
viven en el mundo muy angosto de los seis meses de poder real que le queda
hasta el día del cierre de listas, cuando la nueva cartografía del peronismo
empezará a cristalizarse.
Es sobre estos módicos logros políticos, que regresó a la
Casa Rosada una idea inconfesable: Cristina es Bachelet. Se irá de la Casa
Rosada con una de las imágenes positivas más altas que se recuerden para un ex
presidente argentino y luego de un interinato mediocre de la derecha –Mauricio
Macri sería Sebastián Piñera-, regresará por la puerta grande.
Plan que es inconfesable porque Cristina sabe que nadie en
el peronismo con poder territorial o la expectativa de conquistarlo, compartirá
la vocación por la derrota. Por eso, juega al equilibrio de señales cruzadas
sobre dos supuestas estrategias en pugna: Apostar fuerte al candidato propio
(Florencio Randazzo) o ir a una negociación final con un Scioli muy
condicionado.
Ese es el cuadro chico de los muchos cuadros que maneja
Cristina. Randazzo para ganarle a Scioli o para condicionarlo fuerte. Cuadro
chico que tiene una obvia conclusión, cualquiera de los dos que se siente en el
sillón de Rivadavia, es el nuevo líder del peronismo. Por eso, el plano
general, revela una idea más consistente: Gana Macri, ella queda como jefa de
la oposición y regresa con gloria, cuatro años después.
El problema de este plan no es solamente su condición de
forzosa clandestinidad. El inconveniente central es que aún en una actividad
tan egoísta como la política, se requiere un mínimo de solidaridad: La
necesaria para evitar el llano, el peor de los infiernos como bien dijo Rulfo.
Bachelet no sólo se fue con una imagen altísima, sino que en
el tramo final de la campaña del candidato de su fuerza Eduardo Frei, que venía
en caída libre y corría el riesgo de salir tercero, le puso el cuerpo a la
elección y mandó a todo su gabinete a reforzar sus chances. Jugó todo su
prestigio y le salió bien: Frei logró entrar en el ballotage y el oficialismo
perdió la segunda vuelta apenas por poco más de un punto.
Cuando tuvo que volver a disputar el poder, la coalición de
centroizquierda de Chile tenía una deuda de gratitud real con la ex presidenta.
Los jueces
El otro problema que enfrenta Cristina, acaso más grave, es
su pelea con los jueces, corporizada en el intrépido Claudio Bonadío que hurga
demasiado cerca de sus intereses y los de su familia.
El Gobierno, como tantas veces, tuvo un fenomenal error de
cálculo con Bonadío. Cuando el juez procesó a Guillermo Moreno decidieron que
había llegado la hora de liquidarlo y siguiendo un guión muy poco original,
empezaron a publicar notas negativas en los medios kirchneristas. El juez
entendió lo que se venía.
“Esto es el prólogo del Jury que me van a pedir, empezaron a
construirme el caso, pero se olvidan que yo llegue acá de la mano de Corach. A
mí no me van a destituir por una causa cualquiera de hace diez años de los
Yoma, yo de acá si salgo, salgo por la política”, fue el análisis que compartió
el juez con sus íntimos.
Y apuntó directo al corazón: Hotesur. La estrategia de
Bonadío tuvo una efectividad del cien por ciento. Hasta las corporaciones más
conservadoras de la Justicia, para los que era poco menos que un infiltrado, lo
convirtieron en un ícono de la lucha contra las ansias hegemónicas del
kirchnerismo. Con la Presidenta y todo el bloque de poder del oficialismo
atacándolo, Bonadío pudo decir: Misión cumplida. Su caso está irremediablemente
politizado.
El problema que acaso no terminan de dimensionar en la Casa
Rosada es que los jueces no tienen que someterse a las urnas. Como los medios,
su poder se legitima en la acción ¿Y qué puede caer mejor en la sociedad, un
juez que protege a los poderosos o aquel que intenta desnudar sus privilegios?
Carlos Menem sufrió en el último tramo de su mandato, la
lluvia ácida de denuncias de corrupción y su posterior amplificación mediática.
Un repiqueteo que terminó arruinándole su futuro político, aun cuando como
Cristina, conservaba una porción importante de votos.
Paradoja que quedó clarísima en el 2003, cuando en el mismo
momento que ganó la primera vuelta, se dio por finalizado su ciclo como actor importante
del poder. Subestimar el efecto que las denuncias de corrupción tienen sobre la
humanidad de los líderes políticos, es una tentación tan vieja como creerse
eterno.
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