Por Jorge Fernández Díaz |
Scioli tiene cara de bueno, Massa es joven, Macri sabe y
Cristina es una mujer inteligente. Ésta es la caracterización política que hace
un comerciante de clase media de La Matanza en un focus group al que asisto en silencio. El hombre parece derrotado.
Asegura tener guardado en su casa un revólver Smith & Wesson calibre 32 por
si vienen a asaltarlo, y a la vez le parece que es muy difícil bajar los
niveles de inseguridad.
No puede irse de vacaciones porque el año fue muy malo,
pero no hace de la inflación un drama. Piensa que sería bueno cambiar, pero
quiere que se haga con prudencia porque la cosa está delicada y tiene miedo, y
trata de no seguir las informaciones del atril ni de los noticieros porque le
resultan aburridas. Una mujer, a su lado, habla de los ojos de Macri y menciona
el hecho de que está enamorado. Alguien me cuenta después un caso de las
neurociencias. Una vez un puñado de científicos hizo una prueba en Australia:
llevaron cien fotos de ciudadanos norteamericanos y les pidieron a un grupo de
personas que eligiera las veinte mejores. La selección que hicieron
correspondía exactamente con los candidatos que acababan de ser elegidos en los
últimos comicios legislativos de los Estados Unidos. Muchas veces la cara
determina el voto.
Millones de argentinos permanecen inmunes a la lucha
dialéctica, y deciden su opción electoral por semblanteo y pocos días antes de
entrar al cuarto oscuro. No esperan demasiado, están escépticos e indiferentes,
y también algo fastidiosos, lejos de aquellas clases medias de otros tiempos
que eran más esperanzadas, activas y alertas, o de aquellos proletariados
sindicalizados y con gran conciencia social. Es falso que, como usualmente se
canta en los patios de la Casa Rosada, Néstor Kirchner esté en el corazón del
pueblo. Y nadie les reza a Perón ni a Evita ni a "el Che" Guevara, ni
mucho menos a Cristina en los conurbanos. Algunos idolatran, según los
segmentos, al papa Francisco y al Gauchito Gil, que comparten el verdadero
corazón del pueblo con ciertas estrellas de la televisión y determinados héroes
deportivos.
En términos nacionales, hay un 18 por ciento de
kirchneristas fieles y un 30% de antikirchnerismo tenaz. En el medio, flota un
50% de argentinos que se considera a sí mismo como independiente. Ese océano
está compuesto por muchos comerciantes como el que declara su resignación en La
Matanza y también por otros compatriotas que valoran algunos "logros",
aunque critican duramente la marcha actual de la economía y la prepotencia
cristinista. La última encuesta de Poliarquía muestra que un 78% de la sociedad
está reclamando un cambio entre moderado y fuerte, y un 74% piensa que la
situación financiera es mala o regular. Los datos insinúan una situación
similar al ocaso del menemismo: hoy también la gente promueve o autoriza un
cambio conservador; la crisis vuelve cautelosos a los más audaces. Siempre es
bueno recordar que a fines de los noventa ningún candidato tenía chances si
sugería cancelar la convertibilidad. La inmensa mayoría de los argentinos, sin
distinción de color ni de clases sociales, se aferraba a ese truco monetario, y
la Alianza ganó jurando defenderlo hasta las últimas consecuencias. El
electorado buscaba una convertibilidad progre y prolija, o una especie de
menemismo sin Menem. Cuando la exitosa ocurrencia del riojano estalló por los
aires, sucedieron dos cosas: esos mismos votantes repudiaron de inmediato y
para siempre el 1 a 1 y maldijeron a Menem por haber dejado una herencia
explosiva. Puede presumirse entonces que la Presidenta no debería confiar en
que su sucesor choque el tren, puesto que la memoria es cruel y las esquirlas
pueden muy bien alcanzarla también a ella. Debería asimismo repensar seriamente
su radicalización en un país que ahora avanza en la dirección opuesta.
Cada vez que Scioli El Bueno es percibido como su títere
deja automáticamente de ser el cambio suave pero necesario, el kirchnerismo sin
Cristina. Por su parte, el joven Massa intenta, de algún modo, encarnar esa
módica metamorfosis a riesgo de fuertes tironeos internos y estudiadas
ambigüedades, y Macri adopta con sus ojos azules un discurso menos rupturista,
más flexible y más tolerante. Sedientos de apoyo, los tres de arriba cuidan a
su núcleo duro y giran hacia el inmenso mar dulce que los espera en el centro.
Donde, dicho sea de paso, también pescan con buena caña los radicales, segunda
fuerza nacional y objetivo muy apreciado por los grandes depredadores.
El kirchnerismo tuvo el domingo pasado un despertar alegre.
Fue cuando este diario reveló que la patrona de Balcarce 50 contaba con una
imagen positiva del 40%. Télam viralizó la noticia y algunos operadores
comenzaron a construir castillos sobre esa nube de ducha. Es interesante abrir
esa cifra y ver qué trae dentro. Apartando la adscripción fanática, que es
minoritaria, y su condición de mujer formada, que todavía produce cierta
admiración de género, lo primero que aparece es una opinión emocional, que
acompaña a la gran dama desde que es viuda. La dignidad de haber sobrevivido a
la muerte de su compañero y de haber remado contra el destino sigue siendo un
plus considerable. Finalmente, está el agradecimiento por los años de consumo,
subsidios y jubilaciones. Casi todo esto, no obstante, se sostiene en el hecho
de que su ciclo terminó y que ahora se la puede recordar con una mirada más
indulgente. Para estos votantes, Cristina es como la visita de los nietos:
traen una enorme alegría cuando llegan, y cuando se van.
Otra encuestadora de primer orden tiene un sondeo secreto en
el que se la mide a Cristina contra el resto de los candidatos: apenas le
sumaría un punto al titán naranja, y su imagen positiva sufriría una fuerte
retracción al bajar a la arena. Un dirigente que participó en cuatro campañas
presidenciales tiene una ecuación para medir cuántos votos se corresponden con
el porcentaje de imagen positiva. La cuenta le da un 20% a Cristina, casi el
mismo guarismo del padrón de los incondicionales.
Dentro de ese famoso 40%, hay muchos simpatizantes de
Scioli, Massa y Macri. La distancia entre esta imagen positiva de la Presidenta
y sus indicadores de gestión y aprobación, que son muy negativos, resulta
notoria. Hay un desacople entre su figura y su desempeño. Su gobierno es visto
de manera cada vez más crítica, mientras su imagen mantiene cierta adhesión
testimonial. Otra encuestadora realizó hace dos años un trabajo reservado entre
los hinchas de un club muy importante de fútbol. Las autoridades querían saber
qué pasaría si despedían a su director técnico. El resultado fue, al mismo
tiempo, asombroso y razonable. La mayoría opinaba que el técnico había cumplido
su ciclo. Pero cuando medían su imagen, comprobaban que seguía muy alta.
"Nos dio mucho y se merece nuestro respeto -declaraban los hinchas. Pero
ya no rinde y se tiene que ir por el bien de todos."
Un politólogo me dijo esta semana que las elites discutimos
ardorosamente durante estos años, y que quedaremos descolocadas cuando se
imponga una nueva cultura popular que supere la épica y rechace, por lo tanto,
el conflicto. Tal vez los amigos y parientes vuelvan a comer asados sin
enojarse ni discutir, y se pregunten por qué se peleaban antes. Es posible
incluso que lleguen a la conclusión de que los funcionarios kirchneristas y
nosotros, sus desmitificadores, fuimos los verdaderos culpables. Una nueva
teoría de los dos demonios que dejará otra vez en paz a los hermanos
argentinos. Salud.
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