domingo, 2 de noviembre de 2014

Viaje al corazón del pueblo argentino

Por Jorge Fernández Díaz
Scioli tiene cara de bueno, Massa es joven, Macri sabe y Cristina es una mujer inteligente. Ésta es la caracterización política que hace un comerciante de clase media de La Matanza en un focus group al que asisto en silencio. El hombre parece derrotado. Asegura tener guardado en su casa un revólver Smith & Wesson calibre 32 por si vienen a asaltarlo, y a la vez le parece que es muy difícil bajar los niveles de inseguridad.

No puede irse de vacaciones porque el año fue muy malo, pero no hace de la inflación un drama. Piensa que sería bueno cambiar, pero quiere que se haga con prudencia porque la cosa está delicada y tiene miedo, y trata de no seguir las informaciones del atril ni de los noticieros porque le resultan aburridas. Una mujer, a su lado, habla de los ojos de Macri y menciona el hecho de que está enamorado. Alguien me cuenta después un caso de las neurociencias. Una vez un puñado de científicos hizo una prueba en Australia: llevaron cien fotos de ciudadanos norteamericanos y les pidieron a un grupo de personas que eligiera las veinte mejores. La selección que hicieron correspondía exactamente con los candidatos que acababan de ser elegidos en los últimos comicios legislativos de los Estados Unidos. Muchas veces la cara determina el voto.

Millones de argentinos permanecen inmunes a la lucha dialéctica, y deciden su opción electoral por semblanteo y pocos días antes de entrar al cuarto oscuro. No esperan demasiado, están escépticos e indiferentes, y también algo fastidiosos, lejos de aquellas clases medias de otros tiempos que eran más esperanzadas, activas y alertas, o de aquellos proletariados sindicalizados y con gran conciencia social. Es falso que, como usualmente se canta en los patios de la Casa Rosada, Néstor Kirchner esté en el corazón del pueblo. Y nadie les reza a Perón ni a Evita ni a "el Che" Guevara, ni mucho menos a Cristina en los conurbanos. Algunos idolatran, según los segmentos, al papa Francisco y al Gauchito Gil, que comparten el verdadero corazón del pueblo con ciertas estrellas de la televisión y determinados héroes deportivos.

En términos nacionales, hay un 18 por ciento de kirchneristas fieles y un 30% de antikirchnerismo tenaz. En el medio, flota un 50% de argentinos que se considera a sí mismo como independiente. Ese océano está compuesto por muchos comerciantes como el que declara su resignación en La Matanza y también por otros compatriotas que valoran algunos "logros", aunque critican duramente la marcha actual de la economía y la prepotencia cristinista. La última encuesta de Poliarquía muestra que un 78% de la sociedad está reclamando un cambio entre moderado y fuerte, y un 74% piensa que la situación financiera es mala o regular. Los datos insinúan una situación similar al ocaso del menemismo: hoy también la gente promueve o autoriza un cambio conservador; la crisis vuelve cautelosos a los más audaces. Siempre es bueno recordar que a fines de los noventa ningún candidato tenía chances si sugería cancelar la convertibilidad. La inmensa mayoría de los argentinos, sin distinción de color ni de clases sociales, se aferraba a ese truco monetario, y la Alianza ganó jurando defenderlo hasta las últimas consecuencias. El electorado buscaba una convertibilidad progre y prolija, o una especie de menemismo sin Menem. Cuando la exitosa ocurrencia del riojano estalló por los aires, sucedieron dos cosas: esos mismos votantes repudiaron de inmediato y para siempre el 1 a 1 y maldijeron a Menem por haber dejado una herencia explosiva. Puede presumirse entonces que la Presidenta no debería confiar en que su sucesor choque el tren, puesto que la memoria es cruel y las esquirlas pueden muy bien alcanzarla también a ella. Debería asimismo repensar seriamente su radicalización en un país que ahora avanza en la dirección opuesta.

Cada vez que Scioli El Bueno es percibido como su títere deja automáticamente de ser el cambio suave pero necesario, el kirchnerismo sin Cristina. Por su parte, el joven Massa intenta, de algún modo, encarnar esa módica metamorfosis a riesgo de fuertes tironeos internos y estudiadas ambigüedades, y Macri adopta con sus ojos azules un discurso menos rupturista, más flexible y más tolerante. Sedientos de apoyo, los tres de arriba cuidan a su núcleo duro y giran hacia el inmenso mar dulce que los espera en el centro. Donde, dicho sea de paso, también pescan con buena caña los radicales, segunda fuerza nacional y objetivo muy apreciado por los grandes depredadores.

El kirchnerismo tuvo el domingo pasado un despertar alegre. Fue cuando este diario reveló que la patrona de Balcarce 50 contaba con una imagen positiva del 40%. Télam viralizó la noticia y algunos operadores comenzaron a construir castillos sobre esa nube de ducha. Es interesante abrir esa cifra y ver qué trae dentro. Apartando la adscripción fanática, que es minoritaria, y su condición de mujer formada, que todavía produce cierta admiración de género, lo primero que aparece es una opinión emocional, que acompaña a la gran dama desde que es viuda. La dignidad de haber sobrevivido a la muerte de su compañero y de haber remado contra el destino sigue siendo un plus considerable. Finalmente, está el agradecimiento por los años de consumo, subsidios y jubilaciones. Casi todo esto, no obstante, se sostiene en el hecho de que su ciclo terminó y que ahora se la puede recordar con una mirada más indulgente. Para estos votantes, Cristina es como la visita de los nietos: traen una enorme alegría cuando llegan, y cuando se van.

Otra encuestadora de primer orden tiene un sondeo secreto en el que se la mide a Cristina contra el resto de los candidatos: apenas le sumaría un punto al titán naranja, y su imagen positiva sufriría una fuerte retracción al bajar a la arena. Un dirigente que participó en cuatro campañas presidenciales tiene una ecuación para medir cuántos votos se corresponden con el porcentaje de imagen positiva. La cuenta le da un 20% a Cristina, casi el mismo guarismo del padrón de los incondicionales.

Dentro de ese famoso 40%, hay muchos simpatizantes de Scioli, Massa y Macri. La distancia entre esta imagen positiva de la Presidenta y sus indicadores de gestión y aprobación, que son muy negativos, resulta notoria. Hay un desacople entre su figura y su desempeño. Su gobierno es visto de manera cada vez más crítica, mientras su imagen mantiene cierta adhesión testimonial. Otra encuestadora realizó hace dos años un trabajo reservado entre los hinchas de un club muy importante de fútbol. Las autoridades querían saber qué pasaría si despedían a su director técnico. El resultado fue, al mismo tiempo, asombroso y razonable. La mayoría opinaba que el técnico había cumplido su ciclo. Pero cuando medían su imagen, comprobaban que seguía muy alta. "Nos dio mucho y se merece nuestro respeto -declaraban los hinchas. Pero ya no rinde y se tiene que ir por el bien de todos."

Un politólogo me dijo esta semana que las elites discutimos ardorosamente durante estos años, y que quedaremos descolocadas cuando se imponga una nueva cultura popular que supere la épica y rechace, por lo tanto, el conflicto. Tal vez los amigos y parientes vuelvan a comer asados sin enojarse ni discutir, y se pregunten por qué se peleaban antes. Es posible incluso que lleguen a la conclusión de que los funcionarios kirchneristas y nosotros, sus desmitificadores, fuimos los verdaderos culpables. Una nueva teoría de los dos demonios que dejará otra vez en paz a los hermanos argentinos. Salud.

© La Nación

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