Prólogo y
agregado de su libro Johnny tomó su
fusil.
Dalton Trumbo y su convicción pacifista en el libro Johnny tomó su fusil. |
Dalton Trumbo (1905-1976) escribió una de sus novelas más
conocidas, Johnny tomó su fusil (Johnny
Got His Gun) planteando, definitivamente, su visión en contra de las
guerras que envolvieron al mundo en el Siglo XX. Perseguido y denostado por su
pacifismo, Trumbo arremetió contra “emplumadas altezas imperiales, dignatarios,
mariscales y otros tontos por el estilo” y escribió el guión de su novela la
que filmó y convirtió en éxito.
El maccarthysmo lo incluyó entre los más “indeseables” para el
sistema luego de que Trumbo escribiera el guión de la película Espartaco, por la que debió declarar
ante la Comisión de Actividades Antinorteamericanas. No cejó en su lucha y Johnny tomó su fusil tuvo varias
reediciones a las que el autor fue haciendo agregados al prólogo de la
publicación original. El libro es de un espanto conmovedor y relata la tragedia
de un soldado norteamericano que queda con sus miembros inferiores amputados y
parte de su rostro. Leerlo resulta estremecedor.
Johnny Got
His Gun – Dalton Trumbo
Prólogo
La I Guerra Mundial comenzó como un festival de verano: todo eran
faldas ondulantes y charreteras doradas. Las multitudes vitoreaban desde las
aceras mientras emplumadas altezas imperiales, dignatarios, mariscales y otros
tontos por el estilo desfilaban por las capitales de Europa a la cabeza de sus
resplandecientes legiones.
Fue una temporada de generosidad; una etapa de alardes, bandas
musicales, poemas, canciones, inocentes plegarias. Era un agosto palpitante y
sin aliento a causa de jóvenes caballeros oficiales que pasaban noches
prenupciales con muchachas que abandonarían para siempre. Uno de los regimientos
escoceses, en su primera batalla, cruzó la trinchera detrás de cuarenta
gaiteros con faldas de tartán, con la única misión de tocar sus instrumentos
frente a las ametralladoras.
Más tarde, había nueve millones de cadáveres cuando las bandas de
música y los dignatarios emprendieron la fuga, el quejido de las gaitas nunca
más volvería a ser el mismo. Fue la última guerra romántica, y quizá, Johnny tomó su fusil, la última novela
norteamericana que se escribió sobre ella antes de que se pusiera en marcha un
acontecimiento totalmente distinto llamado II Guerra Mundial.
El libro tiene una enigmática historia política. Escrito en 1938,
cuando el pacifismo constituía un anatema para la izquierda y para gran parte
de los sectores centristas norteamericanos, fue editado en la primavera de 1939
y publicado el 3 de septiembre: diez días después del pacto nazi soviético, a
dos días de iniciada la II Guerra Mundial.
Más tarde, Joseph Wharton Lippincott (pensando que estimularía las
ventas) sugirió que se vendieran los derechos de publicación al Daily Worker de Nueva York. A partir de
entonces, durante meses, el libro fue un factor de unificación para las
izquierdas.
Al parecer, después de Pearl Harbor, el tema se volvió tan inadecuado
para la época como el chillido de las gaitas. Paul Blanshard, al referirse a la
censura militar en The Right to Read (1955),
dice: «Se prohibieron algunas pocas revistas extranjeras pro-Eje, además de
tres libros, entre ellos la novela pacifista de Dalton Trumbo Johnny Get Your Gun, publicada durante
el período del pacto Hitler-Stalin.»
Dado que el señor Blanshard incurrió en lo que espero haya sido un
error inconsciente, tanto en lo que se refiere al período de «publicación» del
libro cuanto en lo relativo al título con el que se «publicó», no puedo confiar
demasiado en su historia de la prohibición. Sin duda, yo no fui informado;
recibí numerosas cartas de militares de servicio que lo habían leído en las
bibliotecas del Ejército de ultramar; y en 1945, yo mismo encontré un ejemplar
en Okinawa, cuando aún se estaba combatiendo.
Sin embargo, si lo habían censurado y yo lo hubiese sabido, creo que
no habría protestado en voz alta. Hay momentos en que puede ser necesario que
ciertos derechos privados cedan ante las exigencias de un beneficio público más
amplio. Sé que se trata de una idea peligrosa y no desearía llevarla demasiado
lejos, pero la II Guerra Mundial no fue una guerra romántica.
A medida que el conflicto se profundizaba y Johnny se dejaba de imprimir, la imposibilidad de conseguirlo se
convirtió en una reivindicación de los derechos civiles para la extrema derecha
norteamericana. Organizaciones pacifistas y grupos de «Madres» de todo el país
se inundaron de vehementes cartas solidarias, denunciando a judíos, comunistas,
partidarios del New Deal, y banqueros internacionales que habían prohibido mi novela
para intimidar a millones de verdaderos norteamericanos que exigían inmediatamente
una paz negociadora.
Mis corresponsales, muchos de los cuales usaban papel refinado y
remitentes húmedos por el agua de mar de lugares vacacionales y deportivos,
poseían una red de comunicaciones que llegaba hasta los campos de detención de
internados pro-nazis. Hicieron subir el precio del libro a más de seis dólares
el ejemplar usado, lo cual me desagradó por varias razones, una de ellas, fiscal.
Proponían una marcha nacional pro-paz inmediata, de la que yo sería el líder;
prometieron y llevaron a cabo una campaña de cartas para presionar al editor en
favor de una reedición.
Nada podría haberme convencido tan rápidamente de que Johnny era precisamente el tipo de libro
que no debía reeditarse hasta que terminara la guerra. Los editores
coincidieron en el mismo sentido. Ante la insistencia de algunos amigos
convencidos de que las gestiones de mis corresponsales podían ejercer un efecto
funesto sobre los esfuerzos empeñados en la guerra, cometí la estupidez de
informar al FBI acerca de sus actividades. Pero el interés de una maravillosa y
perfecta pareja de investigadores que llegó a mi casa no se centró en las
cartas, sino en mí. Tengo la impresión de que dicho interés no se ha disipado y
que lo tengo merecido.
Las dos o tres reediciones que aparecieron después de 1945 fueron
bien recibidas por las izquierdas en general y, al parecer, completamente
ignoradas por el resto del público, inclusive por aquellas apasionadas madres
de tiempos de guerra. El libro dejó de imprimirse nuevamente durante la Guerra
de Corea.
Decidí entonces comprar las planchas a fin de evitar que fuesen
vendidas al gobierno para que las convirtiera en municiones. Y allí es donde termina
o comienza la historia.
Al leerlo nuevamente después de tantos años, tuve que resistirme
al fuerte deseo que me impulsaba a retocarlo aquí, modificarlo allí, aclarar,
corregir, elaborar, retocar. Al fin y al cabo, el libro tiene veinte años menos
que yo y yo he cambiado mucho, y él no. ¿O sí?
¿Es posible que haya algo que se resista al cambio, aunque no se
trate más que de una simple mercancía que puede ser comprada, enterrada,
censurada, maldecida, elogiada o ignorada por razones que siempre suelen ser
equivocadas? Probablemente no. Johnny tuvo un significado diferente para tres
guerras diferentes. Su significado actual es aquel que le atribuyen sus
lectores, y cada lector —felizmente— es distinto de todos los demás y también
susceptible de cambios.
Lo he dejado como era para ver cómo es.
Dalton
Trumbo
Los Ángeles Marzo 25, 1959
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Agregado:
1970
Once años más tarde. Los números nos han deshumanizado. A la hora
del desayuno leemos que 40.000 norteamericanos han muerto en Vietnam. En lugar
de vomitar, nos servimos una tostada. Por la mañana, nos sumergimos
precipitadamente en las calles atestadas, no para gritar asesinos sino para
abalanzarnos sobre el abrevadero antes de que otro engulla nuestra ración.
Una ecuación: 40.000 jóvenes muertos=3.000 toneladas de carne y
huesos, 124.000 libras de masa encefálica, 50.000 galones de sangre, 1.840.000
años de vida que no se vivirán, 100.000 niños que jamás nacerán. (En cuanto a
esto último, podemos soportarlo: ya hay demasiados niños en el mundo que se
mueren de hambre.)
¿Gritamos por la noche cuando estos elementos interfieren en nuestros
sueños? No. No soñamos con eso, porque no lo pensamos; y no lo pensamos porque
no nos importa. Nos interesan mucho más la ley y el orden; poder transitar sin
riesgos por las calles de Estados Unidos. Mientras, convertimos las de Vietnam
en cloacas atiborradas de sangre, que volvemos a llenar todos los años cuando
obligamos a nuestros hijos a elegir entre una celda aquí o un ataúd allá. «Cada
vez que miro la bandera, mis ojos se llenan de lágrimas.» También los míos.
Si para nosotros los muertos no significan nada (excepto el fin de
semana correspondiente al Día del Soldado Muerto, en que nadadores,
esquiadores, surfers, amantes de pic-nics y campings, cazadores, pescadores,
futbolistas, bebedores de cerveza se aglomeran en las rutas nacionales), ¿qué
hay de nuestros 300.000 heridos? ¿Alguien sabe dónde están? ¿Cómo se sienten? ¿Cuántos
brazos, piernas, orejas, narices, bocas, caras, penes, han perdido? ¿Cuántos
han quedado sordos o mudos o ciegos o las tres cosas? ¿Cuántos han sufrido una,
dos o tres amputaciones? ¿Cuántos permanecerán inmóviles para el resto de sus
días? ¿Cuántos no son más que meros vegetales descerebrados que agotan
silenciosamente su aliento y sus vidas en oscuras y secretas habitaciones?
Escribid al Ejército, a la Fuerza Aérea, a la Marina, al Cuerpo de
Infantería de Marina, a los Hospitales del Ejército y la Marina, el Director de
Ciencias Médicas de la Biblioteca Nacional de Medicina, a la Administración del
Veterano, al Despacho del Cirujano General y os asombraréis de vuestra
ignorancia. Un organismo informa que desde enero de 1965 ingresaron 726
pacientes destinados al «servicio de amputación». Otro se refiere a unos 3.011
mutilados desde comienzos del año fiscal 1968. Lo demás es silencio.
El Informe Anual de Cirugía General: Estadísticas Médicas del
Ejército de los Estados Unidos no se publica desde 1954. La Biblioteca del
Congreso informa que la Oficina Militar de Cirugía General para Estadísticas
Médicas «no tiene cifras de amputaciones simples o múltiples». O bien el
gobierno no les otorga importancia alguna, o bien, como dice un investigador de
una de las redes nacionales de televisión, «el militar sabe con certeza cuántas
toneladas de bombas han sido arrojadas, pero no está seguro acerca del número
de piernas y brazos que han perdido sus hombres».
Si no existen cifras concretas, al menos comenzamos a disponer de
cifras comparativas. Vietnam nos ha dejado, proporcionalmente, ocho veces más
paralíticos que la II Guerra Mundial, tres veces más incapacitados totales, 5
por ciento más de mutilados. El senador Cranston de California llega a la
conclusión de que el 12,4 por ciento de los veteranos de Vietnam que reciben
indemnizaciones por heridas sufridas en combate están totalmente incapacitados.
Totalmente.
Pero ¿cuántos centenares o millares de muertos-vivientes surgen
con exactitud de ese porcentaje? No lo sabemos. No preguntamos. Nos alejamos de
ellos; apartamos los ojos, los oídos, la nariz, la boca, el rostro. «Por qué
mirar, no es mía la culpa, ¿verdad?» La muerte nos espera también a nosotros.
Tenemos un sueño por delante, la más pura de las esperanzas, y es preciso que
la busquemos y la encontremos antes de que oscurezca.
Hasta siempre, perdedores. Dios os bendiga. Cuidaos. Nos
volveremos a ver.
Dalton
Trumbo
Los Ángeles, Enero, 1970
Selección, comentario y traducción: Agensur.info
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