sábado, 8 de noviembre de 2014

Sí, Máximo

Con su madre internada, ejerce. Lo que no le dicen ni los suyos ni la oposición.

Por Roberto García
El hombre fuerte del Gobierno, al que acuden en consulta  telefónica favoritos del entorno presidencial –sobre todo cuando Cristina tiene alguna dificultad médica– cerrando casi siempre los diálogos con un reiterado “Sí, Máximo”, incorporó en su única presentación futbolera el carácter “irreversible” de la administración de su padre y su madre. Como si fuera una flecha que no se puede parar y, además, como si ya hubiera dado en el blanco. Inamovible, definitiva.

Habrá de insistir en esa convicción de la antipolítica, se presume, cuando vuelva a presidir en un estadio bonaerense su unipersonal de heredero, el stand up al que lo empezó a obligar su papá cuando hizo fundar La Cámpora y luego entronizó su mamá al advertirle condiciones de líder que Ella intuye mejor que el resto. Ese apego publicitario de Máximo Kirchner a la irreversibilidad de los actos oficialistas ocurre cuando muchos de ellos se alteran por imperio de los mismos que los bautizan “irreversibles”. Sobran los ejemplos (derechos humanos, economía, etc.), aunque importan por la cercanía dos de los más grandes negocios de toda la era K, a punto de consagrarse en apenas 45 días: la nueva Ley de Hidrocarburos y la futura norma sobre las telecomunicaciones. Exponentes, claro, de que lo “irreversible” sólo existe en los parlamentos de los microestadios.

Sin embargo, ninguno de los tres candidatos presidenciales más afamados se detiene a señalar esta contradicción, la validan con el silencio. Imposible para Daniel Scioli, hombre de seguimiento debido y lastimado hoy por la resaca y humedad de las inundaciones (justo cuando lo señalan como el delfín menos deseado por la señora), sobre todo por una patética fotografía vestido como jugador de fútbol en la inclemencia y acompañado con una frase inexplicable de su coleto: “No vine a jugar, vine a saludar”. Como ir a la playa en short y decir que concurre a la gala de la Cruz Roja.

Por primera vez el gobernador no salió indemne, mientras Cristina se desentendía de la crisis acuática con obligada internación y La Cámpora, tan solícita y militante en otras desgracias, en esta ocasión fue superada por la crecida. Debe ser una cuestión de proporciones: en La Plata hubo en los desbordes pasados 89 muertos, ahora se contaron tres. Sorprende que en más de una década en el poder, el kirchnerismo no disponga de un protocolo para enfrentar los desastres, más bien se tape con la frazada para ignorarlos.

No habló Scioli de lo “irreversible” del proceso, menos un Sergio Massa también salpicado por las lluvias. Como todo pasa, según la filosofía de un Julio Grondona convertido en ejemplar modelo de vida de estos tiempos, quizás se detiene en la importancia de un casamiento, en la asistencia o no a la fiesta, o en propiciar una interna en el ámbito bonaerense que incluya, además de Martín Insaurralde y Darío Giustozzi, entre otros, a Francisco de Narváez, un emprendedor del distrito con el pase libre en la mano y sin equipo. O se machaca los ojos el candidato por las andanzas sentimentales de Martín Redrado, uno de los suyos que aspira a la gobernación bonaerense y quien parece haber descubierto que políticamente rinde más un romance escandaloso que hacer campaña en los pueblos, pronunciarse o desplegar teorías económicas. Si lo agobian sus proximidades, el propio Massa tiene lo suyo: come mal y engorda, hasta apeló al cigarrillo para salir del estrés. Promete corregirse.

Igual que Mauricio Macri, quien comparte la misma distracción de los otros dos a pesar de que se presenta distinto y opuesto a la jauría peronista, la misma que hace poco era imprescindible –a su juicio– para ganar los comicios. Debe lidiar en su interna, menor pero complicada (Michetti, Carrió, Lousteau, los radicales, Rodríguez Larreta, el empresario Caputo) y cuidarse para las finales electorales de 2015: ejercicio cotidiano en un gym de Palermo para el cuidado de su línea, también las del rostro (algunas sabiamente han desaparecido) o que no se vuelva más canoso de lo conveniente. No es lo mismo un ingeniero maduro que un viejo, diría su esposa. Quizás esas urgencias lo liberen de cuestionar el mensaje que propaga el eremítico Máximo.

Ellos no ignoran que lo “irreversible” de impedir a las telefónicas brindar televisión y cable ahora se modifica. Al menos en el proyecto oficial. Por ejemplo se vuelve al idilio de los 90, cuando Carlos Menem no sólo privatizaba el sistema, le otorgaba tarifa y prebendas, sino que promovía con Telefónica y otros privados una sociedad para miniaturizar Clarín, el CEI. El mismo amor de antes, ahora.

Otra beneficiaria, Telecom, comulgó diariamente con los Kirchner en estos años, casi le cede participación (recordar gestiones de Gutiérrez, Moneta, Garfunkel, algunas desopilantes), fue inclusive la promotora de la ruptura del vínculo incestuoso entre Clarín y el Gobierno después de cinco años, cuando en el reparto pensado Néstor sólo le quería permitir 20% de las acciones al Grupo y que en el paquete los acompañara con otro tanto un empresario incipiente, en el orden internacional, Cristóbal López. Ahora aparece otro influyente en la cúpula de la compañía, el mexicano David Martínez, quien no se debe reprochar su relación con Carlos Zannini.

El otro capítulo “irreversible” es la Ley de Hidrocarburos, cambiando el criterio tantas veces expuesto de que “a otros les conviene sacar lo que tenemos nosotros bajo tierra”. Se cambió el concepto, luego de historias diversas, de hundir en la dependencia energética a un país con autosuficiencia desde los 60, a privatizar YPF con capitales nacionales y amistosos para luego apartarlos y estatizarlos. Por no hablar de la modificación de preceptos constitucionales que afectan a las provincias.

Multitud de cambios, de reversiones en instrumentos, en leyes, en fundamentos inclusive. Casi lógico en cualquier gobierno, salvo para la perspectiva unidireccional que le han hecho decir a Máximo, y tal vez le hagan repetir, cuando lo inmodificable deben ser ciertos principios, mandamientos como “no matar” o “no robar”.

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