La Presidenta tomó un
atajo y el gobernador se apuró.
Los tiempos de las candidaturas.
Por Roberto García |
Sonó al mismo tiempo, en dos lugares distintos, la misma voz
castiza: recalculando. En lo de Daniel Scioli y en lo de Cristina de Kirchner.
Uno, fue advertido por alta velocidad; la otra, por haber errado un desvío. A
veces, la política, genera problemas de tránsito. Apenas dos meses atrás, la
Presidenta alteró su conducta con el gobernador bonaerense: le concedió un
trato más afable en público, ordenó a su ministro Axel Kicillof que lo visite,
también a un par de mandaderos de la cúpula de La Cámpora (abundan otras
señales no confirmadas del acercamiento).
Era como si Ella lo hubiera aceptado como su delfín para
2015, indeseado pero inevitable. De ahí que Scioli se irritara consigo mismo
cuando se inundó la Provincia, imaginó el desplome en las encuestas e,
inconsistente con su contenida y plácida política de relaciones públicas, la
emprendió airado contra Sergio Massa culpándolo por la difusión de una foto
grotesca en la que se lo veía vestido de jugador de fútbol mientras el agua
arrasaba gente y patrimonios. Como si la cámara hubiera retratado a otro y las
redes sociales no se hubiesen anticipado a cualquier presunta maniobra artera
de su competidor. El colmo de la mala suerte: le ocurría el percance justo
cuando la señora lo habilitaba para la candidatura. En su historia política,
sólo registraba un desafuero tan violento cuando –por una orden obvia– desafió
al campo en huelga increpándolo: “Con la comida no se jode”, vociferó entonces.
Como dispone de un
don, de un genoma inexplicable, el episodio transcurrió sin consecuencias
determinantes en la opinión pública. Suele decir sobre Scioli, con perversa
admiración Jaime Duran Barba, el consultor de Mauricio Macri: “Nada le pasa, no
se hunde, siempre flota, ocurra lo que ocurra. Es un corcho”.
Sin embargo, otros acontecimientos obligaron a tergiversar
la estrategia presidencial de la sucesión: el anticipo despertó la codicia
peronista, en los gobernadores especialmente, y comenzaron a interesarse en el
que se depositaban, aparentemente, las inclinaciones de Cristina. Además, un
colaborador del Gobierno, Juan Carlos “Chueco” Mazzón proponía reuniones
grupales con el gobernador. Pero hasta allí llegó el amor: Ella debió
recalcular y supuso tenebrosos esos encuentros, mandó inútilmente deshacerlos
(el papelón de la ida y vuelta lo atravesó Sergio Urribarri, el más devoto de
la confianza de la dama).
En primera. A las citas programadas, se agregó otra versión:
la posibilidad aritmética de que el candidato bonaerense pudiera ganar en
primera vuelta, lo que convertía con el paso del tiempo en que La Ñata o La
Plata reemplazaran como centro de poder a la Casa Rosada. Demasiada imaginación
para Scioli, un hecho en cambio para Ella y sus adláteres.
Y en el recálculo del GPS, recuperada en salud, volvió a su
origen y ordenó desbloquear a otros aspirantes, envió a sus muchachos para
acompañar a Florencio Randazzo o a Julián Domínguez, y ciertos grupos
progresistas u oficialistas renovaron sus objeciones a Scioli. A ver si se
anticipaba para el propio oficialismo, como temor, la máxima de Máximo que le
prometió a los opositores: aunque perdamos, no nos vamos a retirar.
En horas, se trató de congelar el advenimiento del delfín
que Ella misma había propiciado, seguramente con la necesidad de rodearlo a
Scioli, ponerle hasta el personal doméstico de su casa en 2015, de
vicepresidente para abajo. Tarde: algunos peronistas encontraron un agujero
para proclamar “No pasarán”, para suponer que el partido en su próxima etapa no
puede albergar a los D’Elía, Kicillof o Zaffaroni, a diseñar listas de
candidatos legislativos opuestas radicalmente a otros postulantes que podría
incluir el cristinismo. Tráfico atascado como si fuera un Boca-River.
Interrogantes. Suficiente para reflexionar y establecer
interrogantes no resueltos por ningún teorema. Si la mandataria pretende
estirar su dominio hasta bien avanzado 2015, no convertirse en “pato rengo” o
con capacidades disminuidas antes de concluir, e imponer condiciones y figuras
en las listas a pesar de Scioli, ¿le conviene aguardar tanto tiempo? O acaso,
en vez de esperar para preservarse en la función, ¿fijar por medio de un ucase
prematuro el catálogo de normas y aspirantes a cumplir por su sucesor
partidario? Léase Scioli. Sobre todo, cuando cierto apogeo la beneficia. Quizás
cree, como su ministro de Economía, que la Argentina es “envidia” del mundo y
que, el año próximo, aún estará mucho mejor. Finalmente, la política es un
riesgo, los rulos del tránsito también.
Y vale para Scioli el intríngulis, con un recálculo
constante, animado hoy por la sonrisa de las encuestas, como lo demuestra hasta
para almorzar en público, con la compañía de su asesor lúdico, Luis “Chiche”
Pelusso, en una parrilla de la recova porteña que alguna vez hiciera famosa el
juez Oyarbide y ciertos escándalos.
Debe creer que si no hay desmanes a fin de año, si supera
las paritarias docentes antes de marzo, si la temporada marplatense es la ola
naranja y si el Gobierno concilia un arreglo con el tema de los buitres
acreedores en el primer trimestre del 2015, le lloverán auxilios varios para
decidir su candidatura presidencial en la primera vuelta. Se lo dicen sus
nuevos asesores económicos contratados, tal vez el propio Kicillof (quien, para
ser justos, debería considerar a otro ministro con menos charme, Alejandro
Arlía, quien al revés de la Nación no magnificó el gasto, ni tomó deuda
excesiva, convirtió a la Provincia en la menos comprometida del país en ese
rubro, al igual que Santa Fe).
Aunque ese optimismo, lo debe saber también Scioli, tropieza
con el obstáculo de Sergio Massa: no sólo es uno de los posibles rivales para
la segunda vuelta, fundamentalmente es quien le rebana –lo que no puede ni
intenta Mauricio Macri– una porción del electorado, partidaria, peronista,
imprescindible para triunfar en la primera instancia. De ahí que el recálculo
indica extinguir a Massa, el adversario doble. Y por ahora ese objetivo no
prospera, se cumplan o no los supuestos, la temprana o tardía determinación a
su favor de Cristina, incluso el mismo encono presidencial con el ex intendente
de Tigre. Hay recálculo para calles y avenidas, la voz castiza no resuelve el
triple empate de la manta corta.
Quizás, planteando un
interrogante a tiempo, ¿quién se favorece en influencia o dominio, el que se va
o el habitante de Olivos?
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