lunes, 17 de noviembre de 2014

PERFILES / PAUL VALÉRY

Poesía del pensamiento

Por Alfons Martí Bauça

Es el gran autor francés de poesía y prosa de fondo filosófico. Complejo, exquisito y maestro de la arquitectura del lenguaje, vivió buscando una técnica artística y una base filosófica del conocimiento.

Nacido el 30 de octubre de 1871, en la ciudad mediterránea de Sète (cerca de Montpellier), Paul Valéry empezó a escribir poesía a tierna edad, enamorado de la esencia mediterránea del entorno en el cual se crio. Su padre era de origen corso, y su madre, de buena familia, era hija del cónsul italiano y descendiente de la nobleza veneciana.

Presionado por su familia, Valéry estudia leyes en Montpellier, pero lo abandona para perseguir su verdadera pasión: consagrarse a la aventura del espíritu. Trabaja como funcionario y en una agencia de información, y en París conoce a “su maestro”, el poeta simbolista Stephané Mallarmé, a través de quien llegará quien sería su futura esposa, Jeannie Gobillard. En 1891 publica el que sería su primer poema impreso, Narciso habla, pero  abandona al año siguiente la poesía para consagrarse a cultivar el pensamiento con obras como El señor Teste (1896) o Introducción al método de Leonardo (1894), donde se confiesa admirador de los grandes hombres de la Historia capaces de aunar creación y pensamiento. Retomará su faceta poética en 1912, que culminará en 1920 al publicar Álbum de antiguos versos.

Entre sus obras de mayor peso filosófico se encuentran Mi Fausto (1940) y  Cuadernos, siendo sus notas la ruta de navegación de su búsqueda filosófica. Miembro de la Academia francesa desde 1925, también ejerció de embajador cultural en la Liga de Naciones. La muerte lo alcanzará en 1945, en París, cuando tenía 74 años.

La aventura del espíritu

Valéry afrontó el viejo problema de la vida activa y la vida contemplativa, la razón y la pasión, y lo hizo en circunstancias muy particulares. Sus versos juveniles muestran una pasión por los elementos, el mar, el agua, el eterno recomenzar. Sin embargo, en 1892, sufre una profunda crisis espiritual que lo lleva a frenar su apuesta por la poesía. Unos argumentan como posible detonante un desamor, otros se inclinan por una crisis de juventud. Sea como fuere, Valéry inició una revisión de todas las posibilidades filosóficas, rechazando sobre todo el sentimentalismo romántico, corriente que detestaba profundamente porque dejaba al hombre en manos de sus emociones, fuerzas ciegas e implacables que apenas pueden ser controladas.

En una noche tormentosa de 1892, sufrió un giro en su trayectoria vital, precisamente porque en ese momento se dio cuenta de la necesidad de hallar fundamentos sólidos a la creación, proponiéndose reconciliar ambas corrientes: creación y pensar, describiendo aquella noche como un episodio de “revolución del pensamiento”.

Valéry era consciente del trasfondo de su época, el problema de la inexistencia de referentes filosóficos universales, de un cuadro de valores estable. Sabiendo de la importancia de hallar dichos fundamentos, en su obra Introducción al método de Leonardo (1894 ), apunta a la grandeza de Da Vinci por saber liderar una ‘revolución del pensar’ contra toda especialización y explorando las conexiones entre todos los pensamientos y ramas del saber.

Este planteamiento sigue con su serie de El señor Teste, un hombre dedicado a la introspección, explorador de la mente y alejado de las tempestades de la sensualidad. El ideal desarrollado por Valéry es fiel a sus tendencias personales, ya apuntadas en su época de estudiante, cuando creaba juegos mentales y se interesaba con pasión por las matemáticas, la poesía y la arquitectura. Desarrolladas estas ideas en sus personajes, Teste y en Leonardo, Valéry se aparta del puro simbolismo de Mallarmé y se adentra en su construcción personal.

Admirador de Poe, quien rechazaba la poesía por su carácter efectista, Valéry desarrolla con el tiempo su idea del “teatro del pensamiento” afirmando que existen unas leyes de la composición que gobiernan la creación y que operan combinando todas las producciones del espíritu humano. Para lograr esta meta, sin embargo, no abandona su idea de ganar el “máximo control del intelecto”. T. S. Eliot, atraído por esa actitud analítica, comparó a Valéry con un científico, encerrado durante días en su laboratorio en busca de una medicina nueva.

Valéry reconoce a Descartes como un maestro relevante, en especial por la solidez del ‘yo pensante’ del filósofo. Sin embargo, desborda esos planteamientos al preguntarse una y otra vez por esas leyes que deben conectar creación y pensar. “En la base de mi historia hay una revolución: considerar la poesía como hacer la poesía”. Insiste en que cabe ‘empezar de nuevo’ y afirma que el trabajo literario es el lugar donde se despliega el pensar. La creación es posible mediante la “restricción del ego”, así que la mejor creación debe tener ese principio: no puede ser un torrente de emociones, sino un proceso de pensamiento.

Viviendo en París se había distanciado de Mallarmé en el sentido poético (aun sin abandonar rasgos simbolistas) y durante los largos años de exploración filosófica fue edificando su pensamiento, presente en sus poemas más celebrados (Cementerio marino) y en diálogos filosóficos de estilo platónico (Eupalinos o el arquitecto). En toda su obra, poética o en prosa, late esos planteamientos eternos de la filosofía: movimiento frente a éxtasis, vida y muerte, belleza y vida, ser y pensar.

En todo caso, Valéry resolvió su necesidad de un método expresivo y poético insistiendo en la necesidad de un arte “combinatorio”. El conocimiento de la matemática y la geometría, así como la música y la arquitectura, están en la base de su trabajo. En sus Cuadernos, muy ilustrativo de su pensamiento, vemos el resultado del estudio de las posibilidades de la mente, a través de la autoobservación y análisis de los procesos de pensamiento. Valéry se inclina por borrar la frontera entre la ciencia y el arte, pues la primera es, propiamente, “arte”: sistemas artificiales de reglas. Las ciencias son lenguajes y convenciones que se convierten en una estética, inseparables ambas. Váléry es, de esta manera, el poeta de la riqueza simbólica.

Pese a esta solución “mental” al problema del conocimiento, en su último trabajo, Mi Fausto, se enfrenta al enigma insoluble de lo emotivo. Y lo hace afirmando la validez de la ternura y la emoción sin caer en lo puramente instintivo e incontrolable.

Pinceladas filosóficas

Valéry dejó pinceladas que describen profundamente la experiencia del pensar, más allá de las soluciones adoptadas para su apoyar arte. Sabía que alma y pensar son realidades distintas y contrapuestas, pues “nuestros más importantes pensamientos contradicen nuestras emociones”. Escribió acertadas y profundas apreciaciones de la misteriosa capacidad humana de pensar (“Si entras en tu mente necesitas ir armado hasta los dientes”), siendo muy consciente de la gran aventura que supone el pensamiento. También coincidió con los filósofos al notar que el pensar no tiene utilidades ni fines fuera de sí mismo y que por eso parece empresa fuera del orden: “La historia del pensamiento puede ser resumida en estas palabras: es absurda por lo que busca y grande por lo que encuentra”. La famosa frase  “a veces soy, a veces pienso” revela la siempre asombrosa doble vida de cualquier pensador, pues si vivir es actuar en un mundo de fenómenos, pensar es reflexionar mientras la persona desaparece de la escena del mundo. En este sentido, uno “no es” mientras está pensando, en su opinión. Valéry observó esta realidad del pensamiento en los mismos órganos corporales: “Si uno contempla su mano sobre la mesa, lo que resulta es un asombro filosófico, estoy en esa mano y no estoy. La mano es yo y no es yo”. Cada vez que entra en acción la reflexión o la conciencia, se paraliza o ralentiza la acción. Su filosofía es un eco de la afirmación platónica: solo el cuerpo del filósofo sigue habitando la ciudad, deteniendo al pensar el funcionamiento normal de sus órganos.

Poema de Paul Valéry

Callarse

He aquí un título excelente…
Un excelente Todo…
Mejor que una “obra”…
Y, sin embargo, una obra, porque
si enumeras cada uno de los casos
en que la forma y el movimiento
de una palabra, como una onda,
se elevan, se dibujan,
a partir de una sensación,
de una sorpresa, de un recuerdo,
de una presencia o de un vacío…
de un bien, de un mal –de un Nada y de un Todo,
y observas y buscas
y sientes y mides
el obstáculo que hay que oponer a esta fuerza,
el peso del peso que hay que poner sobre la lengua
y el esfuerzo del freno de tu voluntad,
conocerás cordura y poder
y callarte será más bello
que el ejército de ratones y los arroyos de perlas
de que pródiga es la boca de los hombres.

© Filosofía Hoy

Selección de Agensur.info

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