domingo, 30 de noviembre de 2014

No hay mecanismos que conduzcan a una crisis inevitable

Por J. Valeriano Colque (*)
En análisis anteriores planteábamos: con Alejandro Vanoli, la política monetaria seguramente continuará condicionada por la política fiscal. Tal vez se evite una nueva devaluación y se insista con bajas tasas de interés.

Y seguramente se combatirán mercados cambiarios distintos del oficial, no sólo el paralelo sino también los derivados del mercado bursátil.

Todo esto ocurrió, y permite describir la política monetaria y cambiaria que está siguiendo el Banco Central.

1.-  Política monetaria dominada por la política fiscal. Que la política monetaria esté dominada por la política fiscal significa que las necesidades de financiación de déficit fiscal son las que obligan al Banco Central a emitir dinero, aun cuando esto pudiera ir en contra del logro de sus objetivos de política monetaria.

Es justamente el problema de los bancos centrales dependientes del poder político. Esto ocurrió con Fábrega, y era esperable que ocurriera también con Vanoli.

Y ocurrió. El Banco Central emitió durante octubre $ 21.984 millones para prestarle al Tesoro (había emitido $ 13.407 millones durante octubre del año pasado).

2.- Tasas de interés bajas. Durante la gestión de Fábrega se enfrentó la disyuntiva entre altas tasas de interés para contener el dólar paralelo, a riesgo de profundizar la recesión (la postura de Fábrega) o bajas tasas de interés para impulsar la economía, a riesgo de mayor dólar paralelo (la postura de Kicillof).

Entre enero y abril predominó la postura de Fábrega. Desde mediados de abril predominó la postura de Kicillof. Era razonable suponer que esto continuaría con Vanoli. A fin de cuentas, la salida de Fábrega podía leerse como un triunfo de Kicillof.

Esto efectivamente ocurrió, a pesar de que la disposición que puso un piso a las tasas de depósitos minoristas fue leída por muchos analistas, equivocadamente, como un regreso a las altas tasas de interés.

Las tasas de interés por depósitos continuaron durante octubre en torno al 20 % anual, muy por debajo de los niveles alcanzados entre finales de enero y mediados de abril.

3.- Política cambiaria. Vanoli efectivamente evitó hasta ahora una devaluación como la de enero.

Tiene sentido cuando es claro, como ocurrió en enero, que en un contexto inflacionario, las devaluaciones se trasladan rápidamente a los precios internos, licuando su efecto sobre la competitividad cambiaria. Aunque esto implique que el problema de atraso cambiario continúe sin resolverse.

Y a pesar de no haber subido las tasas de interés, logró bajar las distintas versiones de dólar no oficial, como dólar paralelo, contado con liquidación y dólar bolsa, con fuertes controles con Gendarmería en el caso de operadores en el mercado paralelo y controles y sanciones a operadores bursátiles por las otras dos modalidades. Este tipo de medidas es, naturalmente, de corto plazo. Que las cotizaciones no oficiales no vuelvan a subir dependerá en gran medida de los dólares que pueda conseguir el Banco Central para apuntalar sus reservas.

Nada de lo anterior soluciona los principales problemas de la economía, como la elevada inflación, el atraso cambiario y la recesión, problemas que seguramente continuarán durante 2015. Pero muestra por qué eran deficientes los análisis que auguraban una crisis segura, inevitable, a final de año por desequilibrios monetarios y cambiarios. Una crisis podría ocurrir. A fin de cuentas, la economía está muy complicada y la política económica no ha funcionado bien, en especial durante el último año. Pero no hay mecanismos que conduzcan a una crisis inevitable.

¿Un punto de inflexión o una exportación más de la crisis?

Las tácticas puestas en marcha desde inicios de octubre por el tándem Kicillof-Vanoli dieron su mejor y más esperado resultado: la fuerte baja del dólar paralelo. ¿Es el inicio de un círculo virtuoso o una carrera más hacia adelante?  Es lo que todo el mundo se pregunta: ¿es un punto de inflexión o es el resultado de medidas que simplemente trasladan el problema a otra esfera, una exportación más de la crisis?

Sin duda, calmar el dólar blue y achicar la brecha con el dólar oficial al menor nivel desde el 13 de agosto, cuando alcanzó el 49 %, contribuye a serenar los ánimos. Por empezar, desincentiva a los asalariados con sueldos medios y altos, que en los últimos meses corrían a cambiar todos los pesos posibles por “dólares ahorro”, para liquidarlos en el mercado paralelo y ganarse la diferencia.

Eso ya se nota. En los primeros seis días hábiles de noviembre, el Banco Central tuvo que desprenderse por esta vía de 229,5 millones de dólares. En octubre, en los primeros seis días hábiles había vendido 289,9 millones. Una baja de 21 % en la voracidad de gente de la calle puede parecer exigua a algunos. Pero lo importante es que, por primera vez desde que se aflojó el cepo en este aspecto (el 27 de enero), esa demanda baja. Sin embargo, hay otra forma de ver las cosas. Una parte de la caída del blue obedece a tácticas de amedrentamiento, cuyo efecto de largo plazo se desconoce.

Otra parte de la caída obedece a un cambio importante: de la mano de Kicillof, el Gobierno abandonó el desendeudamiento. Por caso, el Tesoro se habrá endeudado por el equivalente a 2.000 millones de dólares en apenas 22 días. Mata dos pájaros de un tiro: el Banco Central no emite esa cantidad y los bancos tienen un lugar “seguro” donde dolarizarse y resguardarse de la inflación. Todo eso vencerá para el próximo Gobierno: 2016 y 2018.

Por último: el gasto público, el balde de nafta en la hoguera de los pesos, sigue, hasta donde se sabe, sin dar señales de bajar. Es el motivo último de la inflación. Y eso no cambia.

No cambian las necesidades, pero sí cambia la disponibilidad

La preocupación por el dólar o el alivio momentáneo son el termómetro de una situación complicada en el nivel de actividad.

Como desde hace ya 12 años, Argentina tiene un estricto control de cambios–mediante el cual se obliga a los exportadores a vender sus dólares al Banco Central y se ofrece a los importadores venderles dólares al mismo precio–, el resultado del comercio exterior es vital para la generación de reservas. Al mismo tiempo, como el Gobierno nacional tiene un fuerte déficit fiscal, no puede pagar sus deudas de forma genuina. Recurre entonces al Banco Central doblemente: por un lado, con emisión para cubrir el déficit en pesos y, por otro, con entrega de dólares para pagar sus compromisos con el exterior.

Una devaluación actúa aquí en forma diferente que en otros países. Primero, es raro el país donde el propio gobierno es el principal importador–en nuestro caso, es importador de energía–. Segundo, nuestras exportaciones responden a un ciclo biológico, por lo que, aunque haya una devaluación, no es inmediato un aumento en las exportaciones.

Asimismo, el Gobierno tiene fuertes deudas en dólares, que sólo puede cubrir con pesos de la recaudación impositiva. Es decir, una devaluación aumenta el déficit  fiscal. Y como hay déficit fiscal, se recurre a la emisión monetaria, lo que a su vez genera inflación, que provoca atraso cambiario, que sólo se subsana con una devaluación. Todo esto produce un ruinoso círculo vicioso, que sólo se subsanaría si desapareciera el déficit fiscal.

Por eso, las medidas de enviar al paredón a quienes especulan con dólares serán efímeras, en el mejor de los casos, o dañinas, si tenemos mala suerte. Al fin y al cabo, este no es el dólar que vende el Banco Central. ¿Y qué pasaría después de que se controle totalmente el dólar blue ? ¿Acaso cambiará la demanda de dólares por parte de los importadores, uno de los cuales es el propio gobierno? Sólo si se contienen las importaciones puede haber menos demanda de dólares. Como las importaciones son necesarias para producir, la inevitable consecuencia de reducir importaciones es producir menos, lo que aumenta la recesión. Efecto nefasto si los hay...

El exorbitante déficit fiscal es más notable si se considera que la recaudación impositiva ha crecido de modo impresionante. En 2014, ya se acerca al 50 % del producto interno bruto. Es decir, la mitad de lo que se genera en el país es dedicado a impuestos. Claro, con esos impuestos se pagan salarios y muchas otras cosas, que mantienen el nivel de actividad. Pero el gasto público no es productivo, por justos que fueran sus objetivos. (A menos que consideremos que Aerolíneas es productiva, con perdón de la ironía).

Para frenar el dólar y evitar el impacto en déficit fiscal que conllevaría, se están intentando medidas coercitivas. Difícil que puedan ser útiles en el mediano plazo, ya que las necesidades de dólares no van a variar porque haya gendarmes en las casas de cambio.

No cambian las necesidades, pero sí cambia la disponibilidad. Y cuanto menos disponibilidad de un bien, mayor su precio. La disponibilidad de dólar ahorro es una gota en el océano, bienvenida por cierto, pero que no llega a que los importadores puedan cubrir sus necesidades. Hay otra posibilidad de reducir inflación y la presión sobre el dólar, que es un fenomenal salto en productividad. Se requiere un aumento en la eficiencia en todos los sectores. Juzgue el lector si puede lograrse en poco tiempo. De lo contrario, la única forma de evitar una recesión grave o una inflación mayor será eliminando el déficit fiscal. Nada nuevo bajo el sol.

Ganar tiempo

Con la llegada de Alejandro Vanoli al Banco Central, parece crecer en el Gobierno la idea de que la batalla contra el atraso cambiario (otro de los frutos de la inflación) puede sostenerse en un “empate” hasta la entrega del poder en diciembre de 2015.

Las cuentas de almacenero no cierran: desde enero, el dólar oficial se deslizó 7 % y la inflación recorrió un camino de entre 25 % (en las estimaciones oficiales) y 40 % (según consultoras privadas y mediciones provinciales). Es evidente que el tipo de cambio actual no favorece en nada las exportaciones ni la competitividad argentinas, pero también es claro que una devaluación sin un programa integral que reduzca el déficit fiscal y apunte a bajar la inflación sería acelerar el círculo vicioso.

Los primeros tiempos de Vanoli le permiten lucir el retroceso del dólar blue, cuya difusión llegó a comparar con la publicación del precio de la cocaína (por cierto, el consumo de esa droga sigue creciendo, pese a que su precio no se publica en los portales informativos). Entre represión policial y judicial y otras medidas monetarias, el Banco Central entusiasma a la tropa kirchnerista: “Vamos ganando”, pueden decir, con un optimismo que los argentinos deberíamos tomar con cierto recaudo.

Los analistas financieros ven que la absorción de pesos vía letras y otros instrumentos le posibilita al Banco Central disminuir la presión sobre el dólar blue, aunque esos “papelitos” deban algún día pagarse y generen intereses. La idea, dicen, es ganar tiempo. Además, la llegada del intercambio de divisas con el gobierno chino fortalece la posición del Banco Central y le permite mirar 2015 con cierto margen de acción. Después de Navidad, sueldos y aguinaldos, el gran desafío será pasar enero y febrero, dos meses críticos para la balanza comercial y de pagos.

Mientras tanto, si la inflación sigue su marcha en torno del 30 % para 2015, el atraso cambiario irá creciendo y creciendo, para convertirse en un problema que demandará un ajuste de shock, como ya tuvo tantos la Argentina en los últimos 60 años. Que va a suceder, va a suceder. El tema es si lo firman Vanoli y Kicillof o los responsables económicos de Massa, Scioli, Macri o Unen.

Competencia de disparates

El zafarrancho regulatorio que cultivaron los gobiernos kirchneristas está cerrando la década con una apoteosis de orquesta sin director.

En la recta final se apura a dejar una estructura económica caotizada, incapaz de seguir sosteniendo a un megaestado torpe, deficitario, cada vez más centralista e incapaz de emitir moneda. Los ejemplos son innumerables y se amontonan en una sola semana. A continuación, una selección.

Unitarismo de servicios. La empresa provincial de energía avisa que es inminente el pedido de un nuevo aumento tarifario. La inflación, sus altos y rígidos costos laborales y los malos negocios son algunas de las razones. Pero ahora, a la ya clásica discriminación de subsidios públicos de la Nación en perjuicio del interior del país se agrega otra: a principios de año, el Ministerio de Planificación firmó con las distribuidoras de energía un acuerdo para que no subieran sus tarifas de distribución este año (la Nación planeaba subir el costo de la electricidad en sí y no quería enojar a los consumidores superponiendo aumentos).

A cambio, les prometió que les enviaría recursos para invertir en distribución y transporte. El año ya termina y sólo enviaron 15 millones. Eso en el Gran Buenos Aires no pasa: Edenor y Edesur ni siquiera pagan la energía que reparten cuando no pueden, con la vista gorda de su regulador responsable: el Gobierno nacional, que las subsidia en exclusiva desde 2002 para no tener que poner la cara y autorizar subas de tarifas.

Ahogo tributario. La presión impositiva récord de 34,5 % del Producto Interno Bruto (PIB) que ya ahogó a la economía. Y eso que no incluye el impuesto inflacionario. Semejante costo no sólo resulta inexplicable a la luz de toda la infraestructura y los servicios que no se brindan o cuya calidad es de baja para abajo.

Leyes “adaptadas”. El ahogo es tan evidente que están aflojando, pero sólo con algunos privilegiados. Las normas impositivas son cada vez menos generales. Nadie se ha molestado siquiera en explicar por qué los pilotos de Aerolíneas han sido autorizados a eludir el pago del Impuesto a las Ganancias a la vista de todo el mundo, en complicidad con la empresa y el gremio. Tampoco se explicó por qué a los empleados judiciales de todo el país se les avalan excusas–visadas por poderes judiciales con cola de paja–para que eludan el mismo impuesto que los jueces no pagan, violentando una ley tan clara como la de Ganancias.

Los políticos gozan de elementos para negociar con sus empleados que están vedados a las empresas.

En el mundo privado se está permitiendo–como en el caso de las petroleras–que parte del Impuesto a las Ganancias sea asumido por las propias empresas. Pero no es evasión o elusión: se sube de hecho el costo laboral a la patronal... ¡Para financiar al Estado evasor!

Regulaciones al por mayor. En el paroxismo de la atropellada final salen con fritas leyes que van a estructurar sectores centrales de la economía por muchos años, como las de hidrocarburos o de telecomunicaciones. Pero también se anuncian expresiones de deseos como la regulación que, nos enteramos sin detalles, quiere imponer la Nación después de 10 años en el sector automotor. 

Debe haber una competencia de disparates: acaban de legislar cuántos saquitos de yerba mate podrá vender qué empresa. Y el Senado ya sacó una ley para que el Congreso nacional “administre”, con plata de todo el país, la confitería porteña El Molino. Si alguna vez–¡cruz diablo!–quieren cerrar el café Mónaco, ¿los siervos del interior podremos pedir lo mismo?

(*) Economista

© Agensur.info

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