Por diferentes
motivos, Macri es el elegido de Cristina Fernández y Elisa Carrió.
Por James Neilson (*) |
Mauricio Macri es un hombre privilegiado: con cierta
frecuencia, las dos mujeres más poderosas, influyentes e iracundas del país dan
a entender que, pensándolo bien, les gustaría que resultara ser el próximo
presidente de la República.
No se trata de una manifestación de amor sino de
espanto.
Si Cristina Fernández de Kirchner y Elisa Carrió coinciden en algo, es
que sería desastroso que la contienda electoral que ya ha comenzado culminara
con otro triunfo peronista. Huelga decir que sus motivos para sentirse
alarmadas por dicha eventualidad son distintos. Mientras que Cristina teme que
Daniel Scioli o Sergio Massa se las arreglarían para privarla de los vestigios
del poder que espera conservar, dejándola a la merced de una jauría de juristas
vengativos, Elisa cree que, si uno ganara, se limitaría a encargarse del gran
negocio que es la política, lo que a su juicio tendría consecuencias
calamitosas para la Argentina que, enferma de corrupción, pronto degeneraría en
un Narco-Estado.
¿Y Mauricio? Mira las maniobras de las damas con ecuanimidad
distante. Sabe que, siempre y cuando no se dé por aludido, la especulación en
torno a lo que tendrían en mente le conviene. Así, pues, a veces se permite
quejarse porque últimamente Cristina no le atiende el teléfono pero, claro
está, comprende que la señora tiene motivos de sobra para negarse a charlar con
quienes no comparten todas sus opiniones. En cuanto a su relación con Elisa,
jura que nunca “tomé un café” con ella. De todos modos, Juliana Awada no tiene
motivos para preocuparse por el interés evidente de las dos en el destino de su
marido: sus designios son exclusivamente políticos.
Durante buena parte
de su gestión como jefe del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
Macri hubo de defenderse contra los ataques reiterados de un Poder Ejecutivo
nacional resuelto a hacerlo tropezar. Para hacerle la vida imposible, los
kirchneristas demoraron obras fundamentales, procuraron sabotear la embrionaria
Policía Metropolitana, instigaron paros sorpresivos e inundaron las calles de
piqueteros, pero andando el tiempo la mezquindad evidente de sus adversarios lo
ayudaría. Lo mismo que los bonaerenses, los porteños propenden a atribuir los
problemas más urticantes que enfrentan a diario a la malicia propia de los
ultrakirchneristas, no a las eventuales deficiencias del mandatario local,
razón por la que el índice de aprobación tanto de Scioli como de Macri, dos
presidenciables que tienen mucho en común, sigue siendo bastante alto.
Aunque la Capital Federal tiene la reputación de ser un
distrito progre y en opinión de quienes se suponen izquierdistas Mauricio
milita en la derecha liberal, tal imagen ya no le perjudica a ojos de Elisa
que, en un avatar anterior, dijo que “Macri es un límite moral infranqueable”,
un partidario del capitalismo salvaje y, sería de suponer, intrínsecamente
corrupto con el que nunca se le ocurriría pactar. Pero desde entonces mucho ha
cambiado. Para horror de los radicales fieles a las doctrinas ancestrales, para
no hablar de los soñadores de la izquierda más o menos moderada, en la
actualidad Elisa lo ubica entre los políticos decentes y se propuso articular
una gran alianza republicana y democrática que incluya a PRO, la UCR, el
socialismo santafesino y otras facciones presuntamente compatibles. Si bien sus
esfuerzos en tal sentido no prosperaron, ya que lo único que ha logrado es
dinamitar el Frente Amplio-UNEN del que fue la arquitecta principal, ha ayudado
a Macri a superar los prejuicios de muchos que se habían habituado a tomarlo
por un cuco peligrosísimo que, de tener la oportunidad, no vacilaría en
privatizar absolutamente todo.
Conforme a las pautas imperantes en otras latitudes, Macri
dista de ser un extremista de la derecha retardataria. En Europa, sería
considerado un centrista nato capaz de congeniar, según las circunstancias, con
gobiernos socialistas o levemente conservadores. Es evidente que no le importan
demasiado las divagaciones ideológicas que, a pesar de todo lo ocurrido en el
país y en el resto del mundo, siguen obsesionando a los politizados locales.
Antes bien, se concentra en tratar de solucionar “los problemas de la gente”,
una actitud que le ha merecido la gratitud de los hartos del guitarreo
inconducente de aquellos profesionales de la política que prometen mucho pero que,
una vez anidados en el poder, se limitan a administrar la crisis de turno,
llenando los baches con relatos engañosos que sólo sirven para legitimar los
proyectos personales.
Gracias en buena
medida a Elisa, la candidatura presidencial de Macri ya ha cobrado fuerza
suficiente como para plantear una amenaza a Massa, que para mantenerse en
carrera se siente constreñido a sacar un conejo tras otro de la galera –ahora
quiere que nadie pague Ganancias en diciembre, lo que, en vista del estado
lamentable de la economía nacional, parece irresponsablemente populista–, y a
Scioli, el que sigue confiando en que Cristina finalmente lo unja como su
sucesor, puesto que en su propio círculo no cuenta con nadie mejor. De
agravarse mucho más el descalabro económico provocado por el voluntarismo
insensato de los kirchneristas, las acciones de Macri podrían subir mucho en
los meses próximos.
A juzgar por la experiencia europea, en tiempos de
incertidumbre en los que todo parece estar a punto de desplomarse, la mayoría propende
a optar por un gobierno de la derecha civilizada por entender que sería suicida
intentar aplicar recetas progresistas que acaso serían apropiadas para una
etapa de vacas gordas. Aunque en este ámbito como en tantos otros las
tradiciones argentinas son distintas de las de países latinos europeos como
España, Italia y Francia, o vecinos como Chile y Uruguay, aquí también las
preferencias populares suelen oscilar entre la izquierda repartidora y la
derecha estabilizadora.
Los kirchneristas pudieron aprovechar los ingresos fabulosos
que fueron posibilitados por el boom de las commodities para comprar
popularidad, pero por desgracia los gastaron sin pensar en mañana, de suerte
que, pase lo que pasare, el próximo gobierno se verá obligado a ajustar con aún
más vigor que el ensayado por el actual. Sería por lo tanto lógico que el
electorado decidiera que sería mejor que se encargara de aquella tarea
sumamente ingrata gente cuyas ideas son radicalmente distintas de las de
populistas que, una vez más, se las han ingeniado para arruinar el país. ¿Está
por producirse el tantas veces pronosticado cambio de actitudes luego de largas
décadas de populismo autocompasivo que han dejado el país nuevamente en la vía?
Pronto sabremos la respuesta a este interrogante fundamental.
Elisa, la que hace casi diez años quería aliarse con Ricardo
López Murphy –un duro “genocida” según progres radicales que no creían en los
números–, parece consciente de que la situación en que el país se ha
precipitado podría favorecer las aspiraciones de Macri frente a los dos
peronistas que, según las encuestas de opinión, aún lideran la carrera
presidencial, ya que, a diferencia de ellos, no ofrece más de lo mismo. Algunos
kirchneristas piensan igual, si bien por razones maquiavélicas: quieren que
quienes tomen el relevo a Cristina protagonicen un fracaso realmente
espectacular.
Suponen que, si Macri se muda la Casa Rosada, el ajuste que
pondría en marcha resultaría ser tan sádico que el pueblo no tardaría en
alzarse en rebelión para reclamar el retorno inmediato de Cristina, lo que les
permitiría frustrar a quienes esperan verla obligada a rendir cuentas ante la
Justicia por los delitos perpetrados en el transcurso de la década que ella y
sus cómplices ganaron. Se trata de una variante de la estrategia elegida por
los peronistas de los años setenta del siglo pasado que consistía en apostar a
que un régimen militar “de derecha” hiciera el trabajo sucio necesario para
restaurar cierto equilibrio fiscal después de una fiesta populista, abriéndoles
así la puerta para un regreso triunfal; de no haber sido por la irrupción
inesperada de Raúl Alfonsín, hubiera funcionado tal y como previeron.
Desde el punto de vista de Cristina y sus incondicionales,
el futuro de la economía nacional, y de las decenas de millones de personas que
dependen por completo de sus vicisitudes, es lo de menos. Lo que más quieren es
la impunidad, pero no les será nada fácil conseguirla. Aun cuando se resignaran
a respaldar a Scioli y financiaran una campaña exitosa con lo que todavía quede
en la caja, en cuanto el así beneficiado se instalara en el poder sería reacio
a poner obstáculos en el camino de la Justicia. De triunfar Massa, el tigrense
no titubearía un solo minuto en ensañarse con aquellos kirchneristas que se
resistieran a incorporarse a las filas del movimiento que está aglutinándose en
torno a su figura cuando todavía podían hacerlo con cierta elegancia. Por su
parte, Macri, si bien no parece ser una persona vengativa, no tendría más
opción que la de asumir una postura legalista, ya que le sería prioritario
mostrar que estar a favor de una mayor participación del sector privado en la
vida económica del país no significa estar dispuesto a tolerar la corrupción,
como quisieran hacer creer aquellos izquierdistas y populistas que insisten en
tratarlo como un derechista vinculado con lo peor del capitalismo “neoliberal”.
(*) PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires
Herald”.
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