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domingo, 9 de noviembre de 2014

La siesta cómplice y la indignación de los mansos

Por Jorge Fernández Díaz
Una posible secuela cinematográfica de los exitosos relatos salvajes podría comenzar con un hidalgo atildado, pacífico y gentil, respetuoso a ultranza de la norma y cultor de una caballerosidad sincera que, de pronto, toma un micrófono, abandona su tono medido y lanza rayos y centellas por la boca. Dicho en términos prosaicos: al hombre se le suelta la cadena.

Su hija llora de emoción en una butaca y el auditorio, donde destacan algunos empresarios que han convalidado hasta ayer nomás con su silencio y cobardía la catástrofe que el hidalgo denuncia, lo aplaude esta vez de pie y lo ovaciona. Damián Szifron debería tomar nota de algunos detalles más. Este hombre es un constitucionalista culto y prestigioso, ha dedicado su vida a intentar que la ley y la república se cumplan en la Argentina y, desde hace once años, es despertado por las radios y los diarios con una misma pregunta: ¿esta medida del Gobierno es constitucional? ¿Y esta otra?

Cincuenta veces por año el hidalgo, que es además una persona independiente y honesta, en el fondo un ingenuo dentro de una nación de barracudas y filibusteros, estudia fríamente cada caso y descubre que no pasa una semana sin que se incumpla o se viole la Carta Magna, las legislaciones fundamentales, los tratados internacionales, y los principios de legalidad y de separación de poderes. Son cerca de seiscientas infracciones graves que han modificado el disco rígido de la democracia moderna, y que constituyen lisa y llanamente un cambio de régimen. Un crimen institucional horroroso que se ha perpetrado paulatina y silenciosamente a la vista de una sociedad que prefiere dormir la siesta mientras el hidalgo está despierto y engullendo veneno en dosis de espanto.

Son cerca de seiscientas infracciones graves que han modificado el disco rígido de la democracia moderna, y que constituyen lisa y llanamente un cambio de régimen
El relato podría comenzar cuando este estudioso del Derecho se dirige en remise hacia Mar del Plata y escucha la larga cadena nacional en la que la Presidenta de la Nación anuncia su proyecto de Código Procesal Penal y roza conceptos de la ultraderecha, como la deportación de extranjeros y la conmoción social. El jurista trata de entender a fondo el mensaje oficial y llega a la conclusión de que ella no comprende su propio texto. Y entonces mete la pata: piensa que con ese nivel no puede haberse recibido de abogada, recuerda insistentes rumores que hay al respecto en el mundo de la política y siente la tentación de preguntar públicamente por qué no muestra el diploma. Todo su discurso fue racional y estructurado, pero tuvo ese breve y fallido momento de improvisación. Hay fuertes indicios de que la jefa del Estado se recibió efectivamente de abogada, aunque su título sigue sin aparecer. En un país trucho, donde casi todo se adultera y donde un gobierno se puede dar el lujo impune de la mentira y del secretismo, cualquier cosa puede suceder y cualquier hecho genera dudas. Todos cometimos errores: el hidalgo porque en un arrebato final fue imprudente; los periodistas porque titulamos con ese asunto espectacular, pero menor, y no le dimos relevancia a su articulada denuncia general de fondo, y los militantes estatales porque trabajaron sobre ese yerro para desprestigiarlo e irónicamente (justo ellos) para cristalizarlo como una persona desbordada y, por lo tanto, delirante. Lo central, sin embargo, no es que Daniel Sabsay haya patinado con un pequeño error en su justa y larga catarsis de la impotencia, ni que Cristina Kirchner se haya o no recibido de abogada, sino que este proyecto político termine siendo el caballo de Troya de la democracia, que la sociedad sea mayoritariamente indolente ante semejante metamorfosis y que al cabo del ciclo los argentinos debamos enfrentar la dura realidad de una tierra jurídica arrasada.

En un país trucho, donde casi todo se adultera y donde un gobierno se puede dar el lujo impune de la mentira y del secretismo, cualquier cosa puede suceder y cualquier hecho genera dudas
El kirchnerismo se defiende de esta acusación con un doble argumento: por un lado, se enorgullece discretamente de haber modificado los cimientos sin la ayuda de los demás sectores representativos del pueblo y, por otra parte, asegura que el mero sufragio y la obediencia mecánica de su tropa en el Congreso vuelve legal toda esta monumental maniobra. No reconoce, en suma, la diferencia entre legalidad y legitimidad. Y este punto también inspira otro relato salvaje. Que los guionistas tomen nota. Un vecino de buenos modales alquila una casa chorizo. En el contrato se estipula que no puede utilizarla para medios comerciales ni realizarle reformas, pero el inquilino comienza a actuar como si fuera el dueño y pone en el garaje una agencia de lotería, tira abajo varias paredes, abre ventanas, construye salas y clausura baños. El verdadero propietario peca al principio de perezoso e indiferente, y cuando quiere acordarse, su vivienda se ha transformado por completo y quien se la ha rentado se niega a hacerle caso: ni un paso atrás, son obras irreversibles. El vecino de buenos modales de repente los ha perdido, y ésta es ahora una casa tomada. A regañadientes y obligado, la entregará a su tiempo, aunque, por supuesto, no la dejará en buenas condiciones, dado que íntimamente siente irritación por tener que irse y concibe al dueño como un imbécil y como intruso.

Resulta facilista, a estas alturas, fustigar al cristinismo por practicar una desmesura fundacional y por ser propenso a tomar el Estado como su propiedad privada. ¿Se le podría haber pedido otra actitud a un movimiento que vino a instalar el feudalismo? El núcleo real del conflicto es que los políticos de la oposición, los encuestadores e incluso los periodistas eluden como si fuera un tabú la complicidad pasiva de la gente frente a la mayor falsificación de la democracia que supimos fundar en 1983, luego de tantos años de negras dictaduras. La culpable no es Cristina, sino quienes, con su analfabetismo cívico, su relativización ética, su desaprensión republicana y su irresponsabilidad económica, le dieron un cheque en blanco. El punto no es, en consecuencia, que el kirchnerismo pueda arrasar con las reglas, sino que haya un robusto segmento popular dispuesto a acompañar esa decisión con su desidia. El historiador Luis Alberto Romero lo puso con todas las letras esta semana: "Una sociedad acostumbrada a vivir al margen de la ley, a ignorar las normas incómodas y a buscar la excepción personal prefiere una fuerza política cuyos principios no excluya semejantes prácticas escribió. Si hipotéticamente alguien acabara con el peronismo, con seguridad su lugar sería ocupado por una fuerza similar".

En ese nuevo país, es posible que un gobierno pierda por negligencia un juicio con los holdouts, convierta esa inoperancia en una batalla antiimperialista y suba, por lo tanto, en las encuestas, se dedique a vapulear públicamente al presidente de los Estados Unidos sabiendo que éste nada podía hacer, mande sancionar leyes para luchar contra los buitres, se prepare para derogarlas, disponga las cosas para arreglar económicamente con el enemigo, y arme para marzo el anuncio de que el entuerto ha sido solucionado, y de manera heroica: por el conocido método de pagarles a las aves siniestras, que están investigando los negocios de la familia presidencial, todo lo que piden. La secuencia muestra impericia gestionaria y brillantez política. Y una profunda inacción del colectivo. Parafraseando al asesor de Clinton: es la sociedad, estúpido. La misma que hibernó durante una década, mientras Sabsay amasaba su insomnio, su estupor y su bronca. Pero este atildado ingenuo, que tuvo su día de furia, cree sinceramente que la ciudadanía se está despertando ahora de ese coma profundo. ¿Será cierto?

© La Nación

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