Por Gabriela Pousa |
Al parecer, y a juzgar por lo que puede leerse y escucharse en los
medios, el país está sumido en una crisis terminal. Sin embargo, es menester
usar con precisión el idioma para discernir hasta qué punto esto es así.
En Argentina hay un sector que está colapsado y otro que es arrasado por
ese colapso.
La crisis que roe hasta las entrañas no es del país propiamente
dicho sino del gobierno. Amén de la crisis perpetua, que ya no halla solución, en las
clases más marginadas y paupérrimas de la geografía argentina, hay una crisis
que se mantuvo oculta como una enfermedad a la que no se la cura. La
actual administración está enferma, no aceptó remedios y hoy la metástasis se
acrecienta.
¿Contagia? De algún modo sí. Sí entendemos que se predica con el
ejemplo, veremos que el desparpajo de la dirigencia, la burla sin reparos y la
provocación cotidiana se van correspondiendo en lo social, con otra
“corruptela” menos crítica quizás. Arriba se flanquearon todos los límites,
abajo se evadieron normas y rompieron reglas, sin noción siquiera del daño que
suma ese actuar. Autos de alta gama se patentan en Vaca Muerta, se
consiguen detectores de radares, decodificadores para ver canales de cable sin
pagar, calcomanías truchas de discapacidad para estacionar más fácil, etc.
Lo que molesta quizás, es que estos hechos aparentemente
insignificantes suelen penarse mientras que la corrupción sin sutileza, por
decirle de alguna manera, se supera a sí misma cada día y sigue propagándose
sin vergüenza y sin moral. Menos aún con penas y condenas fácticas, palpables,
concretas.
¿Qué es lo que falta para que tantísimas evidencias de corrupción tengan
resolución que es en definitiva, lo que cuenta? Con el descubrimiento y
el mero dato no llegamos a ningún lado. La respuesta no es complicada: resta
que haya reacción del Poder Judicial.
Los Kirchner no diezmaron por capricho las Instituciones, ni hicieron
añicos los principios básicos de la república por hobby. Hubo clara
premeditación. Han sido actos agravados por alevosía pues, todo ello, se llevó
a cabo para evitar que el saqueo a las arcas del Estado sea penado. Era
el modo de asegurarse impunidad.
Ahora bien, de pronto, un juez decide dejar el temor de lado y
se rebela (porque rebelarse no es salir a la calle a romper todo sino cumplir,
a conciencia, el rol propio) Un juez se rebela a hacer la vista gorda
y decide actuar, cumplir su función, ninguna proeza sino lo normal.
No volvamos a endiosar seres humanos porque los providenciales no suelen
durarnos.
La pregunta ahora es ¿hasta cuándo podrá el juez Claudio Bonadio
librar esta contienda si no lo asiste el apoyo generalizado como lo tuviera en
su momento el fiscal José María Campagnoli? Y es que el Ejecutivo no va a
ahorrar métodos extorsivos y tácticas de amedrentamiento para hacerlo recular.
Bonadio debe entender que difícilmente salga ileso de esto. El
héroe de guerra siempre vuelve del frente de batalla lastimado, pero nadie echa
ácido sobre esas llagas pues son fuente de orgullo. No devienen de
cobardía ni debilidad sino de una lucha despareja quizás, en pro de un bien
superior: hacer justicia. En palabras de Ulpiano “dar a cada uno lo suyo”, no
se pide más.
El pueblo debiera apoyar la pérdida de miedo, imitando sí ese
ejemplo y no otros que nos denigran como sociedad. De esa forma se le
haría menos solitario el camino al juez que decide ir más allá de las portadas
de los diarios y los grandes titulares que ya no generan asombro ni suficiente
indignación social.
El kirchnerismo ha jugado con el miedo desde el vamos porque el miedo
frena, paraliza. Y así nos quiere el gobierno actual: inmóviles, diciendo “¡qué
barbaridad!” pero nada más. Como bien señaló en su columna Claudio
Zuchovicky se trata de aplicar aquel “Keep calm and carry on“.
Si bien en su momento pretendía ser estímulo a un imperio sumido en una
guerra mundial, no deja de encubrir ese deseo subyacente de los
gobiernos populistas que aspiran a que la gente este tranquila y siga con su
vida como si nada pasara cuando todo está pasando en realidad.
La prioridad de Cristina no es ni remotamente la prioridad de la
ciudadanía. Ella busca frenar a los jueces que se disponen a la
rebelión. De allí el “copamiento” del Consejo de la Magistratura, las reformas
de los códigos civil y procesal penal, y la batalla que espera, por el número
de miembros que habrá de tener la Corte Suprema.
La Presidente ya es “chica de tapa” pero está vez en la sección
policial. Protagoniza algo más que el relato oficial, actúa con un rol
preponderante en un expediente judicial. Eso no es común ni mucho menos normal. La
otra pregunta del millón es si dicha actuación quedará así, como un prólogo
apenas, o si avanzará con un desarrollo y un final.
En parte depende del grado de atención que prestemos como
sociedad, máxime en una época de fiestas y receso cuando todo parece menguar. Pareciera
que siempre la última palabra está de nuestro lado. Somos quién debe ejecutar
el penal decisivo si se quiere ganar. ¿Estamos dispuestos a darlo?
Mientras tanto, el gobierno, no satisfecho con instaurar el día de los
valores villeros, se dedica a convertir el saqueo en un derecho. Lo democratiza
a su modo, lo instala como ofrenda nacional
Decide que los supermercados entreguen bolsas de alimentos para evitar que haya grupo capaces de irrumpir por la fuerza, causando destrozo en los comercios.
Decide que los supermercados entreguen bolsas de alimentos para evitar que haya grupo capaces de irrumpir por la fuerza, causando destrozo en los comercios.
A ver si entendemos lo que esto significa: en términos sencillos, el
kirchnerismo está convirtiendo en política de Estado, en “derecho humano” el
saqueo de empresas y locales comerciales. Esa es su distribución de la riqueza,
esa es su inclusión social, ese es el capítulo que sigue del relato oficial.
Ninguna solución sino un severo agravamiento del mal. ¿Cómo se vuelve de eso?
Al fin y al cabo, lo que ahora pretende permitir el kirchnerismo es
lo que él viene haciendo desde hace más de once años de gobierno: legitimar el
robo de lo ajeno. Ellos lo hicieron con el erario público. En un acto
de “generosidad” sin límite, para estas Navidades, nos regala una cuota de
igualdad para que actuemos. Además para eso, ellos nos dieron ya el
ejemplo.
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