Por Carlos Gabetta (*) |
Hay bellos sueños que devienen pesadillas cuando se hacen
realidad. En el mundo privado, los emprendimientos personales, la vida en
pareja, suelen ser de esos. Pero en esa esfera rara vez terminan en tragedia; a
lo sumo en decepción y tristeza.
No es lo que ocurre en el mundo de la política; en los
momentos de ruptura, de transformaciones históricas.
Las guerras de
independencia, las grandes revoluciones, todas, han estado jalonadas de
carnicerías, represión, violaciones de lo que –apenas hace un par de siglos–
consideramos derechos humanos y que, aún hoy, apenas respetamos. Las religiones
monoteístas, ensueño grande si los hay, han tenido y tienen sus inquisidores,
torturadores y carniceros.
Al capitalismo le llevó tres siglos plantearse la
democracia. Y la gran Revolución Francesa tuvo su jacobinismo, su guillotina,
su Danton y su Emperador. La estadounidense toleró la esclavitud durante casi
cien años (para abolirla fue necesaria una guerra civil) y la segregación
racial doscientos. Aún hoy existe Guantánamo.
Se podría continuar, en el espacio y en el tiempo. Pero el
introito es necesario en la conmemoración de la caída del Muro de Berlín,
símbolo de la pesadilla real en que acabó convertido el que fue acaso el más
bello sueño, hasta hoy, de la humanidad: la igualdad socialista. En la
experiencia soviética, la “dictadura del proletariado”, erróneamente imaginada
por Marx como una especie de transición jacobina, se consolidó en una casta
incompetente, corrupta y cruel; el “centralismo democrático” de Lenin, en una
dictadura cada día más férrea, a medida que la experiencia de socialismo sin
libertad se manifestaba fatal para el desarrollo económico.
Y sin embargo, del mismo modo que las revoluciones francesa
y estadounidense pusieron las bases de la democracia moderna y el respeto a los
derechos humanos, la experiencia de “socialismo real” hizo que todos los países
que la emprendieron ya no sean lo que eran. “Han salido al menos del feudalismo
cultural, viviendo su ingreso a la modernidad detrás de un modelo de
‘socialismo’ que acabó por fracasar”
(http://www.perfil.com/columnistas/Cuba-capitalista-20140419-0004.html). Todos,
Rusia, China, Vietnam, son hoy democracias de fachada o dictaduras capitalistas
como hay tantas. Lo que dicho sea de paso, no genera las mismas escandalizadas
críticas que cuando se declaraban socialistas. Business is business, of course.
El caso de Alemania, en particular el de Berlín, es un
ejemplo acabado de esos vaivenes de la historia; del cinismo con que el “mundo
libre” actuó ante el nazismo y la desmemoria con que se conmemora la caída del
Muro. El denostado pacto Hitler-Stalin acabó con las esperanzas occidentales de
que la Alemania nazi invadiese la URSS en primer lugar, acabando con ella o, al
menos, debilitándose mutuamente. Al cabo, los veinte millones de muertos que
aportó la URSS fueron determinantes en la derrota de Hitler. Y así fue que
Berlín quedó partida en dos: mitad capitalista, mitad “socialista”; en la parte
soviética de una Alemania partida en dos.
Entre 1961 y 1989, ese muro infame fue violado por cuarenta
mil personas, de las cuales al menos 1.300 murieron. El resto es la historia
sucesiva a la implosión soviética –el socialismo sin libertad resulta una
contradicción en sí misma– y la expansión planetaria capitalista.
El Muro de Berlín ha caído hace un cuarto de siglo, pero aún
quedan al menos 32 muros por derribar
(http://es.wikipedia.org/wiki/Muro_de_seguridad), de los cuales los de Israel
en Cisjordania, Estados Unidos en la frontera con México y España en Ceuta y
Melilla son los más representativos del actual estado de cosas. En todos los
casos se esgrimen razonables razones de realpolitik. Todos, desde el punto de
vista de la civilización, resultan tan infames como el de Berlín.
Aún falta mucho para la igualdad en libertad.
(*) Periodista y
escritor.
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