Por Tomás Abraham (*) |
Parece que todo el espectro de la oposición se ha puesto de acuerdo en
calificar a este gobierno de populista. Incluso desde el oficialismo se
ha aceptado la denominación con su incorporación al vocabulario de las altas
esferas académicas.
Más allá de los rasgos tradicionales con los que se lo ha denostado,
considero que el populismo es un fenómeno político característico de los
países subdesarrollados, para emplear nuevamente una palabra previa a la
dupla liberación-dependencia, o la actual de avanzados, emergentes o
sumergidos.
No cualquier actitud personalista que pretenda saltearse algunos
mediadores institucionales es populista. Ni Sarkozy ni Berlusconi lo eran, por
más ostentación de histrionismo que hicieran.
Pobres, oligarquía y renta. El populismo necesita de ciertas condiciones
previas: una gran masa de pobres, una oligarquía y una renta
extraordinaria. Un grupo político llega por vía electoral al gobierno y
distribuye una parte de la renta extraordinaria con fines de ayuda social a la
población marginada de las riquezas. Establece relaciones con grupos
empresariales para asociarse en emprendimientos económicos y consolidar
alianzas con factores de poder.
La renta extraordinaria resulta de situaciones geopolíticas
beneficiosas. En 1946 fueron las reservas y las acreencias por la Segunda
Guerra Mundial. En tiempos de Menem fueron el crédito financiero convertido en
deuda externa y la venta de empresas estatales. Con Kirchner fue la eclosión de
los precios de las materias primas alimentarias y minerales.
Por eso, la determinante del fenómeno populista no es la
dependencia sino, por el contrario, una mayor autonomía por la
posibilidad que ofrece la renta extraordinaria de ampliar las opciones
políticas y el sistema de alianzas. El kirchnerismo es un populismo legitimado
por una retórica revolucionaria inspirada en los movimientos
guerrilleros urbanos de los 70 remozados por el relato bolivariano. Pero una
vez que la renta extraordinaria se acaba, se acaba el populismo, sin que se
sepa con qué reemplazarlo.
En nuestro país, la oposición política acusa al Gobierno de dos cosas: un
gasto público irrefrenable, que es causa de la inflación, y una corrupción
sistémica impune. Respecto del último punto hay una dificultad que la
población percibe aun cuando esté descontenta con el actual gobierno. Macri,
Massa y Scioli (el gobernador bonaerense, aunque no esté en la oposición,
también es un preferido de la misma) fueron protagonistas formados en el
menemismo, y en cuanto a Macri, todos saben que no miraba los acontecimientos
de la década del 90 con desagrado.
En cuanto a los radicales, sus coartadas tampoco son las mejores,
tomando en cuenta que Cobos fue vicepresidente de Cristina Fernández años
después de que la fuga de los ingentes dineros de Santa Cruz ya era un hecho
consumado, y si son ciertos los dichos de Sanz sobre que el 75% de los
dirigentes radicales se hizo K con el llamado a la transversalidad, poco
pueden aportar a la limpieza general, ya que cuando fueron invitados al poder
nunca vieron delito alguno. Dejo de lado el recuerdo de 2001 con las coimas del
Senado y el corralito.
Respecto de UNEN, llama la atención que los principales reclamos del
partido socialista sean la inseguridad y la inflación, que son las avanzadas
críticas típicas de la derecha, con la que, sin embargo, no quieren ni
acercarse ni cotejar en las primarias. En realidad, es cierto que la inflación
y la inseguridad no son un tema exclusivo de nadie sino parte de la crítica de
toda la oposición, pero el arco progresista socialdemócrata no logra
distinguirse claramente por ninguna otra faceta de la posición más
conservadora.
UNEN sufre un proceso de mimetización doble entre el radicalmacrismo y
el kirchnerismo versión Solanas.
Clientelismo, amigos y enemigos. El populismo no es sólo clientelismo, capitalismo
de amigos y la continua campaña frente a nuevos o permanentes enemigos; es
también la opción de las grandes mayorías en sociedades en las que la pobreza
es su destino, en las que la riqueza es gozada por pocos y en las que los
partidos políticos han dejado de ser representativos. En nuestro país, sectores
medios apoyan al kirchnerismo por su política de derechos humanos, sus
conquistas sociales y las garantías para minorías. No se concibe que pueda ser
otro tipo de régimen el que otorgue beneficios semejantes. El Frente Amplio en
Uruguay también se destaca por su progresismo en la materia, pero lo
hace en un sistema de partidos y bajo control parlamentario. Además, lo
lleva a cabo implementando una política económica que en nuestro país sería
tildada de neoliberal: libre circulación de capitales, dólar barato, libre
importación, plaza financiera para capitales golondrina y emprendimientos
corporativos de capitales extranjeros para la explotación intensiva de materias
primas. En Chile y Brasil ha habido progresos para mayorías en cuanto a
vivienda, educación y acceso al consumo. Aun en Brasil, con Lula y Dilma, el
“mensalão” es una prueba por la negativa del poder parlamentario para frenar
iniciativas del gobierno por una situación de fraccionamiento partidario que
dificulta alianzas estables y hegemónicas. En nuestro país, la verticalidad no
resulta sólo del carisma de los gobernantes sino de la crisis del sistema de
los partidos. El ágora no es el Congreso, hoy convertido enrecinto para
declamaciones anacrónicas prefabricadas. La plaza pública es digital, en
vísperas de la era postelevisión.
En las elecciones presidenciales de 2011, el 54% de la Presidenta frente
al 16,5% del que le seguía parece anular la competencia representativa como
tal. Hubo un primero y tres últimos. Estas cifras son volátiles y su
variación depende de quién puede generar y apropiarse de nuevas rentas
extraordinarias y no de ideologías o tradiciones partidarias.
Respecto del gasto público y de la queja por la presión retributiva, hay
que afinar el lápiz. Sacar algunos subsidios, dejar otros, ajustar variables,
apretar cinturones: así como se reduce el déficit, vuelve a aumentarlo con la
menor recaudación por la recesión.
La presión tributaria es relativa en una economía con
35% de la economía en negro, más el cuentapropismo, más la precariedad laboral
masiva en forma de contratos de servicios, importaciones sobrefacturadas y
exportaciones subfacturadas, etc.
¿Por qué no? ¿Por qué no seguir con el populismo? Primero, porque la
renta extraordinaria ya no alcanza para solventar los compromisos con
la masa de los más pobres y con los subsidios para los de más arriba. El sueño
de Vaca Muerta es el paraíso del rejuvenecimiento populista, que antes
de llegar al mismo pasará por varios purgatorios y esperemos que por ningún
infierno. Segundo, porque la líder del populismo se va a cuarto intermedio
y no será lo mismo con otro dirigente, aun cuando se especule con una
candidatura testimonial que refuerce las boletas.
El populismo vive del estancamiento sin modificar ninguna estructura de
dominación y sólo aprovecha rentas extraordinarias para construir poder desde
el Estado para quienes lo ocupan y para sus seguidores, que al participar de
actos eleccionarios son necesariamente tomados en cuenta.
¿Qué alternativas hay? En el año 1954, a Perón se le había acabado el
excedente financiero de la posguerra. Volvió a negociar con las petroleras
norteamericanas y llamó a un congreso de la productividad para que sus aliados
sindicales contuvieran sus reclamos y mejoraran el rendimiento laboral.
Tres años después de la caída de Perón, Frondizi extremó
aquellas medidas de Perón y creó las condiciones para que llegaran inversiones
en petroquímica, siderurgia, automotrices, etc. El país se modernizó con los
aportes tecnológicos de las corporaciones, logró el autoabastecimiento en
petróleo, creó las bases para un despegue industrial. Asimismo, la Universidad
de Buenos Aires con el rectorado de Risieri Frondizi logró un prestigio nunca
igualado desde entonces, creó nuevas carreras y promulgó la ley para la
creación de universidades privadas. El golpe de Estado que lo derribó luego de
más de treinta intentos por considerarlo comunista y entreguista, filoperonista
y gorila, todo a la vez, ha sido uno de los mayores errores de la historia
política argentina.
¿Hay un nuevo Frondizi a la vista de aquí a fines de 2015? ¿Uno que
siente las bases de una gran producción nacional con inversiones de
calidad para producir bienes complejos y diagramar un plan educativo con una
universidad de avanzada que forme a los científicos y a los técnicos para un
país integrado, democrático y con inclusión de grandes sectores en nuevas
clases medias por medio del trabajo?
Hablamos de un candidato a la presidencia que en su momento pactó con
Perón una tregua política, que recibió al Che Guevara para darle a Cuba
revolucionaria un lugar en el continente americano, que dialogó con John
Kennedy para avanzar en una política democrática sin golpes militares, que
admiró a Juan XXIII por sus reformas en la Iglesia, que explicó a la sociedad
que el Estado por sí solo ya no tenía los recursos para invertir en
infraestructura y que debía buscar socios en el extranjero, que había que
terminar con la violencia entre peronistas y antiperonistas, que se debía poner
fin a la proscripción del peronismo, que nuestro país ya no podía soñar con ser
el granero del mundo, y que la educación era clave para darle al país un salto
de modernidad con industrias genuinas.
Frondizi pertenece a la historia, pero su ejemplo debería ser el
horizonte de quienes piensan en nuestro futuro.
(*)
Filósofo
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