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domingo, 16 de noviembre de 2014

¿Hay algo mejor que el populismo?

Por Tomás Abraham (*)
Parece que todo el espectro de la oposición se ha puesto de acuerdo en calificar a este gobierno de populista. Incluso desde el oficialismo se ha aceptado la denominación con su incorporación al vocabulario de las altas esferas académicas.

Más allá de los rasgos tradicionales con los que se lo ha denostado, considero que el populismo es un fenómeno político característico de los países subdesarrollados, para emplear nuevamente una palabra previa a la dupla liberación-dependencia, o la actual de avanzados, emergentes o sumergidos. 

No cualquier actitud personalista que pretenda saltearse algunos mediadores institucionales es populista. Ni Sarkozy ni Berlusconi lo eran, por más ostentación de histrionismo que hicieran.

Pobres, oligarquía y renta. El populismo necesita de ciertas condiciones previas: una gran masa de pobres, una oligarquía y una renta extraordinaria. Un grupo político llega por vía electoral al gobierno y distribuye una parte de la renta extraordinaria con fines de ayuda social a la población marginada de las riquezas. Establece relaciones con grupos empresariales para asociarse en emprendimientos económicos y consolidar alianzas con factores de poder.

La renta extraordinaria resulta de situaciones geopolíticas beneficiosas. En 1946 fueron las reservas y las acreencias por la Segunda Guerra Mundial. En tiempos de Menem fueron el crédito financiero convertido en deuda externa y la venta de empresas estatales. Con Kirchner fue la eclosión de los precios de las materias primas alimentarias y minerales.

Por eso, la determinante del fenómeno populista no es la dependencia sino, por el contrario, una mayor autonomía por la posibilidad que ofrece la renta extraordinaria de ampliar las opciones políticas y el sistema de alianzas. El kirchnerismo es un populismo legitimado por una retórica revolucionaria inspirada en los movimientos guerrilleros urbanos de los 70 remozados por el relato bolivariano. Pero una vez que la renta extraordinaria se acaba, se acaba el populismo, sin que se sepa con qué reemplazarlo.

En nuestro país, la oposición política acusa al Gobierno de dos cosas: un gasto público irrefrenable, que es causa de la inflación, y una corrupción sistémica impune. Respecto del último punto hay una dificultad que la población percibe aun cuando esté descontenta con el actual gobierno. Macri, Massa y Scioli (el gobernador bonaerense, aunque no esté en la oposición, también es un preferido de la misma) fueron protagonistas formados en el menemismo, y en cuanto a Macri, todos saben que no miraba los acontecimientos de la década del 90 con desagrado.

En cuanto a los radicales, sus coartadas tampoco son las mejores, tomando en cuenta que Cobos fue vicepresidente de Cristina Fernández años después de que la fuga de los ingentes dineros de Santa Cruz ya era un hecho consumado, y si son ciertos los dichos de Sanz sobre que el 75% de los dirigentes radicales se hizo K con el llamado a la transversalidad, poco pueden aportar a la limpieza general, ya que cuando fueron invitados al poder nunca vieron delito alguno. Dejo de lado el recuerdo de 2001 con las coimas del Senado y el corralito.

Respecto de UNEN, llama la atención que los principales reclamos del partido socialista sean la inseguridad y la inflación, que son las avanzadas críticas típicas de la derecha, con la que, sin embargo, no quieren ni acercarse ni cotejar en las primarias. En realidad, es cierto que la inflación y la inseguridad no son un tema exclusivo de nadie sino parte de la crítica de toda la oposición, pero el arco progresista socialdemócrata no logra distinguirse claramente por ninguna otra faceta de la posición más conservadora.

UNEN sufre un proceso de mimetización doble entre el radicalmacrismo y el kirchnerismo versión Solanas.

Clientelismo, amigos y enemigos. El populismo no es sólo clientelismo, capitalismo de amigos y la continua campaña frente a nuevos o permanentes enemigos; es también la opción de las grandes mayorías en sociedades en las que la pobreza es su destino, en las que la riqueza es gozada por pocos y en las que los partidos políticos han dejado de ser representativos. En nuestro país, sectores medios apoyan al kirchnerismo por su política de derechos humanos, sus conquistas sociales y las garantías para minorías. No se concibe que pueda ser otro tipo de régimen el que otorgue beneficios semejantes. El Frente Amplio en Uruguay también se destaca por su progresismo en la materia, pero lo hace en un sistema de partidos y bajo control parlamentario. Además, lo lleva a cabo implementando una política económica que en nuestro país sería tildada de neoliberal: libre circulación de capitales, dólar barato, libre importación, plaza financiera para capitales golondrina y emprendimientos corporativos de capitales extranjeros para la explotación intensiva de materias primas. En Chile y Brasil ha habido progresos para mayorías en cuanto a vivienda, educación y acceso al consumo. Aun en Brasil, con Lula y Dilma, el “mensalão” es una prueba por la negativa del poder parlamentario para frenar iniciativas del gobierno por una situación de fraccionamiento partidario que dificulta alianzas estables y hegemónicas. En nuestro país, la verticalidad no resulta sólo del carisma de los gobernantes sino de la crisis del sistema de los partidos. El ágora no es el Congreso, hoy convertido enrecinto para declamaciones anacrónicas prefabricadas. La plaza pública es digital, en vísperas de la era postelevisión.

En las elecciones presidenciales de 2011, el 54% de la Presidenta frente al 16,5% del que le seguía parece anular la competencia representativa como tal. Hubo un primero y tres últimos. Estas cifras son volátiles y su variación depende de quién puede generar y apropiarse de nuevas rentas extraordinarias y no de ideologías o tradiciones partidarias.

Respecto del gasto público y de la queja por la presión retributiva, hay que afinar el lápiz. Sacar algunos subsidios, dejar otros, ajustar variables, apretar cinturones: así como se reduce el déficit, vuelve a aumentarlo con la menor recaudación por la recesión.

La presión tributaria es relativa en una economía con 35% de la economía en negro, más el cuentapropismo, más la precariedad laboral masiva en forma de contratos de servicios, importaciones sobrefacturadas y exportaciones subfacturadas, etc.

¿Por qué no? ¿Por qué no seguir con el populismo? Primero, porque la renta extraordinaria ya no alcanza para solventar los compromisos con la masa de los más pobres y con los subsidios para los de más arriba. El sueño de Vaca Muerta es el paraíso del rejuvenecimiento populista, que antes de llegar al mismo pasará por varios purgatorios y esperemos que por ningún infierno. Segundo, porque la líder del populismo se va a cuarto intermedio y no será lo mismo con otro dirigente, aun cuando se especule con una candidatura testimonial que refuerce las boletas.

El populismo vive del estancamiento sin modificar ninguna estructura de dominación y sólo aprovecha rentas extraordinarias para construir poder desde el Estado para quienes lo ocupan y para sus seguidores, que al participar de actos eleccionarios son necesariamente tomados en cuenta.

¿Qué alternativas hay? En el año 1954, a Perón se le había acabado el excedente financiero de la posguerra. Volvió a negociar con las petroleras norteamericanas y llamó a un congreso de la productividad para que sus aliados sindicales contuvieran sus reclamos y mejoraran el rendimiento laboral.

Tres años después de la caída de Perón, Frondizi extremó aquellas medidas de Perón y creó las condiciones para que llegaran inversiones en petroquímica, siderurgia, automotrices, etc. El país se modernizó con los aportes tecnológicos de las corporaciones, logró el autoabastecimiento en petróleo, creó las bases para un despegue industrial. Asimismo, la Universidad de Buenos Aires con el rectorado de Risieri Frondizi logró un prestigio nunca igualado desde entonces, creó nuevas carreras y promulgó la ley para la creación de universidades privadas. El golpe de Estado que lo derribó luego de más de treinta intentos por considerarlo comunista y entreguista, filoperonista y gorila, todo a la vez, ha sido uno de los mayores errores de la historia política argentina.

¿Hay un nuevo Frondizi a la vista de aquí a fines de 2015? ¿Uno que siente las bases de una gran producción nacional con inversiones de calidad para producir bienes complejos y diagramar un plan educativo con una universidad de avanzada que forme a los científicos y a los técnicos para un país integrado, democrático y con inclusión de grandes sectores en nuevas clases medias por medio del trabajo?

Hablamos de un candidato a la presidencia que en su momento pactó con Perón una tregua política, que recibió al Che Guevara para darle a Cuba revolucionaria un lugar en el continente americano, que dialogó con John Kennedy para avanzar en una política democrática sin golpes militares, que admiró a Juan XXIII por sus reformas en la Iglesia, que explicó a la sociedad que el Estado por sí solo ya no tenía los recursos para invertir en infraestructura y que debía buscar socios en el extranjero, que había que terminar con la violencia entre peronistas y antiperonistas, que se debía poner fin a la proscripción del peronismo, que nuestro país ya no podía soñar con ser el granero del mundo, y que la educación era clave para darle al país un salto de modernidad con industrias genuinas.

Frondizi pertenece a la historia, pero su ejemplo debería ser el horizonte de quienes piensan en nuestro futuro.

(*) Filósofo

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