“El mundo está
detenido ante el hambre
que asola a los pueblos”
En mayo de 1936 un periódico madrileño publicaba una
brevísima nota sobre los proyectos de Federico García Lorca. El poeta estaba a
punto de cumplir 38 años. Casi había terminado su “drama de la sexualidad
andaluza”, La casa de Bernarda Alba. Llevaba “muy adelantada” una comedia sobre
temas políticos –la llamada Comedia sin título o El sueño de la vida– y estaba
trabajando en una obra nueva titulada Los sueños de mi prima Aurelia, elegía de
su niñez en la vega de Granada.
Planeaba otro viaje a América, esta vez a
México, donde esperaba reunirse con Margarita Xirgu. Estaba, pues, rebosante de
proyectos, con la sensación de que en el teatro no era más que un “novel”: “Yo no he alcanzado un plano de madurez
aún... Me considero todavía un auténtico novel. Estoy aprendiendo a manejarme
en mi oficio… Hay que ascender por peldaños... Lo contrario es pedir a mi
naturaleza y a mi desarrollo espiritual y mental lo que ningún autor da hasta
mucho más tarde... Mi obra apenas está comenzada”.
La situación política en Madrid, y en toda España, se había
vuelto insostenible. Se hablaba de la posibilidad de un golpe miliar y en las
calles de la capital se vivieron numerosos actos de violencia, desde la quema
de iglesias hasta los asesinatos políticos.
Aunque Federico García Lorca detestaba la política
partidaria y resistió la presión de sus amigos para que se hiciera miembro del
Partido Comunista, era conocido como liberal y sufrió con frecuencia las
arremetidas de los conservadores por su amistad con Margarita Xirgu o con el
ministro socialista Fernando de los Ríos. La popularidad de Lorca y sus
numerosas declaraciones a la prensa sobre la injusticia social, le convirtieron
en un personaje antipático e incómodo para la derecha: “El mundo está detenido ante el
hambre que asola a los pueblos. Mientras haya desequilibrio económico, el mundo
no piensa. Yo lo tengo visto. Van
dos hombres por la orilla de un río. Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la
barriga llena, y el otro pone sucio el aire con sus bostezos. Y el rico dice:
‘¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted el lirio que
florece en la orilla’. Y el pobre reza: ‘Tengo hambre, no veo nada. Tengo
hambre, mucha hambre’. Natural. El día que el hambre desaparezca, va a
producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la
humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará
el día de la gran revolución. ¿Verdad que te estoy hablando en socialista
puro?” [Entrevista en La Voz,
Madrid, 7 de abril de 1936].
Intuyendo que el país estaba al borde de la guerra, Lorca
decidió marcharse a Granada para reunirse con su familia. El día 14 de julio
llegó a la Huerta de San Vicente y cuatro días más tarde celebró con ellos la
festividad de San Federico.
El 17 de julio estalló en Marruecos la sublevación militar
contra la República, y desde Canarias, Francisco Franco proclamó el Alzamiento
Nacional. Para el día 20, el centro de Granada estaba en manos de las fuerzas
falangistas. Durante la revuelta, el cuñado de Federico, Manuel
Fernández-Montesinos, marido de su hermana Concha y alcalde de la ciudad, fue
arrestado en su despacho del Ayuntamiento; al cabo de un mes fue fusilado a
mano de los rebeldes.
Dándose cuenta de que sería peligroso quedarse en la Huerta
de San Vicente, Federico sopesó, con su familia, varias alternativas: intentar
llegar a la zona republicana; instalarse en casa de su amigo Manuel de Falla,
cuyo renombre internacional parecía ofrecerle protección, o alojarse en casa de
la familia Rosales, en el centro de la ciudad. Esta última opción fue la que
escogió Lorca, pues tenía una relación de confianza con dos de los hermanos del
poeta Luis Rosales, que eran destacados falangistas.
La tarde del 16 de agosto de 1936, Lorca fue detenido en
casa de los Rosales por Ramón Ruiz Alonso, un ex diputado de la CEDA,
derechista fanático, que sentía un profundo odio por Fernando de los Ríos y por
el poeta mismo. Según Ian Gibson, biógrafo de Federico, se sabe que esta
detención “fue una operación de envergadura. Se rodeó de guardias y policías la
manzana donde estaba ubicada la casa de los Rosales, y hasta se apostaron
hombres armados en los tejados colindantes para impedir que por aquella vía tan
inverosímil pudiera escaparse la víctima [Federico
García Lorca, vol. II, p. 469]
Lorca fue trasladado al Gobierno Civil de Granada, donde
quedó bajo la custodia del gobernador, el comandante José Valdés Guzmán. Entre
los cargos contra el poeta –según una supuesta denuncia, hoy perdida y firmada
por Ruiz Alonso– figuraban el “ser espía de los rusos, estar en contacto con
éstos por radio, haber sido secretario de Fernando de los Ríos y ser homosexual
[Federico García Lorca, vol. II, p. 476]. Fueron infructuosos los varios
intentos de salvar al poeta por parte de los Rosales y, más tarde, por Manuel
de Falla. Según Gibson, “hay indicios de que, antes de dar la orden de matar a
Lorca, Valdés se puso en contacto con el general Queipo de Llano, jefe supremo
de los sublevados de Andalucía”.
Sea como fuere, el poeta fue llevado al pueblo de Víznar
junto con otros detenidos. Después de pasar la noche en una cárcel improvisada,
lo trasladaron en un camión hasta un lugar en la carretera entre Víznar y
Alfacar, donde lo fusilaron antes del amanecer.
Aunque no se ha podido fijar con certeza la fecha de su
muerte, Gibson supone que ocurrió en la madrugada del 18 de agosto de 1936. En
documentos oficiales expedidos en Granada puede leerse que Federico García
Lorca “falleció en el mes de agosto de 1936 a consecuencia de heridas
producidas por hecho de guerra”.
Poema de García Lorca
LA COGIDA Y LA MUERTE
(de Llanto por Ignacio
Sánchez Mejía)
A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la
tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la
tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la
tarde.
El viento se llevó los algodones
a las cinco de la
tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la
tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la
tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la
tarde.
Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la
tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la
tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la
tarde.
¡Y el toro, solo corazón arriba!
a las cinco de la
tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la
tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la
tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la
tarde.
A las cinco de la
tarde.
A las cinco en punto
de la tarde.
Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la
tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la
tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la
tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la
tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la
tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la
tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la
tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la
tarde.
A las cinco de la tarde.
¡Ay qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!
Poema de Antonio
Machado por el asesinato de García Lorca
El crimen fue en Granada
I
EL CRIMEN
Se le vio, caminando entre fusiles
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas, de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle a la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—.
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, ¡en su Granada!...
II
EL POETA Y LA MUERTE
Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre; los martillos
en yunque, yunque y yunque de las fraguas—.
Hablaba Federico,
requebrando a la Muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el eco de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»
III
Se les vio caminar...
Labrad, amigos,
de piedra y sueño, en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!
© Fundación Federico
García Lorca
No hay comentarios:
Publicar un comentario