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lunes, 17 de noviembre de 2014

Elogio de la arroba

Por Guillermo Piro
Si la “a” fuese mayúscula, sería el símbolo perfecto de la anarquía. 

Pero es minúscula, y está rodeada no por un círculo cerrado sino por una especie de espiral, como un gato rodeado por su propia cola que saca la cabeza por debajo de la alfombra.

El mismo correo electrónico es una forma de anarquía poderosa y a la vez minúscula, obtenida no por rebelión sino por entropía: una anarquía, justamente, de carácter felino, que viaja de computadora en computadora y llega a la mesa de trabajo trayendo mensajes de otro mundo, como un gato que sube al escritorio saltando sobre estantes y muebles, con trayectorias que tienen para él un sentido muy claro, pero que a nosotros nos resultan imprevisibles, inverosímiles, imposibles, inimitables.

Dicen los hombres que saben (pero Godard sabe más) que la arroba era el símbolo con que en otra época se representaba la unidad de masa equivalente a la cuarta parte de un quintal. De hecho, dado que el español es una lengua extranjera, la palabra “arroba” proviene del árabe y significa, ni más ni menos, “la cuarta parte”.

Hace unos años, el Guardian publicó que unos investigadores italianos habían encontrado la primera representación escrita de la arroba. Había aparecido en una carta enviada por un mercader italiano en 1536 de Sevilla a Roma. En la carta se describe la llegada de tres barcos cargados con tesoros provenientes de América. Pero, años después, el historiador español Jorge Romance encontró el símbolo de la arroba en la taula de Ariza, un texto aragonés de 1448, en el registro de una entrada de trigo en el Reino de Aragón proveniente del Reino de Castilla.

En la actualidad, la arroba se utiliza también en el lenguaje escrito no sexista como marca gráfica de las formas masculina y femenina de las palabras, de modo que englobe ambos sexos. El objetivo en el uso no siempre es intentar reproducir todas las posibles construcciones que pueden darse en la combinación de ambos géneros, sino simplemente señalar que el texto debe entenderse con género no marcado, aunque en la práctica la redacción sea la que corresponda al masculino o, menos a menudo, al femenino.

La Real Academia Española rechaza el uso de la arroba. Uno de los problemas que alega es que no se puede aplicar de modo sistemático, lo que puede generar incoherencias. Otra razón para rechazarlo es que lisa y llanamente la RAE no considera a la arroba un signo lingüístico.

Una arroba es un ánfora, es un gato, es un mensaje: los símbolos están hechos así y nosotros nos habituamos todavía a convivir con esta “a” plácida y desgarbada, difícil de anotar a mano, reproducible en muchos casos gracias a tres teclas, portadora de su propia anarquía minúscula y espiralada, como un gato rodeado por su propia cola que saca la cabeza por debajo de la alfombra.

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