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viernes, 14 de noviembre de 2014

¡Ay costumbre que me has hecho mal…!

Por Gabriela Pousa
Ellos mandan hoy porque tú obedeces” - Albert Camus

Por un momento estuve tentada a plagiar una nota titulada “¿Argentina se merece a Cristina?”  que escribí hace tiempo ya. Y es que, sin duda, esa es la pregunta que aún gravita en la sociedad. Es muy difícil analizar la política sin observar previamente qué sucede en lo social. En ese sentido, toda exégesis de coyuntura se torna en exceso dura para con nosotros mismos. El 13N juntó gente pero no a la totalidad de quienes dicen estar pasándola mal.

Es cierto que las generalizaciones son siempre injustas, y no todos los argentinos merecen vivir como se está viviendo acá. Pero a este estado de cosas se ha llegado gracias a la “colaboración” consciente o no, de los ciudadanos. Es muy fácil ahora olvidar estas portada, borrarlas de la memoria:

Sin embargo, Clarín no mentía. Cristina nos aplastó de múltiples maneras: sepultándonos como seres humanos y agotándonos con la inoperancia, la perversión y el destrato. Aún así, le dejamos hacer a sus anchas. Callamos cuando ella avanzaba con prisa y sin pausa sobre la Argentina que fue y ya no es. Porque la economía aunque sea la primer preocupación de la gente, no es la causante del mal que se padece. No es siquiera la gota que rebalsó el vaso porque cuando eso sucede, hay reacción. Se vuelca el líquido y uno tiende a correrse inmediatamente, a levantarse, a buscar un trapo… Acá la gota cae, y la abulia y el hastío reemplazan la acción.

Desde el año 2003 hasta hoy, el kirchnerismo no ha ofrecido nada para que el país salga adelante, pero ha deshecho demasiado para ese fin. Estamos rendidos antes de empezar la batalla. No podemos ganarla sin asumir que la culpa de este presente violento, inflacionario y mísero que se nos presenta esta dentro y fuera de Balcarce 50.

En la Casa Rosada está la corrupción enquistada, esa que nos da rabia, que nos indigna pero “hasta ahí”. Es más, los ilícitos que se descubren terminan convertidos en “hashtag” de Twiter donde el ingenio popular hace catarsis, tomándolos con gracia. Somos como el naufrago que ahogándose piensa “pudo ser más grave”. Desde luego, pudo morir de manera más cruenta, sufriendo dolores físicos, padeciendo enfermedades graves…

Además, la corrupción no puede asombrar en demasía cuando es casi una rutina en muchas conductas cotidianas de quienes reclamamos “dejen de robar”. No es “viveza criolla” meterse con el auto en el carril de pago automático del peaje sabiendo que no tiene el pase correspondiente. Claro, así se evitan las filas, total alguien irá a cobrarle porque una vez allí, ya no puede salir. Atrás ya hay gente esperando.

El propio ombligo puede más que el respeto a los demás. En otro nivel quizás, aunque la corrupción es como el embarazo, no admite gradación, no hay hechos de media corrupción, tampoco es aceptable llevar un mapa del camino por donde se va marcados los radares que controlan la velocidad. Y no es distinto ir a ver un Mundial llevando sillas de ruedas – no necesitándolas -, para tener mejor ubicación y acceso a la cancha.

Lo triste es que nos creemos unos vivos bárbaros… Bueno, así también se sienten la Presidente y los funcionarios. Pero parece que el delito es tal, si entre medio hay cifras siderales o resultan afectados millones y no algunos pocos que ven perder su tiempo, sus oportunidades.

Tenemos una escala de valores muy peculiar, tanto que siempre nos deja afuera de la crítica que se hace a los demás. Parafraseando a la jefe de Estado, podríamos decir que “el pueblo es el otro” Nosotros estamos habilitados para maltratar a quién nos vende el diario, para ignorar el saludo de un compañero de trabajo, para hacer “picardías” como las mencionadas, o como tapar o ensuciar las patentes para que las multas no lleguen.

En otra dimensión, la dirigencia se siente tan habilitada como los ciudadanos aunque sus “picardías” estén en dimensiones distintas.
Ellos hacen la ley, nosotros la trampa
. Nada está aislado ni nada se produce sin complicidad de uno y otro lado.

El dólar disminuye un par o dos de centavos, y la desesperación de la semana que pasó, mengua como si algo realmente hubiese cambiado. Si para los argentinos, la cotización del dólar es el problema, si la crisis la atribuimos a la ineficiencia de Axel Kicillof , quiere decirse que podemos votar a un Hitler si sabe manejar los números y el gasto público mejor.

No hay ganas de ver más allá. Para hacerlo es menester subir la montaña, ganar altura, altura moral. Y es más cómodo el sillón del living y jugar en un IPad al Candy Crush. “La clase media está indignada con Cristina“, es la frase más escuchada. Pero la indignación sin movilización no sirve para nada. La democracia es para los pueblos que, a tiempo, saben y se atreven a decir “no”. El resto gravita en un falso confort.

Es verdad que las marchas no han solucionado el atropello institucional del gobierno, es verdad que la mandataria no escucha ni quiere ver nada, y aunque se marche hoy, mañana nos hablará del partido comunista chino (como ya lo hizo), del cometa Halley o de Redrado y Luli Salazar… Pero tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe, dice el refrán. La perseverancia es todo cuando se tiene un propósito pero está visto que no está en la genética nacional.

El cántaro se cansó de ir a la fuente y, está, en consecuencia, sigue intacta. Tanto como Cristina aunque nos guste escuchar hablar de “fin de ciclo”, y de expectativas de cambio después de los próximos comicios. Argentina es hoy la Oran de Albert Camus azotada por “La Peste”. Se vive por vivir. Nada tiene valor.

Todo era aceptado por los orenses como una realidad inexorable. Nada podía hacerse hasta que un día, la peste alteró las cosas sustancialmente. Sometidos a un sinfín de medidas de prevención, el pueblo se ve enfrentado a situaciones de aislamiento casi completo. La peste los encarcela y es cuando empiezan a valorar todo aquello que habían poseído y ya no poseían más. Depresión y angustia iguala a los ciudadanos y la violencia aparece entre ellos. Al tiempo, la costumbre gana la batalla y aprenden a vivir con el mal. ¿Será eso lo que queremos en lugar de una curación final?

Quizás somos como esos pueblos que fingen respetar el derecho pero solo se inclinan ante la fuerza. Aprendimos a vivir con el mal. La tiranía no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas. Y estamos faltando… No hacemos nada, sólo quejarnos. Nunca la queja ganó guerras. “A veces la estupidez insiste“, escribía  el citado autor…


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