Por Gabriela Pousa |
“Ellos mandan hoy porque tú obedeces” - Albert Camus
Por un momento estuve tentada a plagiar una nota titulada “¿Argentina se
merece a Cristina?” que
escribí hace tiempo ya. Y es que, sin duda, esa es la pregunta que aún gravita
en la sociedad. Es muy difícil analizar la política sin observar
previamente qué sucede en lo social. En ese sentido, toda exégesis de
coyuntura se torna en exceso dura para con nosotros mismos. El 13N juntó gente
pero no a la totalidad de quienes dicen estar pasándola mal.
Es cierto que las generalizaciones son siempre injustas, y no todos los
argentinos merecen vivir como se está viviendo acá. Pero a este estado
de cosas se ha llegado gracias a la “colaboración” consciente o no, de los
ciudadanos. Es muy fácil ahora olvidar estas portada, borrarlas de la
memoria:
Sin embargo, Clarín no mentía. Cristina nos aplastó de múltiples
maneras: sepultándonos como seres humanos y agotándonos con la inoperancia, la
perversión y el destrato. Aún así, le dejamos hacer a sus anchas. Callamos
cuando ella avanzaba con prisa y sin pausa sobre la Argentina que fue y ya no
es. Porque la economía aunque sea la primer preocupación de la gente,
no es la causante del mal que se padece. No es siquiera la gota que rebalsó el
vaso porque cuando eso sucede, hay reacción. Se vuelca el líquido y uno
tiende a correrse inmediatamente, a levantarse, a buscar un trapo… Acá la gota
cae, y la abulia y el hastío reemplazan la acción.
Desde el año 2003 hasta hoy, el kirchnerismo no ha ofrecido nada para
que el país salga adelante, pero ha deshecho demasiado para ese fin. Estamos
rendidos antes de empezar la batalla. No podemos ganarla sin asumir que la
culpa de este presente violento, inflacionario y mísero que se nos presenta
esta dentro y fuera de Balcarce 50.
En la Casa Rosada está la corrupción enquistada, esa que nos da rabia,
que nos indigna pero “hasta ahí”. Es más, los ilícitos que se descubren
terminan convertidos en “hashtag” de Twiter donde el ingenio popular hace
catarsis, tomándolos con gracia. Somos como el naufrago que ahogándose
piensa “pudo ser más grave”. Desde luego, pudo morir de manera más cruenta,
sufriendo dolores físicos, padeciendo enfermedades graves…
Además, la corrupción no puede asombrar en demasía cuando es casi una
rutina en muchas conductas cotidianas de quienes reclamamos “dejen de robar”. No es “viveza
criolla” meterse con el auto en el carril de pago automático del peaje sabiendo
que no tiene el pase correspondiente. Claro, así se evitan las filas, total
alguien irá a cobrarle porque una vez allí, ya no puede salir. Atrás ya hay
gente esperando.
El propio ombligo puede más que el respeto a los demás. En otro nivel
quizás, aunque la corrupción es como el embarazo, no admite gradación, no hay hechos de
media corrupción, tampoco es aceptable llevar un mapa del camino por donde se
va marcados los radares que controlan la velocidad. Y no es distinto ir a ver
un Mundial llevando sillas de ruedas – no necesitándolas -, para tener mejor
ubicación y acceso a la cancha.
Lo triste es que nos creemos unos vivos bárbaros… Bueno, así también se
sienten la Presidente y los funcionarios. Pero parece que el delito es tal, si
entre medio hay cifras siderales o resultan afectados millones y no algunos
pocos que ven perder su tiempo, sus oportunidades.
Tenemos una escala de valores muy peculiar, tanto que siempre nos deja
afuera de la crítica que se hace a los demás. Parafraseando a la jefe de
Estado, podríamos decir que “el pueblo es el otro”
Nosotros estamos habilitados para maltratar a quién nos vende el diario, para
ignorar el saludo de un compañero de trabajo, para hacer “picardías” como las
mencionadas, o como tapar o ensuciar las patentes para que las multas no
lleguen.
En otra dimensión, la dirigencia se siente tan habilitada como
los ciudadanos aunque sus “picardías” estén en dimensiones distintas.
Ellos hacen la ley, nosotros la trampa. Nada está aislado ni nada se produce sin complicidad de uno y otro lado.
Ellos hacen la ley, nosotros la trampa. Nada está aislado ni nada se produce sin complicidad de uno y otro lado.
El dólar disminuye un par o dos de centavos, y la desesperación de la
semana que pasó, mengua como si algo realmente hubiese cambiado. Si
para los argentinos, la cotización del dólar es el problema, si la crisis la
atribuimos a la ineficiencia de Axel Kicillof , quiere decirse que podemos
votar a un Hitler si sabe manejar los números y el gasto público mejor.
No hay ganas de ver más allá. Para hacerlo es menester subir la montaña,
ganar altura, altura moral. Y es más cómodo el sillón del living y jugar en un
IPad al Candy Crush. “La clase media está indignada con Cristina“, es
la frase más escuchada. Pero la indignación sin movilización no sirve
para nada. La democracia es para los pueblos que, a tiempo, saben y se atreven
a decir “no”. El resto gravita en un falso confort.
Es verdad que las marchas no han solucionado el atropello institucional
del gobierno, es verdad que la mandataria no escucha ni quiere ver nada, y
aunque se marche hoy, mañana nos hablará del partido comunista chino (como ya
lo hizo), del cometa Halley o de Redrado y Luli Salazar… Pero tanto va el
cántaro a la fuente que al final se rompe, dice el refrán. La
perseverancia es todo cuando se tiene un propósito pero está visto que no está
en la genética nacional.
El cántaro se cansó de ir a la fuente y, está, en consecuencia, sigue intacta. Tanto como Cristina aunque nos guste escuchar hablar de “fin de ciclo”, y de expectativas de cambio después de los próximos comicios. Argentina es hoy la Oran de Albert Camus azotada por “La Peste”. Se vive por vivir. Nada tiene valor.
El cántaro se cansó de ir a la fuente y, está, en consecuencia, sigue intacta. Tanto como Cristina aunque nos guste escuchar hablar de “fin de ciclo”, y de expectativas de cambio después de los próximos comicios. Argentina es hoy la Oran de Albert Camus azotada por “La Peste”. Se vive por vivir. Nada tiene valor.
Todo era aceptado por los orenses como una realidad inexorable. Nada podía hacerse hasta que un día, la peste alteró las cosas sustancialmente. Sometidos a un sinfín de medidas de prevención, el pueblo se ve enfrentado a situaciones de aislamiento casi completo. La peste los encarcela y es cuando empiezan a valorar todo aquello que habían poseído y ya no poseían más. Depresión y angustia iguala a los ciudadanos y la violencia aparece entre ellos. Al tiempo, la costumbre gana la batalla y aprenden a vivir con el mal. ¿Será eso lo que queremos en lugar de una curación final?
Quizás somos como esos pueblos que fingen respetar el derecho pero solo
se inclinan ante la fuerza. Aprendimos a vivir con el mal. La
tiranía no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las
faltas de los demócratas. Y estamos faltando… No hacemos nada, sólo
quejarnos. Nunca la queja ganó guerras. “A veces la estupidez insiste“,
escribía el citado autor…
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