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jueves, 16 de octubre de 2014

Y dónde está el ébola


Por Nicolás Lucca

En Argentina te quedás dormido una semana y te cambian las prioridades del país, las batallas por la soberanía, los pibes y el perro. 

Lo único que no te cambian es el Gobierno. Y tu exmujer.

La Presidenta anuncia un nuevo Código Civil Vatican Friendly y propone un Código Procesal Penal nuevo que permite que los fiscales de Gils Carbó decidan si es o no es delito chorearse hasta la alfalfa de los caballos de los Granaderos. Se nos fue el Tony Cafiero en un feriado y Cristina andaba sin señal para tirar aunque sea un saludo por Twitter. Anécdotas no podía contar muchas: cuando Cafiero le pidió que escriba el prólogo de su libro, cuando la saludó en el velorio de Néstor, o cuando lo sacó cagando al manguearle guita para un monumento a Perón.

El cadáver de otra chica aparece a orillas de nuestro Twin Peaks -la Ceamse- y la fiesta termina con un pai umbanda dando una conferencia de prensa antes de ser detenido. En la ciudad de Santa Fe prohíben la venta de armas para bajar la tasa de homicidio. Debe ser la única ciudad del mundo donde los delincuentes van con DNI y registro de antecedentes penales a gastar mil dólares en un revólver.

Alex Freyre, que trabaja de primer homosexual casado, dice que si en 2015 no gana el kirchnerismo, moriremos de SIDA porque el neoliberalismo nos dejará sin dólares. La ley de provisión de medicamentos gratuitos es de 1995, cuando gobernaba Carlos Saúl. Aníbal Pachano se calienta mal y termina siendo entrevistado hasta por Nelson Castro.

Freyre quiso ser como el resto de los kirchneristas, pero le salió mal. La idea que sin el kirchnerismo volvemos a 2001, la instaló Néstor en la campaña para las elecciones legislativas de 2005. Ahora ya no prende por desgaste y porque con un contexto de inflación, fuga de divisas, despidos, suspensiones, fábricas paralizadas, desfiles de limosneros y acumulación de homeless, sólo nos separa el discurso delirante y el coro de niños cantores de la Iglesia del Néstor de los últimos días.

En una semana con menos noticias que la Billiken o Página/12, no quedó otra que darle bola, también, a la Corte Suprema de Justicia y al quilombo desatado por la edad de Eugenio Zaffaroni, que cumple 75 años y deberá jubilarse. Y todo el oficialismo volvió a putear a Carlos Fayt, que cuando Zaffaroni nació, ya había terminado la colimba. La calentura tiene lógica: con un Gobierno que ya realizó el check-in, despachó el equipaje y se encuentra pidiendo pista para despegar, que la Corte quede sin un amigo de Amado Boudou, no da para festejar. Y así, mientras Kunkel putea a Fayt por viejo, el ministro de la Corte se le caga de risa con la tranquilidad que le da haber visto pasar desde su despacho a cinco presidentes de la Corte, nueve presidentes de la Nación -dos de ellos reelectos-, nueve Procuradores Generales, 15 ministros de Justicia,  21 colegas del tribunal, 23 ministros de Economía y más de mil diputados y senadores.

En un país tan, pero tan aburrido, tenía que volver Cristina, a quien sacaron de la cama después de seis días, y a las 18,40 de la madrugada la pusieron a trabajar. Porque cuando el deber es la Patria, no hay tiempo para descansar.

Se ve que los planes para dejar de perder audiencia televisiva terminaron cerrando al trasladar el balcón de la Rosada a donde vaya Cristina y así fue como la abuela de Nestitor Iván apareció en el caluroso galpón de Tecnópolis con la frescura de una buena ventilación al frente.

Media hora después de videítos en los que mostraban que somos la potencia intergaláctica, la locutora anunció que había una sorpresa para Cristina, ya que subiría a saludarla “una persona a la que la Presidenta admira mucho”. Era Elba, la ganadora de Master Chef.

Dispuesta a ponerle los pechos a la adversidad, la Presi salió a silenciar a los agoreros que dicen que el país está paralizado e inauguró un par de quilómetros de una ruta y un hotel sindical en Misiones. También anunció que el futuro del Modelo de Redistribución de Formularios de AFIP radica en profundizar el plan Argentina Trabaja, un sistema cooperativista de emergencia que ya probó sus bondades cuando la Provincia de Buenos Aires le pagó millones de pesos a la Cooperativa Néstor Vive en Nosotros para que limpie el arroyo El Gato de La Plata. El arroyo lo terminó limpiando la inundación del 2 de abril de 2013, pero la guita nunca volvió.

Como deschavarse sola es su deporte favorito, Cristina recordó que el plan de cooperativas lo tuvo que sacar en 2009, cuando el país estaba “en crisis” por la debacle económica provocada por el primer mundo. Curiosidad 1: en 2009, tanto ella como Sergio Massa desde la Jefatura de Gabinete, aseguraban que Argentina no necesitaba Plan B. Curiosidad 2: el plan nació por una crisis que dijo que nunca nos afectaría, y lo profundiza ahora, que estamos más mejor que never in the puta life.

Mientras la primera fila de gerontes millonarios aplaudía que el de mantenimiento hubiera prendido el aire acondicionado sin que Cristina se diera cuenta, la Presi que va a la Casa Rosada cuando tiene ganas de pasear en helicóptero, celebró a los que cumplen con el presentismo.

Desconozco si el truco utilizado por la Presi sirvió para sumar rating, pero lo cierto es que sí funcionó para que nadie prestara atención a lo que decía. Por eso la audiencia aplaudió igual cuando Cristina y sus dos gemelas tiraron como dato que la Nación asistió con 255 millones de pesos a las provincias y municipios para que compren ambulancias, justo en el día en que trascendió que una señora de 94 años -dato: dos menos que Fayt- murió después de esperar dos horas una ambulancia en La Matanza, a unas 30 cuadras del Policlínico de una municipalidad que tiene 13 móviles de emergencias para 1,8 millones de habitantes, siendo el distrito más poblado de una provincia gobernada por un tipo que quiere ser Presidente y que decidió centrar su campaña en Mar del Plata, donde arrancó por pintar de naranja los cordones del paseo del Torreón.

Si bien uno podría llegar a confundirse y suponer que un cordón pintado de naranja indica que está prohibido estacionar en la mano derecha, lo cierto es que el candidatazo no tiene mejor idea que gastar unos cuantos millones en crear un parque de diversiones gratuito y demostrar que realmente invierte en seguridad al llevar a la totalidad de los policías recién egresados a la Costa.

El cráneo de Scioli estaba sentado, como era de esperar, en un lugar de privilegio para presenciar como finalizaba el discurso de Cristina sin que ella ni ninguna de sus tetas dijera una palabra sobre el paso a la inmortalidad de Antonio Cafiero. En cambio, el trío presidencial prefirió pucherear y, mientras la militancia nos puteaba por reírnos de las bochas sexagenarias, la Presi tiró que “hay que apechugarla”. Y los jodones somos nosotros.

Decepción. No me entra en la cabeza que, con todo lo que hemos hecho por ellos, con todas esas medidas patrióticas que llevamos a cabo para estar a su altura, con el esfuerzo que metimos para alcanzarlos, con la garra que le pusimos para estar al nivel del África subsahariana, el Ébola nos haya ignorado de tamaña manera y no decidiera empezar con nosotros para dar inicio a su conquista imperialista.

Los alcanzamos al trotecito en el índice de corrupción, compartimos con ellos la mesa de los países en desacato. Hasta les llevamos medias para que entendieran que Clarín miente y ni así se dignaron a darnos una enfermedad apocalíptica en exclusiva. Le pedimos por favor que nos diera bola, que ya nos comimos el amague del apocalipsis de 2012 para acabar con esta mentira, pero no hubo caso.

Lo más triste es que tamaño desplante no nos ocurre por primera vez. Cuando El Modelo estaba en su mayor esplendor, en aquellos tiempos en los que contábamos con un vicepresidente radical, Martín Lousteau era ministro de Economía y Alberto Fernández aún no le pasaba a Sergio Massa la posta de la Jefatura de Gabinete, nos quisimos hacer los bananas con los gigantes asiáticos. Podríamos haber empezado por copiar el sistema ferroviario japonés, o la generación de riqueza china, pero preferimos arrancar por la gripe aviar.

Desde el ministerio de Salud de Graciela Ocaña nos indicaron cómo comportarnos. Recuerdo que una vez conseguí asiento en el subte a las 7,30 de la matina gracias a un catarro. Eran tiempos raros. Boludos con barbijos en una ciudad en la que podemos morir de cáncer cada vez que el viento sur nos trae a la memoria olfativa que estamos rodeados por una cloaca a cielo abierto denominada Riachuelo, vendedores ambulantes cagándose de risa de la guita que hicieron vendiendo litros de alcohol en gel, todos con los antebrazos manchados de mocos por estornudar “con conciencia social”.

Sin embargo, en medio de nuestra mala puntería para la pandemia, no bajamos los brazos y nos pintó apostar por el dengue, que vendría a ser lo único que ligamos del gasoducto argentino-brasilero-venezolano. La guita se fue para algún lado, el gas nunca apareció, pero el dengue nos vino como anillo al dedo para coronar nuestro modelo caribeño con redistribución de cadenas nacionales. Casi morimos envenenados por el humo de los espirales, los vapores de los repelentes y el rocío de los insecticidas. Y el dengue se nos cagó de risa.

Entiendo que el ébola quiera arrancar por lugares subdesarrollados, como Estados Unidos o Europa, pero tampoco da para que nos ignore de este modo. Y justo cuando estamos en la cresta de la ola con un canal ruso para que a Salustriana no la engañen con lo que pasa con los trabajadores textiles de Shchólkovo, justo ahora que podemos festejar que el Mitre descarriló en hora pico a 16 kilómetros por hora sin ningún herido, justito ahora que un mozo del FMI le dijo a Kicillof que tenía razón al no usar corbata, un virus pedorro nos viene con tamaño desplante. Y a traición: prefirió al imperio.

En el medio, quedarán para un posterior análisis antropológico social los pensamientos tranquilizadores de quienes creen que con controlar los aeropuertos estamos hechos, cuando todavía están debatiendo si el negro que cayó en Brasil pasó o no pasó por esa fiesta de la anarquía que denominamos triple frontera.

Tristeza absoluta. Es la maldita bendición de saber que Dios nos tiene piedad sin entender bien por qué. Imaginar una epidemia con un sistema de salud como el nuestro, da nervios. Mientras tanto, no queda otra que agachar la cabeza y aceptar que vivir en Argentina todavía nos hace inmunes a cualquier mal menor, como una pandemia.

Porque acá tenés más chances de morirte porque te revolearon un ladrillo en la ruta, porque la justicia no te da pelota cuando denunciás, por un amigo de lo ajeno, por una ruta mal señalizada, por un tren sin frenos, porque no te alcanza para comer, porque no llegó la ambulancia o, sencillamente, por una lluvia, que por ébola, dengue, gripe aviar, peste negra o una invasión extraterrestre.

Claro, siempre y cuando sobrevivamos a la fase terminal del kirchnerismo.


Jueves. Estamos condenados al éxito. Hasta las tetas.


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