A la memoria de Carmen Evelia Murillo, maestra.
Carmen Evelia Murillo participó en las luchas docentes que fueron ignoradas por el Gobierno provincial. |
Por Nelson Francisco
Muloni
Triunfaron nomás los mercaderes. Los de la deshonra. La
indignidad. El poder. Los de la
muerte...
La historia no se escribe con heroicidades. El héroe es
aquel anónimo personaje que envuelve en sí a todos los demás. Es el del
esfuerzo cotidiano. El del sudor en la frente. Las várices en las piernas. Las
vesículas hastiadas de injusticias.
Pero el héroe (la heroína) aparece, cada tanto, con rostro
propio. Así, ilumina, sin dudas, un momento. Un instante. No importa cuándo. Ni
cuánto. Lo ilumina. Entregando, incluso, su propia vida. No es, claro, el héroe
de las mil batallas de epopeyas continentales. Ni la heroína amazónica
liberando pueblos. Ni siquiera es la fantasiosa heroína de las pantallas
plateadas.
A veces, es, apenas (de penas), una maestra.
Sí. Docente. Con sus errores y virtudes. Pocos. Muchos. Eso
lo cuantifican los idiotas, acostumbrados a contar los denarios que les da el
poder para mal informar.
Carmen Evelia Murillo,
maestra y luchadora de poco más de una cuarentena de vida, es la que cayó bajo
el balazo letal e irreverente disparado por un abusador. Evelia murió en el
monte, defendiendo a una de sus alumnas wichis en la escuela albergue en la que
trabajaba. Su cuerpo estuvo diez horas tirado. Sin la piedad del manto
afectuoso. Ante el riesgo de la voracidad de ese monte en el que supo vivir.
El valor de la niña wichi salvada por Evelia logró que la
policía hallara el cuerpo estragado por el balazo infame.
Ya fue Urtubey al lugar. Sí, el que dicen que gobierna
Salta. Fue a exponer su congoja pública ante otra tragedia que, como todas, es
irremediable. Ocurrida durante su gestión.
Ya fue Lami, también. Jefe policial astuto y bufonero del
poder, seguramente agradeciendo al destino que la docente no fue asesinada por
alguno de sus 'brillantes' policías. Que podrán apalear maestras en las plazas
pero matarlas, no. Por ahora.
Analía Berruezo, la inefable funcionaria todo-terreno del
Ministerio de Educación salió a explicar lo inasible: su propia estupidez. Como
ya hizo antes con la escuela de Bellas Artes cuyos alumnos, adolescentes ellos,
fueron reprimidos por la policía de Lami. Y de Urtubey. Y de Kosiner.
Y, por supuesto, los otros mercaderes, los que llenaron
páginas de sitios web y horas de radio descalificando las marchas docentes. Los
que insultaban a otros periodistas por reputar de "docentes a un grupo de militantes del PO". Se callaron
la boca. No por respeto a la muerta. Sino por miedo. Terror a ser sindicados
como cómplices de la tragedia. Lo son.
Las frases burlonas y las carcajadas siniestras que
esbozaban en redes sociales y en radios, hoy se las debieron perder en el culo.
Que, además, lo tienen sucio. Tan sucio como el sucio abusador que mató a la
maestra que se fue a vivir a ese monte para poder percibir unos pesos más sobre
el depauperado y humillante salario que Urtubey paga a sus educadores. Que
viven sin seguridad en escuelas de los montes y o de la ciudad. Lo mismo da. No
hay día en que alguna escuela salteña no sea robada o una maestra golpeada por
padres o alumnos o perseguida arbitrariamente por faltas que nunca cometió.
A una de esas escuelas (sin seguridad de ningún tipo) fue a
trabajar Evelia para tener esos pesos más para que su hija pueda
seguir estudiando. ¿Héroes? ¿Heroínas? Valor
para sobrevivir. Heroísmo para vivir. Nada más. Ni menos.
Paul Tabori dijo que “la
estupidez es el arma más destructiva del hombre, su más devastadora epidemia,
su lujo más costoso”. Si lo saben los familiares de Evelia. Si lo saben los
demás docentes. Si lo sabe el resto de la gente… Cada tragedia humana es parte
de un acto de estupidez. No del que aprieta el gatillo solamente. Sino de los que no lo aprietan pero a
quienes lo mismo el tiro les sale por la culata.
Éstos que no tienen el arma en la mano pero tendrán, desde
este momento, la ansiedad del que busca sentido y respuestas para cuando
alguien, muy pronto, les pregunte: “¿Y
ahora…?”
© Agensur.info
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