Por Gabriela Pousa |
Estaba por comenzar este análisis preguntando “¿a dónde hemos
llegado?” cuando advertí que el verdadero problema argentino es, precisamente,
el no haber llegado a ningún lado. Ni al país pujante que podríamos
ser, ni a la decadencia absoluta que algunos creen que hemos alcanzado. Si así
fuese, de aquí en adelante, comenzaríamos a percibir algún cambio. Pero no, Argentina
está siempre a mitad de camino, en un falso equilibrio que nos somete a estar
parados con un pie de cada lado. Al filo del abismo.
La creencia de una crisis terminal es tan falaz como lo es la suposición
de un cambio radical mientras la mentalidad de la sociedad se límite al corto
plazo. ¿Y cómo pedir a un indigente que piense más allá del día que acaba de
empezar? La tarea no es sencilla. Hay coyunturas que ya son eternas y
deben atenderse con un Estado presente hasta que la iniciativa privada ofrezca
alternativas más sanas.
Hay que ir en busca de una dirigencia que no prometa, pero que sea
equitativa en lo que respecta a la vida. Es decir: que viva y deje
vivir, una fórmula tan sencilla que hoy es tristemente una utopía.
Hasta hace un tiempo, para el mundo, Argentina era un enigma. Hoy lo es
también para quienes lo habitan. La mayoría reclama cambio, pero tampoco
hay unanimidad en qué tipo de cambio se desea. El gatopardismo nos ha
subyugado, ahora se reclama “cambio moderado” cuando hay que empezar de cuajo.
Si sólo se trata de modificar aquello que disgusta del gobierno actual,
entonces da lo mismo votar a uno u otro.
Los candidatos que aspiran llegar a la Presidencia saben que hay que bajar decibeles, que el diálogo y la pluralidad – existan o no – deben ser las principales banderas. Con ello, la Argentina ya sería “distinta” pero: ¿cuán distinta queremos que sea? ¿Alcanza con las apariencias? Por momentos pareciera que sí y por eso nos equivocamos tanto.
Los candidatos que aspiran llegar a la Presidencia saben que hay que bajar decibeles, que el diálogo y la pluralidad – existan o no – deben ser las principales banderas. Con ello, la Argentina ya sería “distinta” pero: ¿cuán distinta queremos que sea? ¿Alcanza con las apariencias? Por momentos pareciera que sí y por eso nos equivocamos tanto.
Los argentinos se conforman con una facilidad catastrófica. Le bajan el dólar, le mantienen los precios, puede veranear una quincena en la costa y el kirchnerismo vuelve a ser la panacea. No nos engañemos. Basta con observar cómo se votó en la última elección presidencial para darse cuenta de ello. Porque el kirchnerismo del 2011 no era diferente al que vemos ahora. Ya había pasado Antonini Wilson por Balcarce 50, Skanska, la bolsa de Felisa Micelli, los Schocklender, Ricardo Jaime, etc.
Y la realidad no es otra, apenas si se vació la caja que mantenía al
país en la impostura, pretendiendo dominarlo subsidio en mano. La verdad de
la gestión presidencial es una sola y puede leerse cada mañana en el Boletín
Oficial. Se limita a la incorporación de empleados para asegurarse un voto
cautivo, y en el mejor de los casos, la usurpación de espacios públicos
decisivos.
Cristina obra como un caudillo personalista: no cede ni
transfiere el poder a otro. Si se tiene que ir, se lo lleva. Ese es su
propósito. Redobla la apuesta. El “fin de ciclo” fue otra estrategia.
El escenario político sigue impertérrito. Todo está por caerse pero siempre aparece
un alambre para ir atando los derrumbes cotidianos. Y con los remiendos nos
conformamos.
“Mucho ruido y pocas nueces”
Hay crisis sin percepción cabal de cuánto afectará, como si no afectase
todavía. Y es que la mediocridad argentina se evidencia también en las
etapas críticas. Nunca terminamos de tocar fondo razón por la cual es muy
difícil la salida. Vivimos “más o menos”. Más o menos bien, más o menos mal, y
si acaso se le pregunta al vecino qué tal le va, responderá con el
característico: “vamos tirando”
Zafar es ya un deporte nacional. Estamos en una geografía donde pasa de
todo pero, por ósmosis, se sigue como si nada se alterara. ¿Qué tema nos
desvelaba la semana pasada? El Caso Melina ha pasado a engrosar la
larga lista de asuntos inconclusos. La dinámica de la información, y el
aceitado manejo de la agenda que tiene la Presidente, nos sumergen en una
somnolencia patética y en ella, “vamos tirando“. Pero lo que “vamos
tirando” es lo más preciado que puede tener un ser humano: su vida. ¿O
el tiempo no es el único recurso no renovable? No nos envejecen los hijos
creciendo ni los nietos, nos envejecen los gobiernos.
Los noticieros hablan de los diferentes tipos de dólar, de los holdouts,
del Juez Griessa, de la reforma del Código Procesal Penal, del disgusto
(tardío) del empresariado, pero nada se dice sobre lo cotidiano que afecta al
ciudadano. Se evidencia cada vez más la brecha que separa a la
dirigencia de la gente pero, simultáneamente, los argentinos cada día se
parecen más a sus dirigentes: autistas, ensimismados, apáticos.
El país se ha llenado de Penélopes. Todos esperan como si fueran
inmortales, tejiendo y mirando una y otra vez la misma película. Claro,
la política es una novela. Hoy fulano se juntó con mengano, entonces
¿qué dijo sultano? Y así se va otro mes dilucidando si ese apretón de manos
implica romance o simulacro….
Lo cierto es que hay dos características intrínsecas que sobresalen hoy
en materia política: la incertidumbre y la especulación sin dato
fáctico. La pregunta del millón: ¿cuándo estalla todo esto? Y lo preguntamos
como si nosotros no fuésemos parte de ese todo, como meros espectadores
pasivos, o lo que es peor, como Poncio Pilatos lavándonos las manos…
En algunos recodos, el interrogante es aún más audaz: “¿Cristina
se va o se queda?” Y ahí evidenciamos otro logro indiscutible del
kirchnerismo: instalaron la posibilidad de lo imposible. De ahí a concretarla,
¿cuánto hay? Es mérito de ellos haber tergiversado también el concepto de
imposibilidad. Nos borraron la Constitución sin dejarnos siquiera reaccionar. Y
lo más grave aún es que no hay conciencia cabal de la velocidad con que avanzan
reafirmando su consigna: “Vamos por todo” ¡Qué cerca están del
logro!
Han decretado que la democracia no es más republicana. Instituyeron una “democracia” (valgan las comillas) netamente plebiscitaria. Lo que el pueblo pide se le dará. Y el pueblo hace rato que – para la jefe de Estado -, quedó limitado a los aplaudidores de sus diatribas, a los pibes para la liberación, a los chicos de La Cámpora y demás militantes rentados.
Han decretado que la democracia no es más republicana. Instituyeron una “democracia” (valgan las comillas) netamente plebiscitaria. Lo que el pueblo pide se le dará. Y el pueblo hace rato que – para la jefe de Estado -, quedó limitado a los aplaudidores de sus diatribas, a los pibes para la liberación, a los chicos de La Cámpora y demás militantes rentados.
Es hora de darse cuenta: a la clase media se la expropió. No
está, es una sombra, una casta inmigrante sin voz ni voto fuera del microclima
donde se suele encontrar. A su vez, parte del empresariado que despotricó en el
coloquio de IDEA es, paradójicamente o no, el que auspicia luego 678.
Ahora bien. ¿por qué se nos borró del planisferio? Porque la
clase media y los empresarios tampoco resisten un archivo, seamos serios.
Es ese sector social que se rasgó las vestiduras por la cantidad de paros
docentes, pidiendo recuperar las horas de clases perdidas, y ahora observa
tranquilamente como, a mediados de Octubre, pasan por TV los festejos de
egresados. Es la que se indigna con los actos partidarios en fechas patrias
pero lo hace viajando el fin de semana largo…
Con octubre parece acabarse el calendario. ¿Y noviembre? ¿Y
diciembre? No, esos son meses donde Argentina, como si fuese Suiza, hace la
plancha, o espera los saqueos que el gobierno pretende frenar o provocar, todo
depende, según los partes que le proporcione el servicio meteorológico
nacional. Excede toda racionalidad.
Pero todo pasa, y seguiremos en campaña viendo como los fondos
que faltan en hospitales, escuelas, y hogares brillan en los puestos color
naranja de la Costa Atlántica, mientras sobrevuelan los avioncitos con los carteles
de Massa, Binner, Macri…
Y quizás no esté mal, porque, si bien se mira, nadie votó a
Néstor Kirchner en el 2003 por su plataforma electoral. Ni siquiera se observó
cómo gobernó Santa Cruz. Se lo votó sólo para firmar el acta de defunción del
menemismo. ¿Quién asegura que en el 2015 no se hará lo mismo? Parece que
una elección en Argentina es un “adiós” más que una “bienvenida”. En ese
trance, cambiaremos de “ismo” pero sólo para esperar que pasen cuatro
años y volver a matarlo.
No, no podía empezar este análisis preguntando “¿a dónde hemos
llegado?” Porque lamentablemente, no hemos llegado a ningún
lado.
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