Cómo evalúa el
oficialismo la elección. El rol presidencial.
La opción Scioli. Los dilemas.
Por Roberto García |
Breviario oficialista sobre las elecciones del año próximo:
l) Si Cristina mantiene y mejora sus actuales adhesiones, la posibilidad de ganar se vuelve más certera. Ella, entonces, impondrá el candidato.
2) Si resulta pareja la competencia y nadie se distancia en forma
abrumadora, seguramente apoyará a Daniel Scioli. Y
habrá de rodearlo, más que Yrigoyen a Alvear.
3) Si se precipita el declive presidencial y la derrota es ineludible, como ellos mismos dicen, que gane el candidato de Clarín, Techint y los buitres, que no haya más remedios ni pan, que sobrevenga el fin del mundo.
Palabras más, palabras menos, este trío alternativo se nutre del
criterio cristinista para 2015, un arco que en sus puntas más alocadas todavía
abriga el inextinguible propósito de reformar la Constitución para ungirla a
Ella o abandonar el terreno al galope, arrasando lo que luego suponen habrán de
arrasar otros. Falacias extremistas, cuando en verdad se desconoce hasta la
actitud de la dama para dos cuestiones fundamentales:
a) ¿Se propondrá para un
cargo electivo, nacional o internacional, o se retirará a un influyente exilio
provincial? b) ¿Cuál será el destino que desde la cúpula le asigna a su hijo
Máximo, ansioso por regresar a las pistas del espectáculo político luego de su
debut en Argentinos Juniors?
Como se sabe, la clave de todas las decisiones pasa por la lectura
atenta de las encuestas, por lo que especialistas y sociólogos estiman qué
piensan y cómo proceden los votantes de todo el país. Hay que volver a la
trilogía de las alternativas iniciales:
l) Está llena de vida la Presidenta: le alaban su iniciativa política
frente a narcotizados adversarios, como si no fuera una convención que acompaña
a cualquier Ejecutivo hasta en sus momentos finales (basta recordar cuando
Carlos Menem dejaba su último mandato). Es cierto que, por sí misma, conserva
un reconocimiento piso de 35% (también es alta la contrariedad hacia
su figura) y, singularmente, carece de inimputabilidad ante la
gente que protesta por el deterior económico: no se la responsabiliza por la inflación,
el receso o la pérdida de recursos. Estos curiosos datos enfervorizan a los K
que insisten en que “el año que viene ganamos”.
2) Sea por sugerencia papal a la dama o construcción partidaria por
últimas fugas a Sergio Massa, Ella lo ha hecho feliz a Scioli por un rato: lo
mandó cubrir, asistirlo, cercarlo, de Axel Kicillof a La Cámpora. Se ha
convertido el gobernador
en una vía de escape para el oficialismo dominante si una
abrumadora mayoría no reclama por la continuidad de Cristina. Se consigna otra
observación del optimista aspirante con un único cálculo: como no podría ganar
en la segunda vuelta, su esforzado intento será para consagrarse en la primera,
instancia que no requiere como en cualquier país normal la mitad más uno de los
votos. Por el contrario, debido a la picardía peronista que plácidamente
concedió Raúl Alfonsín en la reforma de 1994, si alcanza 40% de los sufragios
(y ningún rival se le acerca a diez puntos), podría acceder a la Casa Rosada. No
es un escenario desechable, más allá de las discusiones sobre un eventual
gobierno títere.
Igual, el recompuesto Scioli sigue con sus aflicciones: hay una variante
en el aire que lo desacomoda para dormir a la noche, la alternativa de
que Cristina se presente como candidata a la Gobernación de Buenos Aires.
En este caso, como no hay doble vuelta en la Provincia, si se presentara, la
hoy mandataria dispone de ciertas ventajas para triunfar por un solo voto y con
un capital restringido en el poderoso distrito, reunir luego a su tropa en el
área, albergarlos en la mudanza, convertirse en un centro de inestimable poder
sobre el resto del país. Y de protección para quienes la acompañaron en estos
años, más que las garantías que el nuevo
Código Civil o el futuro
Procesal le conceden a los funcionarios. Pero victoria
bonaerense de Ella no significa el correlato de Scioli en el orden nacional,
tanto que adláteres cristinistas abundan con la frase, “Cristina gana
en Provincia, Scioli pierde la presidencial”. Para continuar, claro,
con el karma de que nunca un gobernador de Buenos Aires pudo ser presidente.
3) Para la menos deseada de las alternativas cristinistas –perder en
todos los frentes–, no se advierte un expertise oficialista tan variado ni
prometedor como en las otras dos. Quizás porque no admite esa eventualidad la
feligresía, ya que las malas noticias no circulan en el reino rosado, sólo
aparecen en los diarios. En este escenario prima otro tipo de preguntas,
sobre la resistencia de la economía a los diversos terremotos internos (tipo de
cambio, reservas, suba de precios, caída del PBI, retracción de la actividad) y
la conveniencia o no de solucionar el default, pagarle a los holdouts y volver al
mercado de crédito. A ver si tienen que borrar del diccionario la
palabra “buitres” (temor ya expresado ante Cristina).
Hasta ahora, en las mediciones, Cristina no sólo parece ajena a las
dificultades económicas propias de su administración, sino que hasta se
posicionó mejor por despacharse nacional y popularmente contra los
buitres, Griesa y el mismo Obama. Y por no cumplir con ciertos
compromisos y fallos. Pero algunos plazos –como el del lº de noviembre–
comienzan a cumplirse, también las exigencias que acompañan al default en esos
términos de tiempo, y la política tal vez se contamine por obligaciones ruinosas.
Con lo cual se entiende la preocupación por distinguir si Ella, pagando,
completa mejor su mandato. O si ocurre al revés, como hasta ahora Ella decidía.
Dilema para su peor escenario, para quienes concurren a los cónclaves y
para una sociedad que en el mismo sentido habrá de votar como si se tratara, el
año venidero, de la temporada teatral de Mar del Plata: no interesa el
guión, la obra, su origen o autor, sólo las estrellas que presiden el
espectáculo, mediáticas, escandalosas, enamoradizas, de efímera transición.
Un homenaje al vacío, al modelo a copiar por los Susanos que competirán el año
próximo, aunque ellos no durarán sólo un verano: van por cuatro años, por lo
menos. Como Cristina cuando empezó con su marido.
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