La Presidenta mostró
su lado más áspero, le da alas
a Máximo y poder de “Pac-Man” a Kicillof.
Por Roberto García |
Cambió el perfil Cristina durante su última visita, oral y
guiada, por los tres patios de la Casa Rosada: se mostró áspera, desafiante,
intimidante, ejecutiva. Para los émulos de John Reed, esa jornada fue uno de
los “siete días que conmovieron al mundo”. Mensaje propicio para el auditorio
de La Cámpora que colmaba esos espacios como si fuera una Plaza de Mayo de
otros tiempos. En miniatura, claro.
Y Ella proclamara el “5 x 1” peroniano tan
fértil en multitudes ansiosas. Endurecerse para sobrevivir pareció la máxima de
un discurso nacionalista y genérico (contra los Estados Unidos, Alemania e
Israel) que rinde holgadamente en las encuestas, ya que el encono con el
imperialismo es una atávica contumacia local; al igual que endosarle
culpabilidades al campo, a los banqueros y a los buitres por los propios
errores y, de paso, como novedad casi maoísta, incorporando una sibilina purga
pública entre sus propios funcionarios (la expulsión de Juan Carlos Fábrega por
presuntas infidelidades económicas ya rumoreadas hace más de seis meses que el
Gobierno no quiso atender y que este medio, por ejemplo, entonces mencionó).
Más o menos, esto parece un resumen de actos de gobierno. En rigor, implican
una jugada política, familiar, interesada.
Simple: trascendió que Máximo Kirchner volverá a los
atriles, como su madre, luego de su primera experiencia pública en Argentinos
Juniors. Cristina ahora lo señala como mentor, y no casualmente esta semana, en
la tierra de la felicidad menemista, duhaldista o cristinista (Ezeiza), aludió
a su hijo como gurú y referente. Evitó otros detalles: no reveló la obsesión
actual, casi única, de su hijo por la segunda aparición política, una cadena de
presentaciones para imponerse como figura y, si la boletería acompaña,
considerar una candidatura. Nada dijo de la intensidad profesional de sus
ensayos, de la revisión del contenido de su discurso y las correcciones
formales a lo que ocurrió en el último escenario, para él y el cristinismo que
lo mima, un éxito de altura insospechada. Esta vez, si se alinean los astros,
disertará en la provincia de Buenos Aires, el territorio a copar y dominar en
los próximos meses por su agrupación camporista, teatro electoral al que
vulgarmente se denomina “la madre de todas las batallas”. Se barajan
alternativas de intendencias y lugares favoritos, hay media docena con aspiraciones,
del propio Granados en Ezeiza a Mussi en Berazategui. Clave este movimiento
cuasimilitar de ocupación de La Cámpora para la continuidad oficialista y,
quizás, para el desarrollo personal del primogénito. Es que resulta provechoso
vivir de la política cuando no se progresa en otras actividades.
Tan obvio y deliberado el propósito electoral que ya debería
haber sido advertido cuando los caciques de La Cámpora se le acercaron a Daniel
Scioli en las últimas semanas, alguno de los llamados intelectuales del
Gobierno le concedió medio saludo y, casi repentinamente, el ministro Axel
Kicillof acompañó al gobernador interesándose en sus frágiles números
económicos. Hoy Scioli necesariamente puede ser un aliado, aunque mañana puede
ser un Fábrega. Tanta importancia se le otorga al reino bonaerense que, para
muchos, una misión oficialista será disolver a un natural de ese distrito como
candidato presidencial: Sergio Massa. Alguien con quien Máximo ya no comulga
como antaño, cuando lo admiraba más que a Wado de Pedro, y al que parecen
dispuestos a convertir en otro Fábrega si logran volcarle sobre la cabeza, en
forma inminente, un carro atmosférico. Como si olvidaran que gran parte de
Massa se hizo con una gran parte del matrimonio Kirchner. Pero hay odios
insalvables, despechos incontenibles. Y a Massa le imputan la deserción, pero
mucho más le cargan una descalificación pasada contra Néstor, del mismo modo
que a Fábrega –más que una administración objetable– le reprochan haber dicho
que “fue un día triste para el país cuando Cristina mandó a Axel para que
rompiera el acuerdo que ya se había consumado para salir del default”.
Expresión hiriente para la mandataria que puede sumarse a otra: si finalmente
se llegara a realizar un convenio a través de Soros o de otros empresarios en
el futuro, el ex del Banco Central dijo que sería técnicamente igual al que
mandaron abortar de los bancos. Es decir: una grave y casi dolosa pérdida de
tiempo y dinero.
Puede considerarse un atentado a la patria averiguar por
características del mensaje de Máximo, aunque resulta previsible que se
envuelve en la última circunstancia de su madre, citando música y letra de
Silvio Rodríguez y la pretensión de ubicarse en un sitio al menos curioso para
la familia y que Ella definió con nitidez: a mi izquierda sólo está la pared
(como si el PO, el PST o los devotos chinoístas del pasado, entre otras
expresiones del marxismo, le fueran a rendir culto). Poco se sabe del lugar de
realización del acto, colaboradores en la ceremonia, profesores, asesores u
otras pavadas menores como su aparente inclinación a fumar casi
empedernidamente, vicio desconocido en sus costumbres. Imposible confirmar esa
debilidad menor, sólo cuestionable para su salud, tal el secretismo imperante.
Como si conocer la marca de los cigarrillos fuera un secreto de Estado o una
perversión propia de Jorge Lanata (el último en cuestionar este punto, si
llegara a ser cierto). Sí, en cambio, parece natural que Julio De Vido colabore
en esta intrusión provincial de Máximo: tiene mucho para ofrecer, obras para
prometer, no sólo hizo ganar a Cristina en el pasado, también cuenta con
pródigos contactos en la estructura bonaerense y un vínculo personal con el
vástago Kirchner, nacido de anteriores vínculos con el finado padre. Lo que se
dice una madeja, un enjambre.
De ahí que Kicillof, artífice del brazo ejecutor contra
Fábrega, guarde por ahora cualquier propósito destituyente contra De Vido.
También, quizás, deba reservar para otra oportunidad su expectativa para
destronar a Ricardo Echegaray de la Afip: no le dan el peso ni la categoría
para enfrentarlo, aun cuando dispone para desautorizarlo –más que nadie– del
preciado oído de la dama, lo que se desnudó en el acuerdo volteado con los
holdouts y en el golpe de Estado contra Fábrega. Pero carece el ministro de
ciertas dotes del Rasputín que dominaba a los zares. Aun así, los futuros
cambios en el gabinete (jefe y otros ministros) y la ampliación de ciertas
áreas serán del paladar de Kicillof. No tendrá quizás a dos de los cinco
grandes de la selva, pero tampoco es cuestión de comerse un elefante por
semana. A menos que Ella lo imponga en el menú.
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