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sábado, 11 de octubre de 2014

Operativo seducción

El acercamiento de Massa a una parte del radicalismo refleja necesidades mutuas 
y el adormecimiento macrista. ¿Perdura?

Por Roberto García
Un gol a los diez minutos del primer tiempo puede ser determinante si el partido concluye 1-0. O insignificante si el rival luego gana 6-1. 

Así habría que entender la jugada de Sergio Massa con el radical Gerardo Morales: doble carambola que acerca al radical a la gobernación de Jujuy y asiste al tigrense en su emprendimiento presidencial. 

Por si fuera poco, destiñe el proyecto de enlazar a Mauricio Macri con el radicalismo, cuyo punto de partida se había emplazado en Marcos Juárez, cuando el PRO apareció unido a la UCR para ganar en las urnas ese mínimo distrito electoral. Viajó para la celebración el propio alcalde porteño como si fuera el cruce de los Andes, festejó y se fotografió. Amenazaba esa incursión desplegarse por el resto del país.

Sin embargo, ahora esa sociedad está congelada por falta de destreza política y miserias egocéntricas. Es que no se apresuró Macri para cerrar ententes parciales, pidió análisis de sangre de eventuales socios y, en lugar de rescatar a punteros conocidos pero objetados, se dispuso a coquetear con los bendecidos por la fama, la farándula o la vanagloria del fútbol (Ramón Díaz). Como si la política fuera solo un espectáculo y él, más que un ingeniero, fuese un químico generador de vida en portentos como antes hacía Carlos Menem. Ante la UCR quiso imponer su sello personal por encima de las estructuras a congeniar; sólo se interesó por el diálogo con los importantes del partido.

Al revés de Massa, con menor tendencia aristocratizante, quien decidió trabajar de urgencia, horadando, sin detenerse a distinguir sapos de culebras, respetando y negociando poderes territoriales. Así le sacó la primera ventaja en el marcador, justo cuando su suerte palidecía y el boquense se expandía como la fiebre amarilla, según ciertas encuestas. Sin considerar errores o virtudes, ni el desgraciado epílogo de la fábula, este cambiante cuadro de Massa por un lado y Macri por el otro puede representarse con la del topo y la serpiente.

Mientras Macri proclama que no persigue alianzas, Massa se endulza imaginando que en menos de veinte días fijará un acuerdo con otro radical, José Cano (Tucumán), con características semejantes a las de Morales. Provincia más importante en número pero tal vez menos difundido su protagonista. Y después, cree, extenderá pactos en La Rioja, otras provincias como La Pampa y Tierra del Fuego, incorporando en el plan expansivo con radicales a figuras como Eduardo Costa, en Santa Cruz, esposo de Mariana Zuvic, la máxima embajadora de Elisa Carrió en ese lugar del mundo. Casi para el soponcio de la laboriosa legisladora, quien estimuló la aproximación con Macri que ya había insinuado desde el radicalismo Enrique Nosiglia. Otra curiosidad de la vida, la sociedad teledirigida de Carrió y Nosiglia. Pero al margen de historias y desavenencias, la alianza UCR-PRO se volvía prometedora desde el eslogan “Juntos vamos a ganar”, ya que ese criterio presidía el diálogo.

Pero se durmieron, sea por aspiraciones máximas de Ernesto Sanz en la constitución del binomio, desencuentros con Julio Cobos o el convencimiento repentino de Macri –avalado por su círculo íntimo, casi más íntimo que el de Cristina– de que él es la única estrella del equipo, de que él solo puede ganar. Si hasta afirma que en Buenos Aires no necesita figuras, que gana con María Eugenia Vidal, como si él fuera Raúl Alfonsín y su delegada femenina, Alejandro Armendáriz. Como si se viviera en los 80 y los votos bonaerenses se contaran como en aquellos tiempos.

Así transcurrió la siesta y, entretanto, Massa les comió la dama de Jujuy, Morales, quien le otorga un adicional al candidato presidencial: lo releva de ciertas imputaciones sospechosas por su vinculación con Amado Boudou. Nadie ignora que el senador radical ha sido la cabeza de las denuncias sobre el vicepresidente. Votos, prestigio y blanqueo.

Para muchos peronistas, tampoco apreciados ahora por Macri (las encuestas y su círculo rojo se lo aconsejan), Massa puede ser víctima de una gran celada radical encabezada por Morales y extendida a otros correligionarios que aspiran a gobernaciones e intendencias. El teorema dice: Morales gana la gobernación apoyado por Massa cuatro meses antes de las presidenciales; después se acomoda a los nuevos vientos, se recluye en su provincia y se desentiende de la pugna nacional. Ni un mail de apoyo va a brindar. Esa maniobra presunta vale para Tucumán: allí también se adelantan los comicios. Hasta insinuó esa teoría en su última declaración el propio Sanz, justificando la movida de Morales como si él la hubiera ideado. Para evitar sorpresas, no obstante, igual Massa hará que un hombre de su sector acompañe en la gobernación a Morales, una matriz a repetir en otros distritos. Su paso por el peronismo debe brindarle alguna enseñanza del General: los hombres son buenos, si se los controla, son mejores.

En la pugna por lograr fidelidades en el interior, tanto Massa como Macri constituyeron equipos. Y también Daniel Scioli. En el caso del gobernador, su canciller por las provincias es su propio hermano Pepe, mientras que el ingeniero boquense le trasladó la responsabilidad del PRO a Emilio Monzó, y el tigrense le dedicó esa tarea a Juanjo Alvarez. Una diferencia preside los actos de cada uno: tanto Monzó como Pepe Scioli entusiasman o conquistan a sus interlocutores, pero no pueden cerrar por cuenta propia los pactos. Uno debe pedir permiso en el estrecho soviet de Macri (Caputo, Peña, Duran Barba), someterse a dilaciones e interrogantes, paralizarse en ocasiones; el otro consulta a su indeciso hermano que, a su vez, reclama una venia de la Rosada que nunca llega, sin conocer siquiera cual será su propio destino. Mientras, Alvarez dispone de una operatividad más amplia, quizás producto de urgencias o emergencias. Así puede explicar el resultado provisorio cuando aún faltan ochenta minutos de juego.

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