El acercamiento de
Massa a una parte del radicalismo refleja necesidades mutuas
y el
adormecimiento macrista. ¿Perdura?
Por Roberto García |
Un gol a los diez minutos del primer tiempo puede ser
determinante si el partido concluye 1-0. O insignificante si el rival luego
gana 6-1.
Así habría que entender la jugada de Sergio Massa con el radical
Gerardo Morales: doble carambola que acerca al radical a la gobernación de
Jujuy y asiste al tigrense en su emprendimiento presidencial.
Por si fuera
poco, destiñe el proyecto de enlazar a Mauricio Macri con el radicalismo, cuyo
punto de partida se había emplazado en Marcos Juárez, cuando el PRO apareció
unido a la UCR para ganar en las urnas ese mínimo distrito electoral. Viajó
para la celebración el propio alcalde porteño como si fuera el cruce de los
Andes, festejó y se fotografió. Amenazaba esa incursión desplegarse por el
resto del país.
Sin embargo, ahora esa sociedad está congelada por falta de
destreza política y miserias egocéntricas. Es que no se apresuró Macri para
cerrar ententes parciales, pidió análisis de sangre de eventuales socios y, en
lugar de rescatar a punteros conocidos pero objetados, se dispuso a coquetear
con los bendecidos por la fama, la farándula o la vanagloria del fútbol (Ramón
Díaz). Como si la política fuera solo un espectáculo y él, más que un
ingeniero, fuese un químico generador de vida en portentos como antes hacía
Carlos Menem. Ante la UCR quiso imponer su sello personal por encima de las
estructuras a congeniar; sólo se interesó por el diálogo con los importantes
del partido.
Al revés de Massa, con menor tendencia aristocratizante,
quien decidió trabajar de urgencia, horadando, sin detenerse a distinguir sapos
de culebras, respetando y negociando poderes territoriales. Así le sacó la
primera ventaja en el marcador, justo cuando su suerte palidecía y el boquense
se expandía como la fiebre amarilla, según ciertas encuestas. Sin considerar
errores o virtudes, ni el desgraciado epílogo de la fábula, este cambiante
cuadro de Massa por un lado y Macri por el otro puede representarse con la del
topo y la serpiente.
Mientras Macri proclama que no persigue alianzas, Massa se
endulza imaginando que en menos de veinte días fijará un acuerdo con otro
radical, José Cano (Tucumán), con características semejantes a las de Morales.
Provincia más importante en número pero tal vez menos difundido su
protagonista. Y después, cree, extenderá pactos en La Rioja, otras provincias
como La Pampa y Tierra del Fuego, incorporando en el plan expansivo con
radicales a figuras como Eduardo Costa, en Santa Cruz, esposo de Mariana Zuvic,
la máxima embajadora de Elisa Carrió en ese lugar del mundo. Casi para el
soponcio de la laboriosa legisladora, quien estimuló la aproximación con Macri
que ya había insinuado desde el radicalismo Enrique Nosiglia. Otra curiosidad
de la vida, la sociedad teledirigida de Carrió y Nosiglia. Pero al margen de
historias y desavenencias, la alianza UCR-PRO se volvía prometedora desde el
eslogan “Juntos vamos a ganar”, ya que ese criterio presidía el diálogo.
Pero se durmieron, sea por aspiraciones máximas de Ernesto
Sanz en la constitución del binomio, desencuentros con Julio Cobos o el
convencimiento repentino de Macri –avalado por su círculo íntimo, casi más íntimo
que el de Cristina– de que él es la única estrella del equipo, de que él solo
puede ganar. Si hasta afirma que en Buenos Aires no necesita figuras, que gana
con María Eugenia Vidal, como si él fuera Raúl Alfonsín y su delegada femenina,
Alejandro Armendáriz. Como si se viviera en los 80 y los votos bonaerenses se
contaran como en aquellos tiempos.
Así transcurrió la siesta y, entretanto, Massa les comió la
dama de Jujuy, Morales, quien le otorga un adicional al candidato presidencial:
lo releva de ciertas imputaciones sospechosas por su vinculación con Amado
Boudou. Nadie ignora que el senador radical ha sido la cabeza de las denuncias
sobre el vicepresidente. Votos, prestigio y blanqueo.
Para muchos peronistas, tampoco apreciados ahora por Macri
(las encuestas y su círculo rojo se lo aconsejan), Massa puede ser víctima de
una gran celada radical encabezada por Morales y extendida a otros
correligionarios que aspiran a gobernaciones e intendencias. El teorema dice:
Morales gana la gobernación apoyado por Massa cuatro meses antes de las
presidenciales; después se acomoda a los nuevos vientos, se recluye en su
provincia y se desentiende de la pugna nacional. Ni un mail de apoyo va a
brindar. Esa maniobra presunta vale para Tucumán: allí también se adelantan los
comicios. Hasta insinuó esa teoría en su última declaración el propio Sanz,
justificando la movida de Morales como si él la hubiera ideado. Para evitar
sorpresas, no obstante, igual Massa hará que un hombre de su sector acompañe en
la gobernación a Morales, una matriz a repetir en otros distritos. Su paso por
el peronismo debe brindarle alguna enseñanza del General: los hombres son
buenos, si se los controla, son mejores.
En la pugna por lograr fidelidades en el interior, tanto
Massa como Macri constituyeron equipos. Y también Daniel Scioli. En el caso del
gobernador, su canciller por las provincias es su propio hermano Pepe, mientras
que el ingeniero boquense le trasladó la responsabilidad del PRO a Emilio
Monzó, y el tigrense le dedicó esa tarea a Juanjo Alvarez. Una diferencia
preside los actos de cada uno: tanto Monzó como Pepe Scioli entusiasman o
conquistan a sus interlocutores, pero no pueden cerrar por cuenta propia los
pactos. Uno debe pedir permiso en el estrecho soviet de Macri (Caputo, Peña,
Duran Barba), someterse a dilaciones e interrogantes, paralizarse en ocasiones;
el otro consulta a su indeciso hermano que, a su vez, reclama una venia de la
Rosada que nunca llega, sin conocer siquiera cual será su propio destino.
Mientras, Alvarez dispone de una operatividad más amplia, quizás producto de
urgencias o emergencias. Así puede explicar el resultado provisorio cuando aún
faltan ochenta minutos de juego.
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