Por Guillermo Piro |
Exactamente: no hay favoritos. En realidad sí los hay, pero
son nuestros favoritos, no los de la Academia Sueca.
Cada año, en septiembre,
la Academia Sueca manda alrededor de 700 cartas a personas e instituciones
calificadas para que propongan candidatos al Nobel de Literatura.
(Piensen un
momento lo que significa “calificada” para la Academia Sueca si entre esas
instituciones se encuentra la SADE argentina, que nominó no una, sino tres
veces, al escritor Agustín Pérez Pardella, QEPD. Esto sólo serviría para
quitarle al Nobel de Literatura ese aura de seriedad que lo caracteriza.) Luego
el Comité del Nobel de Literatura se toma un par de meses y tras mucho trabajo
consiguen reducir a la mitad el número de aspirantes. Y para tranquilizar a los
perros guardianes de la cultura internacional largan alrededor de doscientos
nombres de posibles ganadores, que es la manera más sueca que hay de tomarle el
pelo al mundo.
Ese mecanismo funciona de un modo tan preciso que lo que
acabo de contar es todo o casi todo lo que sabemos de él. Más o menos es como
saber de que un motor, para funcionar, necesita nafta, e ignorar cualquier otro
detalle al respecto. No sabemos nada. Hablar, cada año, a comienzos de octubre,
de los “favoritos” al Nobel de Literatura, es algo así como vaticinar, con tres
meses de antelación, si al mediodía de un domingo va a llover o va a haber sol.
Uno puede adivinar, es cierto, pero eso no significa nada más que lo que es, o
sea puro azar. Y ni hablar de los que proponen candidatos, los individuos que
de buena fe y movidos por la pasión presentan peticiones a la Academia Sueca
que no deben tirar a la basura porque son suecos, pero que probablemente ni
siquiera se tomen el trabajo de leer. Un individuo o un grupo de individuos que
propone un candidato se parece a aquel que por ejemplo le regalara un ejemplar
del Kama Sutra a una colonia de almejas.
Leí a Patrick Modiano en los años 80 y jamás se me ocurrió
recomendárselo a nadie. Con lo cual tengo la conciencia tranquila. Pero leo las
noticias con la esperanza secreta de que aparezca alguien de la Academia
diciendo que todo era una broma. Pero no, es en serio.
Me parece un signo de buena salud que uno no se tome en
serio la literatura, desconfío enormemente de la gente que ve en ella alturas,
tensiones e intensidades. En cambio me parece algo mucho más digno de interés
tratar de deducir los criterios con que esta gente otorga el premio. No es que
la cosa me quite el sueño, pero ese sí me parece un buen tema para un libro
alto, tenso e intenso. Sería un libro exitoso y echaría luz sobre la pregunta
que cada año a esta altura nos carcome. Porque con qué se emborrachan los
burócratas de la SADE puedo imaginarlo, pero no tengo idea de con qué se
emborracharán los burócratas de la Academia Sueca.
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