Aislada, la
Presidenta ya no consigue colaboradores de nivel. La radicalización
como
máscara del fracaso.
Por Ignacio Fidanza |
La renuncia de Juan Carlos Fábrega al Banco Central
-anticipada en exclusiva por LPO-, agravó el espanto de un peronismo, que no
encuentra la manera ni el momento de marcar distancia con un gobierno que
parece empeñado en conducirlo a la derrota.
Esa fue al menos la lectura de los gobernadores más
gravitantes de esa fuerza que hoy cruzaron diálogos, impactados por la decisión
de Cristina de concentrar el poder en su ministro de Economía.
Axel Kicillof completó hoy el dominio de todo lo que importa
del área económica. El precario Vanoli asume bajo la impronta de su liderazgo,
que logró barrer con el último retén importante de racionalidad que quedaba en
el Gobierno.
Pero una vez más, fue Scioli el que marcó los tiempos: “Yo
no puedo romper, tengo que esperar”, afirmó.
Y ese es el debate en el peronismo en este momento. No se
trata de definir si hay que marcar distancia o directamente romper con el
kirchnerismo, sino de cuando es el momento más indicado para hacerlo. Se hacen
cálculos. Un sentido común que circula es: Hay que esperar hasta el año que
viene, otros creen por lo menos hasta marzo.
La fecha no es casual. En marzo terminan las vacaciones y
van a faltar solamente dos meses para el cierre de listas de junio.
Lo que se mide es cuanto le queda de poder a este Gobierno
para hacer lo que más le gusta: Destruir a los díscolos. La misma cuenta se
desarrolla en el sector empresario. Nadie quiere ser el valiente, que se
convirtió en el estúpido, que dio el paso adelante sólo y recibió todos los
cachetazos.
La radicalización de Cristina esconde en rigor una debilidad
típica de fin de ciclo, que este Gobierno está procesando muy mal. Lejos de
resignarse y acomodar lo que se pueda acomodar, la apuesta parece ser incendiar
la pradera.
Una pulsión muy poco generosa, que sumida en su propia
lógica, acaso imagina que extremar las contradicciones es la vía más directa
para fidelizar la base política y empezar a construir un relato de la
resistencia, que permita sobrevida a la hora de dejar el poder.
Impulso destructivo que se combina con los condicionantes
objetivos de todo fin de ciclo, que es sabido, repercute negativamente en la
calidad profesional que se consigue para transitar los últimos meses. Por eso,
Vanoli es menos que Fábrega y el entrerriano Sergio Urribarri se negó a aceptar
el puesto que su par chaqueño asumió diez meses atrás con entusiasmo. Hoy es
difícil que algún gobernador quiera rifar su poco o mucho futuro político en
una aventura de horizonte muy cercano.
Este desgaste del material humano impacta y se combina de
mala manera con el enojo que provoca la inexorable pérdida de poder. Los
debates se empobrecen, la gestión pierde calidad y la Presidenta apela a los
más incondicionales, profundizando un aislamiento que hasta aquí no fue buen
consejero.
Pero conviene ser prudente en las proyecciones. Cristina ya
dio sobradas muestras que si hay algo que no la condiciona es la coherencia. Ya
tuvo sus fases de neo chavismo y ante el espanto retrocedió y lo hizo en forma.
Echó a Guillermo Moreno y cerró con Repsol, el Ciadi y el Club de Paris en hoja
de ruta de reingreso a la racionalidad, que el fallo de la Corte Suprema de
Estados Unidos convirtió en papel quemado.
Ahora, estamos en otra fase de despecho y enojo que puede
ser la textura que predomine en lo que le queda de Gobierno o apenas otro
berrinche hasta que una nueva crisis muestre a Cristina esos abismos que hasta
ahora, la aconsejaron mejor que los sueños revolucionarios.
0 comments :
Publicar un comentario