Cristina parece haber
recurrido a Sabbatella para unir a Lázaro Báez y
Vladimir Putin. Un nuevo
avance contra el periodismo.
Por Alfredo Leuco |
Sorpresivamente, Cristina le ordenó a Martín Sabbatella
dinamitar al Grupo Clarín. De esa manera, la Presidenta violó el mandato
constitucional que le prohíbe a la Afsca aceptar injerencias del Gobierno para
discriminar a algún medio. La movida fue de tanta premeditación y alevosía, que
Sabbatella no les avisó ni siquiera a sus compañeros kirchneristas del organismo.
Se movió en la clandestinidad para engañar a los directores por la oposición y
malversar la orden del día. El dictamen de “adecuación forzosa” fue leído sólo
por dos personas antes de ser difundido: Cristina y Sabbatella.
Este intento de aplicación autoritaria y punitiva de la Ley
de Medios fue parte de un operativo más complejo cuyo objetivo es el de
siempre: censurar las voces críticas. El mensaje es que Cristina y sus
camporistas aún conservan una gran capacidad de daño para domesticar a periodistas
díscolos como Marcelo Longobardi, mediciones de audiencias golpistas como las
de Ibope y cadenas norteamericanas de noticias destituyentes que serán
combatidas de la mano de un adalid de la libertad de prensa llamado Vladimir
Putin.
En el pase entre Marcelo Longobardi y Jorge Lanata en radio
Mitre, el jueves, llegamos a la conclusión de que “algo” había enloquecido de
ira a la Presidenta, más allá de su histórico intento de controlar a los medios
y de que nadie la controle a ella. Esta vez el manotazo de ahogado tiene mayor
envergadura. No parece responder al fastidio permanente que Cristina siente
cuando el periodismo habla de inseguridad, inflación y recesión.
Coincidimos en que las fuertes versiones que habían corrido
la semana pasada tenían más verosimilitud de lo que creíamos. Decía así: los
buitres están extorsionando a Cristina porque descubrieron un par de cuentas
bancarias no declaradas en Estados Unidos a nombre del matrimonio Kirchner. Y
tenía una explicación: estaban siguiendo la ruta del dinero de Lázaro Báez y se
encontaron con esta información altamente explosiva. Para poner las cosas en su
justo término y ser absolutamente responsables, hay que decir que hasta ahora
no hay una sola prueba de esto. Nadie lo puede confirmar ni mostrar algún papel
que lo pruebe. Pero hay indicios, cabos sueltos. Lanata dijo que eso explicaría
la insólita afirmación que hizo la Presidenta cuando planteó que la podrían
querer meter presa en Nueva York. Ella aclaró que, aun así, iba a viajar cuando
fuera necesario. ¿Presa Cristina en Nueva York? ¿Bajo qué acusación? Hasta en
su entorno llamó la atención que denunciara un magnicidio que viene del Norte y
que criticara a Barack Obama por la forma de eliminar a Osama bin Laden. ¿Cuál
fue el hilo conductor de toda esa movida? ¿Qué quiere evitar que se publique en
Argentina con el renovado ataque al periodismo? Está claro que cada vez que
Lanata y Nicolás Wiñazki destaparon alguna olla de Lázaro, la cima del poder
entró en pánico. Con aquel comunicado incomprensible de Oscar Parrilli sobre
las 13 horas que Cristina pasó misteriosamente en las islas Seychelles y con la
molestia de Cristina sobre los periodistas que “hacen cuadritos” en referencia
a las infografías que Daniel Santoro había publicado para explicar cuentas y
empresas fantasma de Lázaro Báez y sus muchachos. Uno de ellos, Federico
Elaskar, el ex dueño de La Rosadita, nada menos, no pudo ocultar entre sus
giros uno a una fábrica de explosivos en Irán. Lo único que falta es que Luis
D’Elía tenga un local partidario en Puerto Madero.
Son varios los elementos que se deben sumar en este
análisis. No hay un solo habitante de Barrio Parque que recuerde algo similar
al ataque “quirúrgicamente violento y militar” que sufrió Marcelo Longobardi.
Fue el mismo día del anuncio de Sabbatella. El día siguiente a la entrega de un
premio al mejor comunicador y a enterarse de que, nuevamente, había superado el
récord histórico de audiencia con el 50,3% del share. Esa mañana tuvo una
reunión con uno de los principales líderes empresarios del país, que le comentó
que “nunca hubo una corrupción tan extendida y sistemática en la obra pública:
está tabulada en el 15%”. Longobardi recibió dos infrecuentes llamados de su
chofer porque le habían chocado suavemente su vehículo, casi como una forma de
obligar al conductor a que se bajara. El mismo reveló que varias veces Apple le
informó que alguien estaba intentando geolocalizar su teléfono. Finalmente, en
una calle angosta llena de cámaras de video, policías y seguridad privada, y a
metros de ingresar a la casa de Jorge Fontevecchia, fue reducido “con la
habilidad de un marine”, le robaron su reloj y huyeron en dos segundos.
Por suerte, todavía las coincidencias entre Cristina y Putin
se mantienen en el plano teórico. Ambos aplicaron el mismo mecanismo para
cooptar medios obsecuentes: entregarles miles de dólares para obra pública a
sus dueños. Los patrones de Argentina y Rusia están convencidos de que la
información “es un arma terrible que permite manipular la conciencia social con
los monopolios de la verdad”. Putin es acusado, por varias entidades
humanitarias y de defensa de la libertad de prensa, de garantizar impunidad a
los que cometieron los asesinatos de 28 periodistas en los últimos 14 años. No
hay antecedentes de un promedio de dos crímenes de periodistas por año. Anna
Politkovskaya fue envenenada, le hicieron un simulacro de fusilamiento y
finalmente acribillada en el ascensor de su edificio, en Moscú. Había
denunciado la violación de los derechos humanos de las tropas rusas en
Chechenia. Putin, el nuevo amigo que Cristina aplaude eufórica por
teleconferencia, fue un feroz integrante de la KGB que manejó la temible
policía política en Alemania Oriental y que es el frío ejecutor de un
ultranacionalismo imperial, autocrático y despótico. El mismo autoriza al
Parlamento a censurar y bloquear sitios web que el gobierno ruso crea que
atentan contra la verdad o lo que esta versión con corbata de los zares cree
que es la verdad. Se silencian aquellas voces críticas que se levantan contra
el maltrato con que el régimen somete a los homosexuales. Persecusión
igualitaria para todos, diría Cristina. Esa es la verdadera Rusia que según la
Presidenta debemos conocer los argentinos. ¿Cuál será la verdadera Argentina
que debemos conocer los argentinos? ¿La que informará el Indek de los rating
televisivos donde todos miran a Víctor Hugo y nadie a Lanata? ¿Cómo se dirá
trucho en ruso?
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