Por Jorge Fernández Díaz |
Una cosa es la madurez. Y otra, el madurismo. Así como una
cosa es ser retro y otra muy distinta es ser un retrógrado. Visto en
melancólica perspectiva y puesto en términos risueños, el kirchnerismo fue el "viejazo"
de la política moderna: un setentista cultural que no aceptaba su edad, se
rebelaba contra los datos, apelaba a raídas consignas de juventud, cambiaba de
ropas y amistades, y al final frecuentaba un tierno ridículo.
En términos más
serios y actuales, este madurismo de última generación, en su conocido rol de
caballo de Troya dentro del patio siempre vulnerable de la democracia, empuja a
la Argentina a un momento inédito y muy delicado: ¿cómo se realiza una
alternancia razonable con un proyecto autocrático que no escucha ni acuerda? El
feudalismo no tiene prevista la caballerosidad republicana, así como el
nacionalismo jamás le entrega la banda a la Antipatria. Y aunque transitamos el
tiempo de las farsas ideológicas, los nudos de este conflicto están saliendo a
la luz día tras día: el relato todavía no ha escrito una salida decorosa que
convierta a los enemigos en simples adversarios, ni que acepte deportivamente
el turno de los que piensan distinto.
Es que el oficialismo, que en esta última etapa tiene a
Nicolás Maduro como Santo Patrono, no entra en el sano juego del sistema de los
partidos políticos (en el fondo representa la verdadera antipolítica); no
reconoce el espíritu de la transición ni resiste el mínimo consenso: avanza en
solitario y con llamativo apuro sobre el dictado de leyes de fondo y en la toma
de decisiones irreversibles que comprometerán el futuro, y lo hace de prepo,
con ayuda de férreas mayorías automáticas. Cristina Kirchner quiere ser Roca,
Perón, Mosconi y Vélez Sarsfield, y se sirve de aquella foto del 54 por ciento,
que ya ni siquiera representa la realidad, para consumar su deseo personal de
gloria: el egoísmo de un líder personalista tiene estas arbitrariedades y
megalomanías. Siguiendo estrictamente su criterio, Massa o Macri podrían ser
bendecidos alguna vez con idéntico porcentaje de votos, y quedarían de esa
manera automáticamente habilitados para destrozar la ley de hidrocarburos,
detonar el flamante Código Civil y anular cualquier otra legislación del disco
rígido de la República. No me refiero a revisar algunas medidas, que
criteriosamente cualquier nuevo gobierno tiene derecho de modificar, sino a
esos asuntos perennes que hacen a políticas de Estado de largo plazo y a
contratos con otras naciones: debieron discutirse con serenidad y amplio
criterio, y haber llevado la firma y el aval del resto del arco político. Pero
claro, la Presidenta no quiere dialogar ni compartir créditos, y prefiere decir
en los atriles que las cosas se consiguieron a pesar de estos cipayos y contreras
de la partidocracia. Le encanta el papel de dictadora. De leyes fundamentales.
Gobierna para un país propio y ya imaginario, y no respeta los usos y
costumbres de una democracia de poder rotativo.
Su próxima ocurrencia es sacar contra viento y marea el
Código Penal y Procesal. A propósito, deberá tener mucho cuidado con este
último intento porque el horno no está para bollos: la inseguridad es todavía
la principal causa de malestar social y los aromas que se desprenden de esa
propuesta podrían encender una mecha en la castigada sociedad civil. Cualquier
lógica bien intencionada aconsejaría posponer el tratamiento de ese paquete,
dado que estaremos en un año electoral y eso no haría otra cosa que
enturbiarlo, y de paso lastimar la necesaria reforma. Pero ya se sabe que el
propósito íntimo de Cristina está por encima de las conveniencias de un país
que debe salir de una crisis profunda y seguir adelante.
Existen también en el ambiente político conjeturas que no
descartan el factor narcisista, pero que exploran otros motivos para semejante
celeridad legislativa. La primera es de orden interno: teme el cristinismo que
las cohesiones de hoy en el Honorable Congreso de la Nación se desgajen cuando
algunos peronistas y ciertos socios de coyuntura se encolumnen detrás de sus
propios candidatos presidenciales. También es sensato pensar que Cristina busca
con estos golpes de mano borrar del horizonte el grave tema económico, para el
que realmente no tiene solución. Aquí es importante precisar que la agenda política
registra una dinámica muy diferente de la ciudadana. Según encuestas muy
frescas, el 60% de las personas se muestran convencidas de que estamos mal y
vamos peor. Pero la sangre aún no llegó del todo al río: otro 60% ve la ruleta
rusa, aunque asegura que todavía no le tocó la desgracia. Cuando ese último
guarismo baje al 40% el asunto tendrá otra temperatura, y los economistas menos
ortodoxos piensan que eso ocurrirá si seguimos cayendo por el terraplén
Kicillof.
Muchos de quienes realizan estas evaluaciones están seguros,
a su vez, de que el embate contra Obama no tiene únicamente relación con el
capital simbólico ni con el alimento balanceado que necesita de vez en cuando
el cardumen militante para no flaquear dentro de la pecera oficial. Esa
desmesura, en los epílogos de un mandato, también podría encerrar algo de
ataque preventivo. Sobre todo teniendo en cuenta que existen ahora en los
Estados Unidos buitres multimillonarios con ganas de indagar la corrupción vernácula.
Estas aves sin alma, que no tienen frenos altruistas ni son controladas por el
Departamento de Estado, cuentan con mucha más plata, paciencia y conocimientos
tecnológicos que cualquier periodista de investigación para meter las narices
en la turbia ruta del dinero kirchnerista y en otros enjuagues secretos que
todavía ignoramos. A los buitres no les interesan la libertad de expresión ni
la ética pública, sólo quieren negociar, y parecen dispuestos a ir graduando la
información que recaban. Tampoco quieren matar a la gallina de los huevos de
oro, sólo poner nerviosa a la gran dama. Y vaya si lo consiguieron.
Es evidente que se lo veía venir, dado que en Balcarce 50
hubo escozor, pero no sorpresa cuando se enteraron de que los abogados de los
holdouts habían expuesto en Washington un mapa con las misteriosas cuentas que
presuntamente tendría Lázaro Báez en el extranjero. Los abogados de Singer
dieron a conocer tres bancos europeos clave y mencionaron el sitio fatal:
Seychelles, donde la Presidenta hizo una enigmática parada en enero de 2013.
Los tribunales de Nevada, encarnados por otro juez municipal y próximamente
senil, tienen en sus manos este expediente. ¿Era por eso que había que mirar al
Norte?
Esa información saltó a la luz el mismo día en que el
Gobierno resolvió rechazar la propuesta de adecuación del Grupo Clarín y
anunció que lo dividiría de oficio. Y en vísperas de que Cristina lanzara su
Indec del rating y coqueteara con Putin acerca de la conveniencia de enfrentar
a los medios "porque se han convertido en un arma terrible y porque
permiten manipular la conciencia social". Dos potencias se saludan.
Ninguna de las dos cree en la libertad de expresión genuina ni en la democracia
verdadera. La Presidenta pronunció una frase decisiva: "Necesitamos tener
acceso directo a la información, sin intermediarios que nos quieran mostrar las
cosas de manera diferente". ¿De manera diferente a como quieren mostrarla
los gobiernos? Sí, de eso precisamente se ocupa un periodismo serio y eso
espera una sociedad libre. Por esa razón una cosa es la madurez, compañeros. Y
otra, el madurismo. Así como una cosa es ser retro y otra muy distinta es ser
un retrógrado.
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