domingo, 12 de octubre de 2014

El país, ante un momento inédito y muy delicado

Por Jorge Fernández Díaz
Una cosa es la madurez. Y otra, el madurismo. Así como una cosa es ser retro y otra muy distinta es ser un retrógrado. Visto en melancólica perspectiva y puesto en términos risueños, el kirchnerismo fue el "viejazo" de la política moderna: un setentista cultural que no aceptaba su edad, se rebelaba contra los datos, apelaba a raídas consignas de juventud, cambiaba de ropas y amistades, y al final frecuentaba un tierno ridículo. 

En términos más serios y actuales, este madurismo de última generación, en su conocido rol de caballo de Troya dentro del patio siempre vulnerable de la democracia, empuja a la Argentina a un momento inédito y muy delicado: ¿cómo se realiza una alternancia razonable con un proyecto autocrático que no escucha ni acuerda? El feudalismo no tiene prevista la caballerosidad republicana, así como el nacionalismo jamás le entrega la banda a la Antipatria. Y aunque transitamos el tiempo de las farsas ideológicas, los nudos de este conflicto están saliendo a la luz día tras día: el relato todavía no ha escrito una salida decorosa que convierta a los enemigos en simples adversarios, ni que acepte deportivamente el turno de los que piensan distinto.

Es que el oficialismo, que en esta última etapa tiene a Nicolás Maduro como Santo Patrono, no entra en el sano juego del sistema de los partidos políticos (en el fondo representa la verdadera antipolítica); no reconoce el espíritu de la transición ni resiste el mínimo consenso: avanza en solitario y con llamativo apuro sobre el dictado de leyes de fondo y en la toma de decisiones irreversibles que comprometerán el futuro, y lo hace de prepo, con ayuda de férreas mayorías automáticas. Cristina Kirchner quiere ser Roca, Perón, Mosconi y Vélez Sarsfield, y se sirve de aquella foto del 54 por ciento, que ya ni siquiera representa la realidad, para consumar su deseo personal de gloria: el egoísmo de un líder personalista tiene estas arbitrariedades y megalomanías. Siguiendo estrictamente su criterio, Massa o Macri podrían ser bendecidos alguna vez con idéntico porcentaje de votos, y quedarían de esa manera automáticamente habilitados para destrozar la ley de hidrocarburos, detonar el flamante Código Civil y anular cualquier otra legislación del disco rígido de la República. No me refiero a revisar algunas medidas, que criteriosamente cualquier nuevo gobierno tiene derecho de modificar, sino a esos asuntos perennes que hacen a políticas de Estado de largo plazo y a contratos con otras naciones: debieron discutirse con serenidad y amplio criterio, y haber llevado la firma y el aval del resto del arco político. Pero claro, la Presidenta no quiere dialogar ni compartir créditos, y prefiere decir en los atriles que las cosas se consiguieron a pesar de estos cipayos y contreras de la partidocracia. Le encanta el papel de dictadora. De leyes fundamentales. Gobierna para un país propio y ya imaginario, y no respeta los usos y costumbres de una democracia de poder rotativo.

Su próxima ocurrencia es sacar contra viento y marea el Código Penal y Procesal. A propósito, deberá tener mucho cuidado con este último intento porque el horno no está para bollos: la inseguridad es todavía la principal causa de malestar social y los aromas que se desprenden de esa propuesta podrían encender una mecha en la castigada sociedad civil. Cualquier lógica bien intencionada aconsejaría posponer el tratamiento de ese paquete, dado que estaremos en un año electoral y eso no haría otra cosa que enturbiarlo, y de paso lastimar la necesaria reforma. Pero ya se sabe que el propósito íntimo de Cristina está por encima de las conveniencias de un país que debe salir de una crisis profunda y seguir adelante.

Existen también en el ambiente político conjeturas que no descartan el factor narcisista, pero que exploran otros motivos para semejante celeridad legislativa. La primera es de orden interno: teme el cristinismo que las cohesiones de hoy en el Honorable Congreso de la Nación se desgajen cuando algunos peronistas y ciertos socios de coyuntura se encolumnen detrás de sus propios candidatos presidenciales. También es sensato pensar que Cristina busca con estos golpes de mano borrar del horizonte el grave tema económico, para el que realmente no tiene solución. Aquí es importante precisar que la agenda política registra una dinámica muy diferente de la ciudadana. Según encuestas muy frescas, el 60% de las personas se muestran convencidas de que estamos mal y vamos peor. Pero la sangre aún no llegó del todo al río: otro 60% ve la ruleta rusa, aunque asegura que todavía no le tocó la desgracia. Cuando ese último guarismo baje al 40% el asunto tendrá otra temperatura, y los economistas menos ortodoxos piensan que eso ocurrirá si seguimos cayendo por el terraplén Kicillof.

Muchos de quienes realizan estas evaluaciones están seguros, a su vez, de que el embate contra Obama no tiene únicamente relación con el capital simbólico ni con el alimento balanceado que necesita de vez en cuando el cardumen militante para no flaquear dentro de la pecera oficial. Esa desmesura, en los epílogos de un mandato, también podría encerrar algo de ataque preventivo. Sobre todo teniendo en cuenta que existen ahora en los Estados Unidos buitres multimillonarios con ganas de indagar la corrupción vernácula. Estas aves sin alma, que no tienen frenos altruistas ni son controladas por el Departamento de Estado, cuentan con mucha más plata, paciencia y conocimientos tecnológicos que cualquier periodista de investigación para meter las narices en la turbia ruta del dinero kirchnerista y en otros enjuagues secretos que todavía ignoramos. A los buitres no les interesan la libertad de expresión ni la ética pública, sólo quieren negociar, y parecen dispuestos a ir graduando la información que recaban. Tampoco quieren matar a la gallina de los huevos de oro, sólo poner nerviosa a la gran dama. Y vaya si lo consiguieron.

Es evidente que se lo veía venir, dado que en Balcarce 50 hubo escozor, pero no sorpresa cuando se enteraron de que los abogados de los holdouts habían expuesto en Washington un mapa con las misteriosas cuentas que presuntamente tendría Lázaro Báez en el extranjero. Los abogados de Singer dieron a conocer tres bancos europeos clave y mencionaron el sitio fatal: Seychelles, donde la Presidenta hizo una enigmática parada en enero de 2013. Los tribunales de Nevada, encarnados por otro juez municipal y próximamente senil, tienen en sus manos este expediente. ¿Era por eso que había que mirar al Norte?

Esa información saltó a la luz el mismo día en que el Gobierno resolvió rechazar la propuesta de adecuación del Grupo Clarín y anunció que lo dividiría de oficio. Y en vísperas de que Cristina lanzara su Indec del rating y coqueteara con Putin acerca de la conveniencia de enfrentar a los medios "porque se han convertido en un arma terrible y porque permiten manipular la conciencia social". Dos potencias se saludan. Ninguna de las dos cree en la libertad de expresión genuina ni en la democracia verdadera. La Presidenta pronunció una frase decisiva: "Necesitamos tener acceso directo a la información, sin intermediarios que nos quieran mostrar las cosas de manera diferente". ¿De manera diferente a como quieren mostrarla los gobiernos? Sí, de eso precisamente se ocupa un periodismo serio y eso espera una sociedad libre. Por esa razón una cosa es la madurez, compañeros. Y otra, el madurismo. Así como una cosa es ser retro y otra muy distinta es ser un retrógrado.

© La Nación

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