viernes, 31 de octubre de 2014

El espejo roto

Los cuatro brigadistas muertos en un incendio en Guachipas. (Foto: Defensa. Civil)
Por Nelson Francisco Muloni

La tragedia siempre rompe al ser humano. Lo desmenuza. Lo convierte en un descenso permanente hacia un infierno único, irrepetible, incontrolable. La tragedia transforma la esencia humana. Es casi imposible no envolverse en esa piel que lastima y que perdura, aun ante posibles nuevas alegrías. O distancias. Es, de pronto, cuando todo empieza a ser memoria. Es decir, la muerte es el umbral de la lejanía. Que nos aterroriza.

Cuando la tragedia asume las dimensiones de una espantosa cotidianeidad, estamos en presencia de la articulación de la necedad, la infamia y la estulticia de quienes tienen, al menos, la posibilidad de prever el cauce para que la tragedia no sea tal o para disminuir la dimensión del terror que ella expande.

¿Cómo explicarle, entonces, a esos responsables cómo (y cuánto) es la rotura humana cuando la tragedia surge con la fuerza de todos los pesares?

Así andamos. Dos jóvenes turistas francesas asesinadas y premios para policías que investigaron el caso que derivó en una burda composición de mentiras y oquedades. Un niño muerto en una escuela al derrumbarse una pared. El ‘grado cero’ de la responsabilidad. La supremacía del enjuague de manos. Una maestra asesinada en los montes y un vendaval de justificaciones. Un funcionario que mata en la ruta a un joven es designado (vaya paradoja) para cuidar esas mismas rutas.

No es poca cosa. En el medio, un oficial de policía ‘suicidado’. Unas maestras ‘culpables’ de las paredes que se caen sobre los niños. Violencia patoteril en las calles. Inflamación de rabia ciudadana. Marchas pidiendo justicia. Y el mismo envoltorio de tragedias. Inasibles, ignoradas, encubiertas, mientras los festivales arrojan una música de falsa algarabía para los mandamases de turno.

Ahora, incendios que devoran cuatro vidas. En tierras sin fines sociales. De meras especulaciones de funcionarios que adhieren a la trivialidad del Gobernante con la misma fruición con la que vienen albergando sus riquezas mal habidas.

Cuatro jóvenes brigadistas cuyas muertes reinstalaron la tragedia perdurable. La bocanada cruel del fuego. Del mismo infierno al que lleva el dolor trágico donde no hay un espejo que devuelva la imagen de la serenidad o del compromiso porque es un espejo opaco enmarcado en pura desidia de quienes no asumen la responsabilidad que les cabe. Son funcionarios que solamente actúan como ejes de un Gobierno descentrado. Apático e inmoral.

Seguirán las tragedias y el espejo no devolverá imágenes ni símbolos. El azogue del vidrio rajado se ha desgastado vilmente. Y el símbolo jamás existió.

El espejo está roto y el alma social, también. El Gobernante guarda silencio. No el respetuoso sino el inconmovible. El vesánico.

En las calles, en los montes, en los cerros, siempre habrá una nueva boca por donde el infierno devore a los hombres desgajados. Siempre habrá una sangre que nos aterrorice. Siempre, pero siempre, habrá un Gobernante con el espejo roto.

© Agensur.info

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