Por J. Valeriano Colque (*) |
El 28 de octubre de 2011, sin dar mayores explicaciones, el
entonces ministro de Economía, Amado Boudou, anunció que, a partir de ese
momento, quien quisiera comprar dólares–en rigor, cualquier divisa
extranjera–debería primero tramitar un permiso ante la Administración Federal
de Ingresos Públicos (Afip). La entidad evaluaría si el comprador tenía una
“capacidad contributiva” acorde a la operación que demandaba, de acuerdo a una
fórmula que nunca nadie conoció y de cuya inexistencia siempre se sospechó.
La sospecha estaba fundada en que, a veces, de dos personas
que parecían compartir ciertas características, una obtenía el permiso y la
otra no. O más raro: alguien que lograba la aprobación un día, al siguiente,
cuando iba a la casa de cambio a hacerse de los dólares, de golpe perdía la
autorización.
La razón de la medida era obvia. El Banco Central había
empezado a perder reservas a medida que financiaba cada vez con más emisión de
pesos los gastos internos de un Estado crecientemente deficitario y, a la vez,
le seguía cediendo dólares para que pagara sus deudas externas. Una plaza con
cada vez más pesos y, por eso, con expectativas crecientes de devaluación,
buscaba refugiarse cada vez más en dólares cuyo valor el Gobierno quería
mantener congelado, como un ancla para la inflación.
La reacción fue inmediata. En los primeros días, la brecha
con el dólar blue–que había aparecido en septiembre con compradores en negro
dispuestos a pagar algo más con tal de no quedar registrados–saltó al 9 %. Eso
por el lado de la demanda. Por el lado de la oferta, la economía comenzó a
congelar en los colchones o fuera del país cada vez más dólares.
Fue el sino del cepo cambiario: en el intento de resguardar
reservas, el Gobierno no dejó de perderlas. El 31 de octubre de 2011 las
reservas sumaban 47.523 millones de dólares. Hoy están apenas por arriba de 27
mil millones.
En lugar de corregir la lógica por la cual el Banco Central
perdía reservas, el Gobierno fue apretando cada vez más el cepo, con diversas
medidas y que dieron lugar a un “multidesdoblamiento” del mercado cambiario,
con al menos cuatro tipos principales de dólares (sin contar el “celeste” que
en ¬algún momento se usó en la construcción, el “contado con liqui” usado para
comprar dólares transando títulos pú¬blicos y otras variantes menos populares).
Pero el resultado no sólo fue la pérdida de reservas, sino
la constante pérdida de valor de la moneda nacional en términos de dólares,
pese a que el Gobierno intentaba por tramos de tiempo congelar el precio del
dólar.
De punta a punta, en términos del dólar oficial, el peso
perdió el 50 % de su valor. Con 4,23 pesos, el 28 de octubre de 2011 se
compraba un dólar. Hoy, se compran apenas 49 centavos.
Pero esa era una ventaja para quienes podían comprar dólares
oficiales. Que fueron siendo cada vez menos.
Quienes acuden al “blue”
para protegerse de la inflación–que antes del cepo con 4,23 pesos podían
comprar un dólar–hoy compran apenas 28,8 centavos de la divisa con esos mismos
pesos. Sus pesos perdieron el 71,2 % de su valor en tres años en términos de
dólar.
Quienes compran servicios o bienes del exterior o en el
exterior usando tarjetas de crédito ayer sólo pudieron comprar 36,8 centavos de
dólar con 4,23 pesos.
Y quienes insistieron en comprar dólares para ahorrar (la
última variante que apareció, tras la devaluación de enero), hoy pueden comprar
sólo 41,4 centavos de dólar con 4,23 pesos, mientras hace tres años compraban
un dólar entero.
Como sucedió tantas veces con otras normas, el cepo llegó
como una medida de corto plazo, pero luego se quedó a vivir. Muchos economistas
advirtieron ese riesgo: levantarlo tiene cada vez más costos políticos. Lo
demuestra la historia argentina.
Sobre todo, no sirvió para los fines que se invocaban. Ni
frenó la inflación/devaluación del peso, ni frenó la sangría de reservas ni
alentó (al contrario, lo desalentó por completo) el ingreso de los dólares que
necesita la economía para mantener los flujos comerciales mínimos con el
exterior.
El retiro de Minera
Vale, un símbolo de la huida de capitales
Predicción. Como
lo predijeron muchos economistas, el cepo se volvería en contra de su fin de
proteger las reservas. Es que, si morigeró la salida de dólares, hundió el
ingreso de dólares. Sólo en 2013 la inversión extranjera directa en Argentina
cayó 25 %, según la Cepal. Es el peor registro en América latina.
Manganeso. El
mayor símbolo de este comportamiento fue la decisión oficial, en marzo de 2013,
de la minera brasileña Vale de dar marcha atrás con la mayor inversión minera
proyectada: una planta de manganeso en Mendoza. Lo hizo pese a que ya había
invertido 2.000 millones de dólares. Pero no estaba dispuesta a traer los 6.000
millones que le faltaban para cambiárselos al Banco Central por pesos que ya no
representaban ese valor. De nada valieron las gestiones con el “gobierno amigo”
de Dilma Rousseff.
Para siempre
Ejemplos de ¬leyes y políticas de “emergencia” o
“circunstanciales” que van ¬quedando para siempre.
Superpoderes. Son
facultades delegadas del Congreso para que el Ejecutivo haga lo que quiera con
el Presupuesto. Se aprobaron como emergencia en 2001. Se ¬renovaron todos los
años. En 2006 fueron delegadas en forma permanente.
Impuesto al cheque.
Sancionado en marzo 2001 ante la emergencia económica de entonces. Iba a durar
sólo hasta diciembre de 2002. Después siempre se prorrogó.
Retenciones.
Eliminadas en 1991 (después de haber acompañado el estancamiento del agro
argentino por 40 años) fueron repuestas en 2002. Fueron aumentadas
sucesivamente, acompañando la suba del precio de los granos hasta 2008, cuando
el Gobierno propuso una movilidad que en ese momento implicaba subir la
retención a la soja al 50 %. El campo rechazó el mecanismo. Las retenciones
siguen en esos niveles pese al declive de precios.
Ley Santa Cruz.
Es un impuesto nacional establecido en 1989 para financiar la electricidad a
Santa Cruz. Ahí va el 0,06 % de todo lo que pagan de luz los argentinos.
Cristina Fernández prometió hace dos años quitarlo porque Santa Cruz ya ¬está
interconectado. Se sigue ¬pagando en la factura de la luz.
Menor efectividad de
la política económica
El presupuesto elaborado por el Gobierno nacional para 2014,
presentado hace poco más de 12 meses, preveía para este año un crecimiento del
producto interno bruto (PIB) de 6,2 %. En realidad, el PIB podría estar cayendo
entre 2,2 y 2,5 % este año, marcando una brecha abismal de 8,5 puntos
porcentuales respecto de aquella proyección. En parte, esa diferencia puede ser
atribuida al sesgo optimista que ese tipo de guarismos contiene. Pero, en
esencia, lo que 2014 está mostrando es que, en ausencia de financiamiento
genuino, a mayor déficit fiscal se corresponde menor efectividad de la política
económica.
Aún con una importante suba nominal de la recaudación de
impuestos, este año, el rojo estatal podría alcanzar el 5 % del PIB (sin
computar recursos extraordinarios), con un incremento de 1,5 puntos
porcentuales respecto de 2013. Al no haber contención del gasto público,
atravesamos un ajuste infructuoso. En el frente externo las exportaciones
industriales caen 12,2 % interanual en el acumulado de enero a septiembre–pese
a que el salario en dólares se ha recortado casi un 15 %–y en el frente
interno, una recesión cada vez más prolongada se corresponde con más (y no
menos) inflación.
En este escenario de divergencia entre medidas y logros,
llama la atención la cantidad de energías oficiales aplicada a obstaculizar la
operatoria del “contado con liqui”, que permite legalmente vender contra
dólares en el exterior activos (bonos y acciones) adquiridos con pesos en el
mercado local de capitales. Esa operatoria no afecta directamente el nivel de
reservas del Banco Central ya que se realiza entre privados, pero sí puede
influir en el futuro si el resultado es un ensanchamiento de la diferencia
entre el llamado blue y el tipo de
cambio oficial.
La preocupación por evitar la ampliación de la brecha
cambiaria se expresa en estos días en una combinación de “zanahoria” y
“garrote”: por un lado, se ofrece un bono por 1.000 millones de dólares
pagadero en pesos y ajustable por el tipo de cambio oficial y, por otro, se
intensifican los operativos en la city porteña. De todos modos, dada la
proliferación de operadores financieros que el país ha sabido cultivar, parece
muy difícil evitar que las tendencias de los mercados se filtren por mil
hendijas.
Los controles buscan apuntalar la cotización del dólar en el
mercado oficial, como forma de aquietar la inflación hasta las fiestas de fin
de año y minimizar riesgos en el flanco social. En realidad, se trata de un uso
contraindicado del instrumento cambiario, en una coyuntura en la que las
monedas del resto de los países de la región se están acomodando a un escenario
de dólar más fuerte en el mundo y de menores precios para las commodities. El atraso cambiario es un
mal sustituto de las políticas fiscales y monetarias que se necesitan para
combatir la inflación.
A propósito, una prueba contundente de la pérdida de
efectividad de la política económica está dada por el debilitamiento de la
correlación entre la base monetaria y la evolución de la inflación. Este año,
el Banco Central ha hecho un significativo esfuerzo por retirar liquidez del
mercado y esto ha acotado la expansión de la base monetaria a un 18 %
interanual. Pero la inflación más que duplica ese guarismo, cuando en años
anteriores había mostrado mucho mayor conexión.
La explicación viene dada por el hecho de que ha aumentado
la velocidad de circulación del dinero. La gente demanda menos pesos en
términos reales (se desprende más rápido de los que llegan a su bolsillo) y
este fenómeno ha llevado la inflación a un andarivel superior.
Así como el ajuste del salario medido en dólares no provocó
ninguna reacción en la marcha de las exportaciones industriales, la absorción
de liquidez por parte del Banco Central tampoco produjo un efecto perceptible
en la dinámica de la inflación. La falta de eficacia de la política tiene que
ver con las inconsistencias que se acumulan, percibidas por los agentes
económicos y alimentadas por la persistente ampliación del déficit fiscal.
Crédito y actividad.
Otra ventana en la que habrá que cotejar la relación entre instrumentos y
logros es la que vincula la evolución del crédito al sector privado con el
nivel de actividad.
Luego de haber experimentado una fuerte contracción en
términos reales, a partir de septiembre comenzó a observarse un repunte en la
evolución mensual de los préstamos, particularmente al consumo. Si esta nueva
dinámica pudiera sostenerse, habrá que ver su verdadero impacto: con el actual
nivel de restricciones a las importaciones, un empuje a la demanda por el lado
del crédito podría tener más efectos sobre los precios que sobre el nivel de
actividad. Por otro lado, tampoco puede asegurarse que las tasas de interés de
los plazos fijo perdurarán en un nivel significativamente inferior al de la
inflación.
Suele argumentarse que el paso del tiempo será un bálsamo
para los desequilibrios, al aproximarse la fecha del cambio de Gobierno. Algo
de esto puede suceder pero no debe subestimarse el efecto que habrá de tener
sobre las tasas de interés la expectativa de una eventual unificación de los
tipos de cambio (el oficial y el blue ) hacia fin de 2015 o principios de 2016.
Al insistirse en el uso del tipo de cambio como ancla
antiinflacionaria, se acumulan más presiones sobre el mercado; y esto no será
gratuito. Más adelante, podemos encontrarnos con una demanda de tasa de interés
cada vez mayor para la renovación de las colocaciones en pesos, una dinámica
que en algún momento de 2015 puede dañar el canal del crédito como instrumento
de reactivación.
Hay, además, otra serie de hechos que habrán de desafiar la
gestión y que, posiblemente, no estén del todo contemplados en la agenda
oficial:
Brasil habrá de encarar una nueva política económica a
partir de ahora. Para salir del estancamiento de los últimos años, Dilma
buscará más competitividad y una atracción mayor de inversiones, por lo que
será inevitable el replanteo del Mercosur.
La caída del
precio internacional del petróleo es un tremendo desafío para los proyectos no
convencionales como el de Vaca Muerta. En Estados Unidos, que es más
competitivo que la Argentina, hay pozos en los que la rentabilidad se pierde
con una cotización de 70 a 75 dólares el barril (ahora está algo por encima de
80 dólares). Por eso, el Gobierno reaccionó reconociendo retenciones
descendentes para el petróleo, una medida que puede ser justificada para el
sector, pero que es muy irritante para los chacareros.
A partir del 1°
de noviembre, hay riesgo de nuevos eventos legales en Nueva York (la
aceleración de los Bonos Par) originados en el incumplimiento de las cláusulas
de emisión de los títulos reestructurados.
Adaptando el viejo refrán, se ve que el Gobierno propone,
pero muchas veces son las circunstancias las que disponen.
Reglas de juego que
limiten los excesos en las políticas económicas
El Gobierno Nacional hace referencia, recurrentemente, a su
“modelo económico” desde 2003, como si las políticas económicas hubieran sido
homogéneas desde entonces.
Tal homogeneidad no es fácil de visualizar al analizar los
resultados de las gestiones de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández
(desde 2007).
Tanto en las cuestiones cambiarias como fiscales, centrales
para evaluar la política económica, los resultados fueron muy diferentes en
ambos periodos.
La gestión de Néstor Kirchner mantuvo el tipo de cambio
alto. A precios actuales, el tipo de cambio real contra Brasil fue equivalente,
en promedio durante todo su mandato, a lo que hoy serían $ 11,90 por dólar.
La gestión de Cristina Fernández logró mantener alto el tipo
de cambio durante su primer mandato (a precios actuales, promedió $ 12,20 por
dólar) pero no lo logró durante el segundo (a precios de hoy, promedió $ 9 por
dólar).
La gestión de Néstor Kirchner mantuvo superávit fiscal,
siempre por encima del 1 % del PBI durante todo su mandato.
La gestión de Cristina Fernández mantuvo el superávit fiscal
sólo durante su primer año de mandato; luego mantuvo déficits que, en los
últimos 2 años, superaron el 2 % del PBI.
Similares resultados se observan en la mayoría de las
variables económicas, como la inflación (mayor desde 2007) y el crecimiento
(menor desde 2007).
Esto ha llevado a que se culpe sólo a Cristina Fernández por
los problemas económicos actuales. Probablemente sea injusto, por incompleto,
ya que la mayoría de estos problemas tienen su origen en la gestión de Néstor
Kirchner.
La inflación, que está en el núcleo del problema de tipo de
cambio bajo, se inició en 2005.
La intervención del Indec, que probablemente contribuyó a la
propensión del Gobierno a mantener políticas inflacionarias, comenzó en 2007.
La utilización de reservas del Banco Central para pagar
vencimientos de deuda pública, que redujo drásticamente su poder de fuego, fue
inaugurada por Néstor Kirchner en diciembre de 2005, con la decisión de pagar
con reservas al FMI.
El déficit energético, que hoy impacta en las cuentas
externas y en las cuentas fiscales, es consecuencia de las políticas
energéticas de los últimos 10 años.
El aumento de la presión impositiva, y el aumento aún mayor
del gasto público, fueron una constante durante estos 10 años.
Que estos problemas tengan su origen en la gestión de Néstor
Kirchner debería servir para matizar las afirmaciones que exculpan a Néstor
Kirchner de los problemas actuales.
Pero no permite afirmar que todo esto igual habría ocurrido
con Néstor Kirchner, ya que no sabemos si, al continuar con políticas
originadas en su gestión y comenzar a obtener resultados distintos, la decisión
habría sido insistir y llegar a donde finalmente llegamos, o modificar
políticas para evitar las complicaciones actuales. Nunca lo sabremos.
Sí es posible reflexionar sobre un aspecto común a ambos
gobiernos, que explica la gran cantidad de problemas económicos acumulados, a
tal punto que la actual recesión ya es más extensa que la recesión de 2008/09,
a pesar de que hoy el mundo no está en crisis, como sí lo estuvo en aquella
oportunidad.
Es que ambos contaron con la máxima discrecionalidad para
manejar la política económica sin limitaciones institucionales.
Por ejemplo, ambos contaron con facultades delegadas por el
Congreso para manejar por decreto tanto la política fiscal como la deuda
pública. Y ambos contaron con un Banco Central a su disposición, para tomar
reservas y emitir dinero casi sin límites. Con esas reglas de juego, los
problemas actuales no son casualidad.
Por eso necesitamos, para dejar de reproducir crisis
económicas evitables, reglas de juego que limiten los excesos en las políticas
económicas.
(*) Economista
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