Por Gabriela Pousa |
Y acá estamos, desacatados, sin entender un ápice de qué trata ni por
qué es tan grave como lo pintan desde algunos puntos cardinales. El
argentino promedio se levanta y sale a la calle rogando volver ileso, y sin
tener que dejarle algunos productos al cajero del supermercado porque no se
llega a pagarlos. Esa es la prueba de fuego del ciudadano común al
iniciarse el último trimestre del año.
Ni siquiera le interesa demasiado si el juez Griesa determinó desacato o
si se ha pagado a los famosos fondos buitre a quienes, la mismísima Presidente,
les ha otorgado una entidad magnánima en los últimos meses. A la gente
le interesan sus fondos, esos que se esfuman mucho antes que el calendario
señale que fin de mes ha llegado. Pero nadie le habla de ello, y si
acaso escucha interés por su seguridad lo hace de algún personaje que poco
puede hacer para garantizársela.
Frente a ello, el hartazgo es una constante y la resignación un
virus que se esparce. “Nadie ha de hacer por mí lo que yo no haga”,
es el lema del argentino contemporáneo. Y no se trata de un incentivo a la
voluntad sino de la desesperanza que se arraiga cada día un poco más.
Así, pensar un conflicto social no asusta, da pánico porque en
el “salvese quién pueda” que se ha planteado, la gente se ha armado. No
es este el mismo escenario de finales de 2001 ni remotamente. No hay
un jefe de Estado que no logra encausar el rumbo, hay intención en minar el
camino de la transición y más. Fernando De la Rua podía ser aburrido,
Cristina Kirchner en cambio es un chiste pero no por las risas que genera sino
porque no puede ser ya tomada por seria. O quizás la necesidad de tomarse a la
ligera sus discursos, actos y omisiones sea para el grueso de los argentinos,
un mecanismo de defensa.
Lo cierto es que el caos de comienzo de siglo fue a pesar de la conducta
presidencial. El caos actual es, sin embargo, causalidad, es decir: se
ha llegado a él gracias a la actitud presidencial. Y el pueblo hoy, quiere algo
más valioso que sus ahorros devaluados en un corralito bancario, el pueblo
ahora quiere que su vida valga algo. Algo más que un celular, un par
de zapatillas, una mochila o simplemente azar.
Desacatados o no, la dirigencia está a años luz de sus supuestamente,
representados. No hay intereses en común, no hay punto de inflexión donde choquen las
ambiciones de unos con las demandas perentorias de los otros. Por un lado
priman las especulaciones electorales, y en otra perspectiva está lo básico que
reclama la ciudadanía. Porque no es este un país donde la gente exija
respuestas, políticas de Estado concretas y estadistas.
La Argentina es una mediocracia sumida en la ignorancia donde apenas se
mendiga un patrullero en alguna esquina, prisión para un motochorro que se
arrebató una cartera, y que el asado del domingo no termine convertido en
quimera. Tal vez la exigencia mencionada “estigmatiza” a la dirigencia
porque el hastío habilita hasta esa otra vida de los políticos, sumidos en el
lujo y el confort, en tanto al pueblo no le falte lo indispensable. Y lo
indispensable es cada vez menos. Alguna vez se demandó educación,
civilización, progreso. Hoy apenas si se reclama más policía y menos inflación.
Es más, hasta la corrupción puede aceptarse sin demasiado alboroto si se
deja vivir sin convertir la vida en una casualidad día tras día.
Cualquier dirigente puede hacerse del voto de la gente con ofrecerle tan poco…, pero ni siquiera eso saben hacer sin quedar expuestas sus miserias. A esta altura, la conducta de la jefe de Estado parece indicar que hay algo personal entre ella y la sociedad. Es como si estuviese empeñada en hacer daño, como si librara una batalla campal consigo misma y terminara siempre vencida.
Cristina pelea contra Cristina. Ni Daniel Scioli, ni Sergio Massa, ni Mauricio
Macri ni Estados Unidos o Alemania ni Griesa le hacen sombra a ese enemigo
interno que la lleva a pararse frente al abismo. Si acaso alrededor cuidan que
no de un paso al frente, no es por piedad ni comunión de ideas, es por temor a
ser arrastrados al vacío junto con ella.
La salvación no es de nadie: ni del kirchnerismo ni de cualquier otro
“ismo” que aflore prometiendo la panacea. Al país le han socavado sus raíces,
queda un tronco estéril con ramas que van siendo podadas a la marchanta. Crecer
en esas condiciones es utopía, hay que cavar de nuevo los cimientos y
fertilizar el suelo. Hay que volver a sembrar y esperar. El árbol no da frutos hasta
madurar.
En este contexto, el 2015 puede presentarse benévolo para quienes, en
definitiva, siempre se han visto favorecidos. Si perdieron 100 ó 200 en este
ahora, ganarán 300 cuando otro timonel conduzca el barco hacia otro puerto. Quienes
fueron cacheteados en estos once años de kirchnerismo, a remarla. Nada de
brújulas ni tripulación, sólo un par de remos. Así ha sido en los últimos
tiempos. Así será en lo sucesivo.
No se trata de pesimismo ni de “agoreros del mal” o voceros de “la
cadena de desánimo” que denuncia la corte presidencial. Se trata de
proyectar un escenario donde todo está haciéndose mal. Ah, ¡hay que rescatar la
asignación universal porque de lo contrario se nos acusará de insensibilidad
social! Pero la AUH es un paliativo, y en todo caso, un índice que marca cuán
mal se está. No es un triunfo de una década ganada ni una genialidad.
De este modo, el desacato llega más como sello de goma que como
sentencia condenatoria. Estamos autocondenamos de antemano. No aporta
ni quita nada a lo que hay. Quizás la mayor vergüenza radique en el hecho de
que sea afuera donde se nos etiqueta cuando adentro debió haberse
declarado el desacato hace rato. Y es que fue la Presidente quién faltó y falta
el respeto a los ciudadanos… Y también es verdad que los ciudadanos dejamos que
lo haga sin inmutarnos.
Desacato es, según la Academia Real Española, la falta de respeto hacia
la autoridad. Y la autoridad no es la señora Fernández de Kirchner, es
la sociedad. Utilizando el término que a ella le agrada, cabe decir que es la
gente quién, en el marco de una democracia representativa, “empoderó” a
Cristina. Casi del mismo modo como los Kirchner empoderaron a la Justicia de
Estados Unidos para que sea quién dirima el conflicto con los holdouts.
La mandataria se puso en el papel de Narciso, es complejo en ese estado
aceptar que, con todos sus defectos, es al juez Griesa y a la sociedad a quién
debe respetar. Porque no es Argentina quién desacata. Es simplemente
Cristina. Y a diferencia de Argentina, Cristina es netamente coyuntural.
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