Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
“Acá estoy después de nueve corridas”. Gracias a Dios, el
discurso no fue en España y la Presi pudo mantener algo de dignidad ante los
asistentes que presenciaron como Cristina mantenía una videoconferencia para
inaugurar “La Matanza Expone”. Lo único que había para exponer era el concurso
de natación forzosa de Laferrere y Virrey del Pino, pero no lo pasaron.
Tampoco
mostraron qué pasó con los dos mil millones de pesos para obras hídricas que
prometió hace un año. A la vista del resultado, suponemos que se invirtieron en
el Plan Verano Para Todos y llevaron piletas a los hogares de cada ganador de
la década.
Más allá de eso, no deja de sorprenderme el enorme esfuerzo
que pusieron para llevar a cabo la videoconferencia. No sólo llama la atención
sino que resulta casi un esfuerzo supremo coordinar los astros para que,
primero, dejara de llover y el intendente matancero no tenga que aparecer con
esnorquel; y segundo, para que no hiciera demasiado calor y la conexión se
pudiese llevar a cabo sin problemas, ni boicots antinacionalistas bajapalancas.
La noticia buena: los bonaerenses todavía no desarrollaron
mutaciones aberrantes y sus cuellos permanecen libres de branquias. La mala:
las escuelas que la Provincia pintó de naranja parecen boyas, pero no flotan.
Cristina estaba recién levantada, radiante y con toda la
energía, como corresponde a una persona responsable que arranca el día cuando
todavía es casi de noche –tipo 19,00 horas de la madrugada– así que pasó a
explicar a los jóvenes metalúrgicos la importancia de ponerle “sosguar a los
fierros” y que hay que aprovechar este momento “fundante” para llevarlo a cabo.
Luego de contar las habituales bondades de su Modelo de
Redistribución de Inundaciones, destacó que su gobierno continuó la gestión
energética de su difunto marido, a la cual definió como “revolucionaria”. Debo
reconocer que estoy de acuerdo, no sólo porque es cierto que continuó con la
joda energética, sino con el concepto revolucionario, etimológicamente
hablando. Cualquier cambio generalizado que ponga patas para arriba una
realidad es una revolución. Y sí, el kirchnerismo también hizo una revolución
en materia energética, al convertir un país autoabastecido y exportador, en uno
importador. Y todo se logró a menos de diez meses de iniciada la gestión de
Néstor.
En una joda loca de palabras, Cristina se mostró en su mejor
nivel. La misma mujer que hizo lobby para privatizar lo que luego expropiaría,
pidió a los empresarios que pongan “reglas coherentes”. No solo se notó que
faltó a la clase de Constitucional I cuando dieron Poderes del Estado, sino que
se olvidó que es la jefa de un Gobierno que prometió no subir las retenciones,
subió las retenciones, congeló el dólar, lo devaluó, lo prohibió y lo liberó
parcialmente, reguló las importaciones, las trabó, las liberó a pedido, propuso
una ley de medios para todos, sacó a las telefónicas por ser amigas, subsidió
concesiones y las quitó sin mayores problemas.
También se quejó porque Estados Unidos “le da a la maquinita
de imprimir” y que por culpa de eso tiene “una inflación del 3 y pico”. En la
embajada yanki todavía se están cambiando los pañales del ataque de risa que
les dio la afirmación de la Presidenta del tercer país con mayor inflación del
mundo, en el que la impresión de billetes está a cargo de un vicepresidente con
más causas que canas, y no tuvieron tiempo para remarcar que la inflación del
último año fue del 1,5%. Sin embargo, podemos rescatar una buena: Cristina
alguna vez pasó cerca de un apunte de Economía Política.
Como andaba quisquillosa porque este país está lleno de
gente con problemas, también se enojó con los intendentes que ejercen presión
impositiva. Se ve que en la facu de La Plata, el aula de Derecho Tributario no
era fácil de encontrar. A continuación, remarcó que el salario mínimo de
Argentina es el de mayor poder adquisitivo de Latinoamérica, demostrando que,
no sólo le importa tres carajos que haya trabajadores por debajo de la línea de
pobreza, sino que el aula de Derecho Laboral estaba al lado de la de Tributario
y por eso no se enteró que siempre tuvimos el salario mínimo más alto de la
región.
Luego de pasarse los últimos 84 meses amenazando con volver
a 2001, pidió que se termine con el discurso apocalíptico, para luego avisar
que si se paga a los fondos buitre, se cae la reestructuración de la deuda y
volvemos a 2001. Finalmente, celebró la juntada porque a los empresarios no los
llevaron “por el choripan” porque no eran militantes. Habría que ver cuál es el
aspiracional de cada quien: lo que para unos se arregla con el almuerzo, para
otros alcanza recién con una licitación o un crédito blando. De la polémica
sobre su título no habló, aunque remarcó que es abogada.
No es que pretenda encarar para el lado de sus capacidades
intelectuales, dado que los conceptos que acabo de mencionar se dan en la
Facultad, pero si los ubicamos todos, es porque también los vimos en la
secundaria, además de pertenecer al más sencillo sentido común. Por eso, a esta
altura del partido, más que reclamar el título de abogada, habría que
reclamarle un psicotécnico.
Porque una persona que se la da de culta no puede hacerse la
ofendida porque “Estados Unidos creció en la década del 40 gracias a la
guerra”, cuando fue el mismo motivo que nos llenó de guita a nosotros. No
habremos tenido Plan Marshall, pero les enchufamos nuestros productos
agropecuarios a cuanto país cagado de hambre encontramos tras la matanza de 50
millones de personas y la destrucción de cualquier medio productivo europeo.
En mi opinión personal, si tuviera que inventarme un título,
habría elegido otro con más popularidad que el de abogado. Astronauta,
stripper, campeón de karaoke, no sé. Sin embargo, el hecho de que se haya o no
recibido, no me afecta desde el punto de vista de querer que me muestre el
título, dado que en la Facultad de Derecho dejás un ladrillo y en cinco años le
dejaron un diploma abajo. He conocido cientos de abogados que no pueden
reconocer la diferencia entre un expediente y el cuaderno de comunicaciones de
quinto grado. Son los que caen en una mesa de entradas, se acodan en la
ventanilla, se acomodan el traje comprado en cuotas y te preguntan cuál es el
criterio del juzgado para resolver una excarcelación, como si hubiera otro
criterio que el del Código de Procedimiento. Ahí radica mi única duda: el
analfabestialismo de la Presi no es excluyente para tener un título
universitario.
Y si bien es cierto que para ser Presidente no hay que ser,
precisamente, abogado –de hecho, más de la mitad de quienes nos gobernaron no
lo fueron– la discusión pasa por otro lado. Chicos, si planteamos el debate
entre que tiene o no tiene que tener título por el sólo hecho de si sabe o no
sabe, le estamos pifiando. Es una cuestión de principios, de a qué te podés
acostumbrar, de qué estás dispuesto a permitir.
El dilema con el título sí o título no, en el caso de la
Presi hasta resulta diferente del de otros casos divinos de la última década.
Cristina construyó su relato personal en base a la persecución política de la
década de los setentas. Y según su historia, ella es una “exiliada interna”,
porque se tuvo que ir a Río Gallegos para zafar de los militares, porque está
claro que en Santa Cruz gobernaba Pérez Esquivel. Según sus propias palabras,
Cristina se fue de La Plata por el peligro que resultaba vivir en una ciudad
con tanta persecución política. Y fue ella misma quien dijo que dio las últimas
tres materias en 1979. Pero resulta que en 1979, la Universidad de La Plata
tenía al mismo rector, Guillermo Gallo, a quien acusan por la desaparición de 750
personas, entre docentes y alumnos. Ahí está uno de los mayores problemas del
discurso cristinista: si fue a La Plata, ingresó a la facultad, presentó el DNI
para dar las últimas materias y se recibió en 1979, tan militante no era.
Independientemente de todo esto, algo tiene que quedar en
claro, alguna regla mínima tenemos que mantener sin violarla ni hacerle 32
pibes. Al menos una regla. Cada vez que se percibe una mentira, un engaño, un
chamuyo, se dibuja un nuevo límite. En el mismo instante en que notamos que el
otro cruzó la línea, aparece una nueva, instantáneamente, esperando a que
nosotros decidamos si nos importa que el otro mienta y no la cruzamos, o si nos
da exactamente lo mismo y también cruzamos la frontera.
“En esto también me mintió, pero no es para tanto”, es más
de cornudos conscientes que de seres racionales y con un mínimo de amor propio.
Y a los hechos me refiero: dijo que no esperáramos que “esta presidenta”
devalúe, nos clavó la mayor devaluación desde la salida de la convertibilidad,
dijo que el país no necesitaba un Plan B frente a la crisis internacional y
terminó presentando el plan canje de calefones, dice que no hay cepo al dólar,
dice que bajó la pobreza cuando es imposible caminar una cuadra sin tropezarse
con un winner de El Modelo, dice que no hay problemas de empleo y que las
empresas no están en crisis cuando las suspensiones son más comunes que un
escándalo del Diego, dice que fue opositora al neoliberalismo cuando fue colgada
de la lista y de las tetas de Menem en todas y cada una de las elecciones de
1989 a 1997.
Nos dijo que el mundo se “derrumba como una burbuja”, que
estamos mejor que Australia y Canadá, que el Cabo Sosa de Valentín Alsina le
avisó que ISIS la quería matar, que los bondis no iban a aumentar, que la
inflación son los reyes magos, que nunca se construyeron tantas viviendas, que
para 2010 tendríamos el tren Bala y que para 2009 el Almirante Irizar estaría
en funciones.
Si nada importó, es lógico que tampoco importe que toda su
fortuna se deba a que siempre fue y es una exitosa abogada. Pero al menos esa
nos tendría que dar un poquito de escozor. Algo. Porque la única forma que
encontró la Presi para justificar que es una multimillonaria empleada pública,
es una profesión que nadie recuerda que haya ejercido.
No es la aptitud para el cargo, es la primera mentira para
justificar el choreo. Si usurpó dos títulos o uno sólo –firma sus decretos como
doctora, cuando eso sí está probado que no lo es– debería generar, aunque sea,
alguna pregunta.
Al menos por curiosidad.
O por pudor.
Viernes. De la muerte, de los cuernos y de la mentira, no se
salva nadie. Del kirchnerismo, tampoco.
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