Por Luis Gregorich |
A un año de la primera vuelta de las elecciones que
definirán presidente y vice para el período 2015-2019, además de renovar la
mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado, los comentarios sobre
la situación del país se han tornado algo vacilantes y reiterativos. Proponemos
ordenarlos brevemente en dos niveles de análisis: uno, el del perfil personal
de los (pre)candidatos que ya han "salido al campo"; otro, el de los
programas, discursos y valores que estos aspirantes están sosteniendo, con más parsimonia
que entusiasmo. Muy escuetamente, habrá que agregar algo sobre el clima
económico y social que soportan los argentinos.
No es novedad mencionar al esforzado terceto que desde hace
meses casi monopoliza la anticipada intención de voto: Mauricio Macri , Sergio
Massa y Daniel Scioli . Damos estos apellidos de origen italiano por orden
alfabético, no con otra intención, ya que ocupan diferentes lugares en la
grilla de partida, según la encuestadora que elijamos. Lo cierto es que cada
uno bordea poco más o poco menos del 25% de votos prometidos.
Aunque el peronismo, cuya versión kirchnerista gobierna hoy,
sigue dominando la escena política argentina, ninguno de los por ahora tres
elegibles pertenece a lo que podríamos llamar la tradición o la cultura
peronistas. Macri, el más opositor de los tres, es hijo de un fuerte industrial
itálico, se ha recibido de ingeniero civil y ha presidido Boca Juniors, el más
popular equipo de fútbol del país. No militó políticamente en su juventud y
desde hace siete años es el jefe de gobierno de la ciudad autónoma de Buenos
Aires. Fundó un nuevo partido, Pro, con aportes peronistas, radicales,
liberales, y otros.
Massa y Scioli, si bien de variado origen, son ambos -y sin
que esta descripción constituya menoscabo alguno- subproductos del peronismo
menemista: el primero es hijo de un empresario de la construcción, integró los
equipos del partido neoliberal de la Ucedé (cuyo jefe, Álvaro Alsogaray, apoyó
firmemente a Menem) y por esta vía entró en el peronismo, hasta desempeñar,
entre otros cargos, el de jefe de Gabinete de Cristina Kirchner; Scioli, por su
parte, pertenece a una familia de comerciantes en el ramo de artefactos
domésticos (que en 1989 apoyó al candidato radical Eduardo Angeloz), ha sido un
destacado motonauta y Menem lo acercó a la tarea pública (como a otros
deportistas), iniciando así una carrera que culminaría en la vicepresidencia de
la Nación, otra vez junto a la señora de Kirchner. Hoy es gobernador de la
provincia de Buenos Aires, en tanto Massa fue intendente de Tigre, próximo a la
capital, y actualmente es diputado nacional.
Ninguno de estos tres precandidatos (en realidad podríamos
llamarlos ya candidatos, porque no parece que alguien pueda vencerlos en las
PASO) reposa en estructuras políticas tradicionales, es decir, en partidos
firmemente constituidos en todo el país. Más bien son emergentes de la crisis
del sistema de partidos que provocó, más que nadie, la administración
menemista, con su apelación al cualunquismo y a las figuras del deporte y el
espectáculo. Recuérdese, aparte de Scioli, a Carlos Reutemann y a Palito
Ortega. Tanto Scioli como Massa, naturalmente, se apoyan en diferentes
implantes peronistas, disfrazados de agrupaciones partidarias.
No nos olvidamos del cuarto actor de esta tragicomedia: la
coalición FA-UNEN , extraña hidra policéfala, desprovista de la agresividad de
su precursora griega clásica y que no atina a consolidarse con una sola cabeza,
respetuosa hasta ahora del mandato de las primarias abiertas. Mientras siga
teniendo hasta cinco postulantes (otra vez por orden alfabético: Binner,
Carrió, Cobos, Sanz y Solanas), será incapaz de convertirse en genuina
alternativa y socia igualitaria de eventuales coaliciones, y no podrá evitar,
como máximo, transferencias masivas, y como mínimo inquietantes operativos
fotográficos en idílicos escenarios provinciales.
Si dejamos de lado la fatigosa repetición de nombres
propios. ¿qué se discute, cuáles son los valores o consignas que se agitan en
esta campaña o precampaña que lentamente nos va envolviendo, por más que
procuremos apartarla de nuestro tiempo libre, mejor servido por una buena lectura
o una hermosa velada de música o cine?
Estamos entre los que piensan que en las campañas
presidenciales resulta inevitable debatir acerca de valores y concepciones de
país, antes que por asuntos municipales como el tapado de baches o el
levantamiento de la basura. Esto no implica que los candidatos no dispongan de
tres o cuatro propuestas específicas sobre temas de interés general (por
ejemplo, la educación, el federalismo y la lucha contra la corrupción). Tampoco
les impide referirse a asuntos locales en sus visitas a provincias, bien
asesorados por compañeros de ruta lugareños. Por otra parte, se necesitan una
correcta identificación de los adversarios (en todas las elecciones) y una no
menos precisa ubicación de los posibles aliados (en las elecciones de doble
vuelta). Hay que exigirles a los distintos candidatos o alianzas un programa
completo para su eventual gobierno, sabiendo de antemano que muy pocos leerán
ese mamotreto.
El discurso de los tres precandidatos principales está
bastante alejado de esta expresión de deseos y se mueve, más modestamente, en
lo que podría designarse "gestionismo". Los tres coinciden en
presentar a sus propias gestiones, actuales o del pasado, como ejemplares y
creativas, y en general eluden la discusión sobre la gestión de los
adversarios, por lo que, prácticamente, no hay discusión.
Un atisbo de ésta se ofrece, tal vez, cuando se plantea la
relación con el gobierno nacional actual y con la presidenta Cristina Kirchner.
Scioli se muestra cada vez más solidario y complaciente, mientras Macri parece
dispuesto a profundizar sus diferencias. En cuanto a Massa, promueve con
bastante eficacia su postura de ser, al mismo tiempo, oficialista y opositor.
El aire que respiramos es, nuevamente, el de una entelequia menemista, que
volvemos a definir como apolítica, aideológica y gestionista.
Las palabras izquierda y derecha, así como las claras
referencias ideológicas y al combate cultural, sólo aparecen en recientes
iniciativas y en el áspero relato del kirchnerismo en retirada; también,
curiosamente, en el discurso aún no totalmente cristalizado de la alianza FAU-UNEN:
véase, si no, la compartible expresión de Ernesto Sanz, que se proclamó
"socialdemócrata, liberal y progresista" en su acto de presentación
como candidato. No es seguro, de todos modos, que asumir este riesgo le traiga
votos. Son los dos menemistas vergonzantes quienes parecen destinados al
ballottage.
Los espera, en todo caso, una sociedad dividida. Aparte de
los méritos que le reconocemos, el kirchnerismo no pudo ni quiso suturar las
heridas causadas por el derrumbe económico-social de 2001-2002. Aprovechó el
extraordinario viento de cola que incrementó los precios de nuestra producción
primaria, recuperó la economía y redistribuyó (suavemente) el ingreso, pero se
desentendió de los consensos políticos y del crecimiento de las instituciones.
Hoy muchos argentinos oscilan entre sentimientos de rabia, resignación o
indiferencia.
Podríamos estar a las puertas de una nueva crisis económica
a comienzos de 2015 si no se mitiga una inflación cada vez más rebelde. Al
mismo tiempo, hemos comprobado que el gobierno kirchnerista, atrapado en un
proyecto familiar, no ha conseguido generar una sucesión razonable. Lo
lamentamos, porque un heredero competitivo podría poner a prueba la vigencia o
el fracaso del proyecto.
La ironía del asunto es que, por el momento, los dos
probables rivales del ballottage de 2015, siempre y cuando no se forme una
coalición ganadora u ocurra un milagro, son Sergio Massa y Daniel Scioli,
menemistas por origen y por simpatías, aunque lo nieguen escandalizados.
No podemos menos que escuchar una carcajada del vilipendiado
Carlos Menem, o, más educadamente, unas palabras pronunciadas en voz baja:
"El que ríe último ríe mejor".
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