Por Jorge Fernández Díaz |
La imaginación de la Presidenta se ha vuelto muy
cinematográfica. Aunque últimamente sólo imagina catástrofes. Perón veía Los
intocables, Ben Laden era adicto a Bonanza y Cristina no se pierde un capítulo
de The Killing. Nada prueba que deriven de estos fútiles pasatiempos algunos
rasgos del carácter, ni mucho menos que prenuncien determinados hechos
políticos. Sólo son secretos que valora la historiografía y que refieren al
consumo cultural de ciertos líderes en la trastienda del poder.
En cambio, la
recurrente capacidad para fantasear hecatombes que Cristina Kirchner demuestra
día tras día es un dato relevante de raíz psicológica y de alto interés
público.
Hace cerca de un mes, cuando inauguraba en un vagón los
nuevos trenes del Sarmiento, sorprendió a sus militantes con una broma: debían
apurarse porque corrían el riesgo de que viniera la próxima formación y se los
llevara puestos. Esta semana, en el medio de otro discurso ferroviario, la jefa
del Estado contó los aviones de Aerolíneas Argentinas que la sobrevolaban e
improvisó un chiste negro (perdón, Freud): "Otro más, van cinco y cada vez
vuelan más bajo -exclamó. ¿Será como en Relatos salvajes? Ya veo que viene uno
y ¡pum!". Cometió así la descortesía de revelar el desenlace del primer
episodio de esa película de revanchas que está batiendo récords en las
taquillas de Buenos Aires: en ella, un Boeing de línea es utilizado para vengar
el calvario existencial de un perdedor resentido. Algunos especialistas de la
psiquis humana explican que la recurrencia de estas imágenes extremadamente
negativas suele denotar la íntima proyección del miedo y también un exceso de
ansiedad nerviosa; imagino lo que temo y lo digo en voz alta para exorcizarlo.
Como sea, en ninguna de esas dos ocasiones Cristina imaginó que ella o sus
muchachos iban al mando del tren que chocaba ni del avión que se estrellaba
contra el atril; al contrario, siempre eran arrasados por enemigos vengativos o
negligentes mientras ellos estaban cumpliendo su eficiente faena.
La semana terminó con más metáforas cinéfilas y con la
referencia directa a una colosal película de terror. Cristina imagina que
oscuros conjurados preparan para diciembre una superproducción de saqueos y
violencias (una "función", la llamó), y que para abonar el terreno
llevarán a cabo actos de enrarecimiento (a la manera de una "matiné",
dijo). "Quienes están anunciando estallidos para diciembre, posiblemente,
estén preparando alguna matiné para octubre o noviembre", fueron sus
palabras exactas. Imagina la jefa del Estado un país incendiado en Navidad,
pero no como fruto del pésimo manejo de la economía, sino como consecuencia de
una conspiración maligna: ¿por qué habría convulsión social si estamos haciendo
todo bien? La única explicación es que la próxima formación nos quiere llevar
puestos.
Alguien con cinismo peronista podría preguntarse a su vez:
¿para qué empujarlos, si en apenas cuatrocientos días se van?; ¿para qué
embromarlos, si ellos solitos hacen diariamente todo lo posible para empeorar
más y más las cosas? Hablo de cinismo peronista, puesto que es hacia ese sector
de la política (sus ex compañeros) adonde se dirigen las principales sospechas
de Cristina. Ella sabe (nobleza obliga) que en los años de campaña
presidencial, cuando está en juego el queso para la corporación más poderosa de
la Argentina (el peronismo), siempre pasan cosas raras. El incendio de la
camioneta del periodista Gustavo Sylvestre es ciertamente sugestivo. Dicho sea
de paso, también lo fue la feroz paliza profesional que le propinaron a Alfredo
Leuco hace unos meses, sólo que la Presidenta en esa oportunidad no se lamentó
en las tribunas ni se ocupó del problema.
Es posible que ninguno de estos dos graves episodios termine
de dilucidarse jamás. Como tampoco pudieron nunca establecer con precisión los
motivos que desataron, en el transcurso de los dos últimos fines de año, ese
repetido film de miles de muertos vivos que salían de aquellas barriadas
paupérrimas pidiendo comida, robando y destruyendo todo a su paso. El Gobierno
acusó en ambos casos a ciertos dirigentes sindicales opositores. Puso incluso
todo el aparato de inteligencia para investigar esa presunta "mano
negra" y no logró juntar ninguna prueba concluyente. Sin embargo, vuelve
ahora a agitar esos mismos fantasmas con el fin de curarse en salud. Hay
funcionarios en la Casa Rosada que están muy preocupados por el impacto social
de la estanflación. No sin cierta lógica plantean entre susurros una regla de
tres simple: si las llamas se nos fueron de las manos antes, ¿cuánto fuego
habrá esta vez con la calle caldeada por las suspensiones, los despidos en
negro, la caída del consumo y los aumentos de precios? A este cuadro habría que
agregar un signo fundamental de esos procesos impredecibles: la nueva
marginalidad ha demostrado tener una dinámica propia de inframundo, que no
responde necesariamente a la lógica política de superficie. El clientelismo, la
bestialización, la penetración del narcotráfico y la entronización del puntero
como nuevo rey del chantaje municipal construyen un magma tal vez ingobernable.
Mientras la propia cineasta de Balcarce 50 nos advierte
acerca de estos thrillers futuristas, su tropa murmura rezongos por la inacción
de Kicillof en materia inflacionaria y por la ineficiencia de Berni en materia
de seguridad. Calladitos como están los propios cuadros del kirchnerismo,
carentes de otra línea que no sea negar catatónicamente la realidad, la
directora se complace en que lleven la voz cantante los mismísimos actores. Es
curioso, porque algunos salames de la farándula y algunas pomposas aves
radiofónicas, libres de las agobiantes ataduras de la gestión, se prestaron a
llenar ese silencio y a soltar sermones tardíos que fueron localizándose en el
centro mismo de los debates mediáticos. Mimados por la Casa Rosada y defendidos
por el aparato estatal de propaganda, tienen por lo menos la virtud de explicar
las convicciones ideológicas impronunciables (por piantavotos) del Frente para
la Victoria. Este gobierno es tan pero tan progresista, nos ilustraron en estos
días, que no puede bajar la inflación porque no está dispuesto como cualquier
nación moderna a recortarles los subsidios a los amigos y socios. Por lo tanto,
seguirá cobrando el impuesto a la pobreza.
Luego nos aleccionaron que el delincuente es un pobre
declarado en rebeldía. Sólo en una sociedad donde ha fracasado por completo la
movilidad social, alguien puede sostener que la única salida de los más
postergados es la violencia. Desde los countries o los magníficos departamentos
de Palermo y Puerto Madero donde viven es muy fácil confundir a un humilde con
un lumpen, y crear alrededor del lumpenaje una serie de mitos. Más difícil es
levantarse cada mañana a las 4 y tener que cruzar acompañado por varios vecinos
las calles oscuras para que no te maten por dos pesos mientras intentás llegar
a tu laburo. Esos que caminan de madrugada el barro de los conurbanos no tienen
una visión muy romántica de los delincuentes que los atacan y diezman. Tampoco
los esforzados habitantes de las villas parecen sentirse reconocidos cuando un
millonario progre les asegura que viven en el más bello y práctico de los
mundos. ¿Cuál es el mejor modo de esconder la miseria? Ponerla a la vista de
todos. Recordará la cinéfila de Santa Cruz a Lawrence Olivier. Era él quien se
preguntaba: "¿Qué es en el fondo actuar, sino mentir? ¿Y qué es actuar bien,
sino mentir convenciendo?".
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